jueves, 12 de marzo de 2015

El discurso de Netanyahu

Julián Schvindlerman
Enterada de la invitación extendida al Primer Ministro Binyamin Netanyahu a disertar ante el Congreso americano, la Administración Obama respondió con una campaña de descrédito y ataque personal al líder de una nación aliada como nunca había lanzado contra, por caso, el ruso Vladimir Putin o el turco Recep Erdogan. Alegó que el israelí transgredió protocolo al aceptar el convite, que era un oportunista electoral, un saboteador diplomático y un belicista que estaba poniendo en riesgo la mismísima relación bilateral especial. Puras tonterías exageradas.
Fue la Casa Blanca, no Netanyahu, quien politizó lo que debía ser un discurso más del Premier en el Congreso norteamericano (este fue su tercero allí). Washington buscó preocupar a la ciudadanía israelí con el horizonte ominoso de un daño al vínculo entre ambas naciones a pocos días de la realización de elecciones nacionales en el Estado judío, de modo que ello afectase la decisión de un electorado sensible a la soledad internacional del país. El equipo de Barack Obama está llevando adelante negociaciones secretas con la República Islámica de Irán mientras mantiene en total reserva sobre el contenido de las mismas al propio Congreso y a un aliado histórico híper expuesto a las consecuencias de ese acuerdo potencial. Y pretendió paralizar cualquier oposición a ese camino elevando una falsa dicotomía: pacto con Irán o la guerra total.
Lo que más incomodaba al dúo Kerry-Obama no era la visita del israelí a su capital, sino la preservación del secretismo a propósito del contenido de las negociaciones. Netanyahu planeaba exponer públicamente los errores de ese acuerdo en ciernes. De ahí la reacción histérica oficial que terminó transformando un discurso importante en un evento mediático y político imperdible. Tal la conmoción generada que con seguridad ni el portero del Congreso habrá querido perderse el espectáculo.
Las palabras de Netanyahu fueron contundentes. Ovacionado múltiples veces y tratado con una calidez y deferencia sólo reservadas a grandes personalidades y amigos de la Nación, su victoria política (y personal sobre Obama) fue evidente. Lo que dijo merece consideración y, esperemos, una respuesta seria del gobierno estadounidense. 
El premier israelí explicó que la alternativa a un mal acuerdo, como el actual, no tiene que ser la guerra. “La alternativa a un mal acuerdo, es un buen acuerdo” señaló. Él considera que lo que se está negociando es un muy mal acuerdo por una sencilla razón. Inicialmente, Estados Unidos había planteado que Irán no tendría derecho a enriquecer uranio, y seis resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas así lo estipulan. En las conversaciones actuales,trascendió que Washington concedió el derecho persa al enriquecimiento, que tenga miles de centrifugadoras en movimiento, que el reactor de agua pesada en Arak continúe operando, que las sanciones impuestas sean gradualmente levantadas, a futuro las inversiones foráneas permitidas y -el verdadero irritante para el líder israelí- que al cabo de diez años el pacto expire e Irán quede libre de toda atadura para proceder como le plazca. Es lo que se conoce como la “cláusula atardecer”.
Según Netanyahu, es un error cardinal distender las presiones políticas y económicas que llevaron a Irán a la mesa de negociaciones. Él cree que un Irán debilitado económicamente por las sanciones y presionado por un precio del crudo de cincuenta dólares es el escenario ideal para que las naciones occidentales extraigan las mejores concesiones de Teherán. Netanyahu está convencido de que si Irán se recompone económicamente, se le permite reinsertarse diplomáticamente y se le allana el camino por medio de un pacto defectuoso, terminará legitimado como una potencia nuclear. Como los inspectores pueden “detectar violaciones, pero no detenerlas”, como ha sucedido con Corea del Norte, y dada la conducta no-confiable del país persa, Jerusalem subraya que la contención y no el diálogo es el único camino viable.
Las advertencias del premier israelí sin dudas recibieron un eco favorable en rincones impensados. Arabia Saudita, Egipto, Jordania y otros países árabes sunitas moderados de la zona ven con preocupación extrema el ascenso de una potencia hegemónica chiíta en el Medio Oriente. Irán ya está ejerciendo notable influencia -política y militar- en Gaza, Líbano, Siria, Irak e incluso Yemen, mientras ha agitado a la población chiíta de Bahrein. Obama cree que la cooperación iraní en contener el avance del ISIS amerita el acercamiento.Netanyahu opina que, en este caso, el enemigo de tu enemigo sigue siendo tu enemigo. Y que derrotar al ISIS pero dejar impune a Teherán equivale a ganar la batalla y perder la guerra.
La semana previa al discurso de Netanyahu en Washington, la Agencia Internacional de Energía Atómica protestó por la actitud opaca del régimen iraní y su pobre cooperación en suavizar las preocupaciones mundiales sobre la naturaleza militar de su programa nuclear. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU informó acerca de severas violaciones humanitarias en el país persa. Un grupo iraní opositor en el exilio -el mismo que expuso el programa nuclear clandestino de los ayatolás en el 2003- esos mismos días denunció que Irán construyó otro sitio de enriquecimiento de uranio cerca de Teherán. Expertos militares notaron que Irán sigue dedicado a la construcción de misiles balísticos intercontinentales -cuyo único propósito es transportar ojivas nucleares a largas distancias-, tema que no figura en el marco de los asuntos que están siendo abordados por los negociadores.
Medio mundo está expectante, al borde de sus sillas ante el advenimiento de un Irán nuclear.Salvo Barack Obama y John Kerry, que avanzan envueltos en optimismo, convencidos de que ellos lograrán domesticar al régimen ayatolá.

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