viernes, 11 de julio de 2014

PARASHA SEMANAL

La intensidad de un amor, la recompensa de la acción

La intensidad de un amor, la recompensa de la acción
Parashah PINEJÁS
B.H.N.” V.

Pinejas, hijo de Elazar, hijo de Aharón, el sacerdote, ha hecho retroceder Mi Furor de sobre los hijos de Israel, al celar él Mi celo, en el seno de ellos...; Por lo tanto, di: He aquí que Yo le confiero a él Mi Pacto de Paz...” (Bemidbar 25: 11, 12)
El episodio final de la perashá pasada afirma una dura y cruel sospecha rabínica: que las “bendiciones” del hechicero Bilam eran, en realidad, maldiciones. Pero lo que no se logró mediante las palabras, se alcanzó mediante los hechos allí relatados, cuando los Hijos de Israel fueron atraídos por las mujeres midianitas y expuestos a la más vulgar de las asimilaciones: la idolatría.


 Los números que la Torá revela son escalofriantes: veinte y cuatro mil muertos por la mortandad desatada en el campamento judío. Una mortandad que nuestra perashá traduce como el Furor de D’s y que parece inevitable.

 Uno de los príncipes, líder de la tribu de Simón, se pone a la cabeza de estos hechos al consumar una relación con una de las mujeres midianitas, ante los ojos de la azorada congregación. Ante la parálisis que provocan los sucesos, un solo hombre actúa: Pinejas, descendiente de Aharón el Sacerdote, que los atraviesa a ambos con su lanza, dándoles muerte y poniendo fin a la mortandad que se extendía en el campamento hebreo. Estos sucesos parecen tan incomprensibles como los resultados. La violencia instalada se siente como una cuota innecesaria en medio de toda la aridez, desolación y abandono que supone el desierto.

 “...Y no exterminé a los hijos de Israel por Mi celo”, afirma el Todopoderoso en la evaluación de esta acción. Pinejas pudo detener la “epidemia”, maguefá en términos de la Torá, mediante su acción.

 Los deseos íntimos de Bilam, profeta y hechicero, controvertida personalidad entre los personeros de las naciones, se iban cristalizando. Mirémoslo por un instante así: todos sabemos del episodio ocurrido al descender Moshé del Monte Sinaí con las Tablas de la Ley. El famoso “becerro de oro”, la idolatría manifiesta con su secuela de temores y dolores. ¿Cuánta gente, de entre los adoradores del becerro, murieron a manos de Moshé y de los integrantes de la Tribu de Levi? Del relato bíblico aprendemos que tres mil fueron los muertos, que sucumbieron por idolatría expuesta y manifiesta, por apartarse de aquello que sus oídos habían escuchado instantes antes: “...no tendrás otros dioses delante de Mí”.

 Entonces, ¿qué tenemos aquí? Que el desviarse tras mujeres extrañas, pertenecientes a otras culturas -como la moabita y la midianita- o, como dice la misma Torá: “...Y se asentó Israel enShittim, y empezó el pueblo a prostituirse con las hijas de Moab”, nos conduce a un triste, aunque pronosticable, final: “...ellas convocaron al pueblo para los sacrificios de los ídolos de ellas; comió el pueblo y ellos se prosternaron ante los ídolos de ellas...”.

 ¿Cuál fue el resultado? Está a la vista: veinte y cuatro mil muertos, una cifra de víctimas que, sumada a los contagios que se instalan en el cuerpo espiritual de la nación, justifica utilizar para el caso el término “epidemia”. ¡Ocho veces más muertos por esta situación que por el mismísimo becerro de oro! Si bien el resultado final pareciera ser el mismo, los medios no lo son. A los hechos nos remitimos.

 Nuestro fin de siglo nos plantea preguntas, incertidumbres, muchas dudas y algunas afirmaciones. Vivimos con estadísticas en nuestras manos, prestando atención a encuestas, estudios, proyecciones, a números y más números, pero ¿es de esa forma que habremos de medir la supervivencia? ¿Dónde quedará aquello de la transmisión de los valores, de las enseñanzas “de cerca” y de las vivencias cotidianas?

 ¿Será por esto que hay tanto espacio para la violencia cuando ya no hay lugar para las palabras? ¿Sólo el lamento viene a ocupar el espacio de no haber actuado a tiempo?

¿Cuándo, en lugar de ocuparnos, le daremos preferencia al pre-ocuparnos? Lo hecho por Pinejas no ha gozado, por cierto, del beneplácito de los sabios: “Maasé Pinejas sheló birtsón jajamim”, se ha afirmado. ...Halajá ve-én morim ken”, o sea un acto sobre el que, aunque puede tener amparo legal, las autoridades espirituales o judiciales no tienen licencia para instruir a los actuantes. Las fuentes agregan que, además, este acto estaba signado por una situación de emergencia: “Oraát shaá....

 Pero alguien actuó, tomó las riendas del asunto en sus manos. ¿Era lo que debía hacer?

Pinejas evitó un mal mayor, pues la asimilación se cobraba sus primeras víctimas. Todo

parecía placentero ante los ojos terrenales, aunque ocasionara el “Furor del Cielo”.

¡Qué sensación paradojal! Algo y alguien detuvo la mortandad. Con violencia es cierto,

aunque las realidades que se vivían no eran menos violentas, porque se puede violentar

el físico, como vemos, pero también se violenta el alma.

El desviarse en pos de estas mujeres, como la terrible trampa dialéctica de Bilam, obligaba a poner fin a algo frente a lo cual los “discursos” no prosperan. “Si no puedes con él, únete a él” suele proponerse como estrategia, aunque de consecuencias dramáticas. En esto “nos va la vida”, tanto la espiritual -sustento de nuestra pertenencia al judaísmo- como la física, dado que tantos caen a “mitad de camino”. Lo que no pudo el becerro, con todas sus implicancias negativas, lo logró un grupo de damas frente a las cuales sucumbieron los hombres de Israel, sus “príncipes”, sus mejores hijos.

 ¿La única solución es la violencia? ¿Será la muerte la que acabe por resolver los pleitos?

¿Qué nos propone nuestra enseñanza semanal? “Hineni Noten lo et berití shalom..., nos informa el Todopoderoso. Pinejas necesita de un Pacto: el de la Paz, ya que su accionar, lejos de alcanzar la quietud necesaria en medio de la tempestad, debe hallar un reparo, debe conducir a un lugar, no debe ser, en última instancia, el camino a seguir siempre.

 Pinejas habrá de tener, en la posterioridad, un lugar preponderante entre quienes ingresan a la Tierra de Promisión, pero no tendrá ya una lanza entre sus manos sino solo Shalom, solo la Torá como bálsamo y reparo del dolor, de la impotencia, de la pérdida constante, diaria y horaria, de las almas de Israel.

 Almas que se desvían en pos de tal o cual ídolo circunstancial, que ya no son perforadas por lanzas de hierro sino por apatías e indiferencias, retiros y abandonos, deserciones todas de un cuerpo que, como el del pueblo judío, no dispone de reemplazo alguno.

 Rab. Mordejai Maaravi. Rab. Oficial de la Olei.

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