domingo, 17 de mayo de 2015

“Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, sea olvidada mi diestra”. (Salmo 137/5)
Fue el Rey David quien, ya hace más de 3.000 años, consolidó la unificación del Pueblo de Israel con Jerusalén como capital y centro nacional judío.
Mientras Jerusalén estuvo gobernada por los judíos brilló y creció con la fuerza del amor y la convicción del ideal monoteísta que representaría para toda la humanidad.
Por desgracia la fuerza bruta y pagana del Imperio Romano destruyó por segunda vez a Jerusalén y la convirtió en un cúmulo de escombros e intolerancia, al igual que siglos antes lo hiciera el Imperio politeísta de Babilonia.
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