En la noche cerrada, sólo la luna llena fue testigo de un
duelo, por amor a una
mujer que dos varones la pretendían.
Sólo la luna, con su claridad, estuvo presente, cuando los
dos subieron al monte
y sin palabra va, se
quitaron los sacos; el más joven lo dobló, cuidadosamente y
a sus pies lo colocó, el mayor enrolló su saco en su brazo
derecho y cada uno
con su mano libre “peló” el fierro para zanjar la cuestión.
Los aceros chocaron y una que otra chispa se vio. El joven,
ágil bailarín se movía,
con elegancia, esperando la oportunidad de lastimar la carne
de su enemigo. El
mayor, de gran experiencia, lentamente avanzaba y
retrocedía; de pronto el zurdo,
con la derecha envuelto en su saco, resbaló y el más joven
aprovechó en buscar
el cuerpo para clavar el facón.
En una rápida maniobra, el de más experiencia, esquivó a la
daga, como el torero
al cuerno. Con su saco desvió el estoque y con gran puntería
le clavó el cuchillo en
el pecho y a la muerte lo mandó.
En la camisa de su contrincante limpió su acero, enfundó la
daga, se puso el saco,
arregló su sombrero y a paso lento bajo del monte buscando
el farol donde su amor
lo esperaba.
Y ahí ella estaba, esperando al vencedor. El guapo, sin
saludar, le dijo: sígueme.
¡ Y ella lo siguió !
Mario Beer-Sheva
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.