lunes, 11 de noviembre de 2013

Hakoah, el equipo judío que desquició a Hitler

A mediados de los años 20 del pasado siglo el fútbol austriaco era el más potente en Europa, una referencia que estaba poniendo las bases para una selección que una década después se iba a ganar el apodo de Wunderteam (equipo maravilloso). En un mundo en el que la cuestión judía latía cada vez con más fuerza, un equipo de jugadores hebreos se iba a convertir en el campeón de Austria en 1925 y, para los que le vieron jugar, uno de los que cambió la historia de su deporte. Su nombre era Hakoah (Fuerza en hebreo), jugaba de blanco y azul, como los colores de la bandera de Israel, y cosían la estrella de David en sus camisetas lejos de saber que años después Adolf Eichmann iba a hacer de ese distintivo una brutal marca racial. Los equipos de judíos surgían en las grandes ciudades centroeuropeas con nombres de referencias a la historian de su pueblo: Hagibor (Héroes), Bar Kochba (el líder de la revuelta del año 132 que creó un estado judío independiente de Roma que resistió tres años bajo su reinado). Detrás de estos equipos había una estrategia política definida que trataba de utilizar el fútbol, el deporte más popular, como instrumento de integración y de lucha frente al antisionismo. El pensador Max Nordau (seguidor de Theodor Herzl, creador del sionismo) desarrolló la teoría llamada ‘Muskeljudentum’ (Judaísmo muscular) que explicaba que los judíos tenían que eliminar su complejo de inferioridad no sólo política e intelectualmente si no también convirtiéndose en potencia física y deportiva. Fruto de ese esfuerzo, de las 52 medallas olímpicas logradas por Austria entre 1896 y 1936, 18 las lograron deportistas de sangre judía. En el corazón del Imperio Austrohúngaro, en 1909 Fritz Löhner-Beda (libretista de cabaret, compositor y escritor que perdería la vida el 4 de diciembre de 1942 en Auschwitz) y un dentista llamado Ignaz Herman Körner desarrollaron la idea de crear un gran club deportivo por y para judíos. Aunque su objetivo era pelear contra los estereotipos que acompañaban a su pueblo, su primer movimiento no hizo otra cosa que poner en bandeja a sus enemigos un argumento que explotaban días tras días: el dinero que manejaban los judíos. El Hakoah buscó en todos los rincones del Imperio para fichar a los mejores jugadores de fútbol de sangre hebrea, a los que no dudó en pagar el triple de lo que estaban ganando en sus clubes. Si para los jugadores era obligatoria ser judío, los directivos no pusieron ese filtro para los entrenadores y viajaron a Inglaterra en busca de los mejores. Nacía así un poderoso equipo de fútbol en la capital austriaca. El sentimiento antijudío era ya fuerte en Viena y la aparición del Hakoah en los campos de fútbol hizo que se convirtiera en una diana fácil. Los gritos de ‘cerdos judíos’ o ‘sucio judío’ eran habituales en sus partidos en una ciudad, Viena, en la que un joven llamado Adolf Hitler vivía en 1910 vendiendo cuadros y empapándose en un antisemitismo que dos décadas después haría temblar al mundo. Las actividades del Hakoah se convirtieron en una obsesión para el futuro líder nazi y de los que se rodeaba. Tal era la tensión en los partidos del Hakoah que el club decidió colocar en la grada junto a sus seguidores a Mickey Herschel, campeón de lucha libre de sangre judía, acompañado de otros luchadores del club para formar una verdadero cuerpo de seguridad, algo que cuenta detalladamente Franklin Foer en su libro ‘Cómo el fútbol explica el mundo’. El club, que nació con secciones de esgrima fútbol, hockey, atletismo, lucha libre y natación fue creciendo hasta tener un estadio para 28.500 personas y ampliar sus secciones con hockey sobre hielo, balonmano, ajedrez, ski, tenis, ping-pong y waterpolo. Más de 5.000 socios disfrutaban de unas instalaciones extraordinarias en pleno Prater vienés. La popularidad entre la comunidad judía del Hakoah fue tal que desde Praga Franz Kafka mostró su apoyo y su interés por la iniciativa que se estaba desarrollando en Viena. El equipo de fútbol crecía y pasada la Primera Guerra Mundial iba a vivir su época dorada. El 3 de septiembre de 1923, ‘The Times’ contaba en apenas tres líneas la victoria del Hakoah por 0-5 en el campo del West Ham explicando que “los austriacos fueron superiores en todas las líneas con combinaciones en su juego espléndidas”. Que los ‘hammers’ jugaran sin todas sus estrellas sirvió a los ingleses para quitar hierro a la que era la primera derrota de un equipo inglés jugando en su país contra un rival europeo. La idea de aquel partido, que tuvo su previa en un 1-1 en Viena, fue una apuesta de los técnicos del Hakoah (los británicos Billi Hunter y Arthur Barr) para saber si estaban en lo cierto o no en su idea de que entrenaban un equipo de nivel mundial.