viernes, 24 de marzo de 2017

Pekudei(Éxodo 38:21-40:38)


Las facetas del “yo”

Betzalel hijo de Uri hijo de Jur, de la tribu de Yehudá, [utilizó estos materiales] para hacer todo lo que Dios le había comandado a Moshé” (Éxodo 38:22)
Rashi comenta en el versículo como sigue:
Betzalel era tan grande que no sólo llevo a cabo el mandamiento de Moshé, sino que incluso intuyó cómo le había sido comandado el mandamiento a Moshé, a pesar de que Moshé no se lo había transmitido a Betzalel tal como lo había recibido. Moshé le instruyó a Betzalel que construyese el Tabernáculo de acuerdo a la secuencia descrita en Éxodo capítulos 25-26, donde la formación de las vasijas es descrita antes de la erección de la tienda. Betzalel discutió y dijo que normalmente uno yergue primero la construcción y sólo después comienza a considerar qué cosas poner en su interior. Moshé se dio cuenta que Betzalel tenía razón. Betzalel vivió completamente de acuerdo a su nombre, Betzel El, que significa “en la sombra de Dios”. Moshé dijo: “Tú debes haber estado en la sombra de Dios cuando Él me habló, ya que de hecho, así es como lo oí de Dios; la construcción del Tabernáculo debe ser primero”.
Pero si esa era la forma en que Moshé lo había escuchado, entonces ¿por qué no instruyó a Betzalel de esa forma desde un principio? ¿Por qué Moshé cambió el orden y antepuso la fabricación de los utensilios primero? Y más allá aún, ¿cuál es el significado de todo esto?

Un lugar de adoración

El Tabernáculo es un lugar de adoración. En lo que respecta a los seres humanos, su importancia radica principalmente en que nos permite contactarnos con Dios mediante los actos de adoración que llevamos a cabo allí. Dado que estos actos de adoración son realizados con la ayuda de los utensilios —el Arca, los altares, las vestimentas de los kohanim, etc.—, lo primero que se nos viene a la mente son precisamente los utensilios. Nos relacionamos con la tienda del Tabernáculo como el lugar en el cual tienen lugar los actos de adoración. El lugar siempre es segundo en importancia.
Pero, como hemos enfatizado anteriormente, Dios se relaciona con el Tabernáculo como un lugar en el cual habita Su Espíritu Divino. Si lo vemos desde este punto de vista, entonces la tienda misma es la que asume la importancia primaria mientras que los utensilios y los actos de adoración que se llevan a cabo en su interior son claramente secundarios.
Moshé describió primero los utensilios ya que desde la perspectiva de los seres humanos, los utensilios tienen precedencia por sobre el Tabernáculo. Betzalel discutió ya que él percibía que el Tabernáculo debía ser construido principalmente como un lugar en el cual pudiese morar Dios. Nuestra parashá nos informa que la visión de Betzalel era la correcta. Debemos intentar explorar las ramificaciones de la idea de Betzalel.
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El novio ansioso

El Talmud ofrece la siguiente metáfora para describir el deseo de Dios de construir el Tabernáculo en el desierto:
Rebi (Rabí Yehudá Hanasi, el compilador de la Mishná), hizo un contrato de compromiso con Rabí Yosi ben Zimra. Según los términos del acuerdo, el hijo de Rebi se casaría con la hija de Rabí Yosi. Los términos del contrato estipulaban que el novio estudiaría Torá durante 12 años antes de la celebración del matrimonio, pero cuando el novio conoció a la novia, él expreso su deseo de acortar el período de espera y de celebrar el matrimonio luego de seis años. Cuando vio a la novia por segunda vez, él dijo: “Celebremos el matrimonio primero, antes de que me vaya a estudiar Torá”. Su padre, Rebi, [le] dijo: “Tú estás siguiendo el precedente que sentó tu Creador. Primero está escrito: ‘Tú los traerás y los implantarás en el monte de Tu heredad, el cimiento de Tu lugar de residencia que Tú, el Eterno, has hecho; el Santuario, mi Señor, que Tus manos establecieron’ (Éxodo 15:17) (Vemos que Dios pretendía construir su santuario sólo una vez que hubiese establecido a los judíos en Israel), pero al final está escrito: “Harán un santuario para Mí, y Yo moraré en medio de ustedes” (Éxodo 25:8) (Talmud Ketuvot 62b).
El Talmud compara el establecimiento del Santuario en el desierto con la consumación de un matrimonio en el cual el novio, luego de dar un vistazo a la hermosa novia, está demasiado impaciente como para esperar hasta la fecha planeada de boda y adelanta por lo tanto la celebración de su matrimonio.
Intentemos agregar más contenido a esta metáfora.
Rabí Elazar dijo: “Está escrito ‘Y muchas naciones irán y dirán, ‘Subamos a la montaña de Dios, a la casa del Dios y Yaakov’’ (Isaias 2). ¿Por qué a la casa de Yaakov en contraste a la casa de Abraham y de Itzjak? De hecho, no como Abraham que lo llamó montaña: ‘Y Abraham llamó el nombre de ese sitio, ‘Dios será visto’, como es dicho este día, en la montaña Dios será visto’ (Génesis 22:14). Tampoco como Itzjak, quien lo describió como un campo: ‘Itzjak salió a suplicar en los campos hacia el atardecer’ (Génesis 24:63). Sino que fue como Yaakov, quien lo llamó una casa, como está escrito ‘Y él llamó a aquel lugar ‘la casa de Dios’’ (Génesis 28:19)” (Talmud Pesajim 88a).
Este pasaje habla del sitio del Templo, el cual será reconstruido en la época mesiánica. Cada uno de los patriarcas tuvo una experiencia profética en el lugar del futuro Templo. Abraham, cuya visión vino a él luego de la akedá (el abortado sacrificio de Itzjak), describió su experiencia en términos de escalar una montaña, un acto heroico que requiere de un entrenamiento especial y de invertir una gran cantidad de esfuerzo. Como tal, encontrarse con Dios en su Templo no es una experiencia que sea accesible a todos. Sólo aquellos que tuvieran la dedicación y la fortaleza de ser héroes podrían aspirar a ello.
Itzjak comparó su experiencia profética a trabajar en un campo. Esto aún requiere cierto grado de esfuerzo, pero claramente no es una tarea heroica. Toda la gente trabaja para ganarse el sustento; es una parte común de la vida diaria para todos. En términos de la visión de Itzjak, puede que el acceso al Templo de Dios no sea automático, pero la simple voluntad de trabajar es todo lo que se requiere para que sea alcanzable.
Pero Yaakov comparó su experiencia a pasar tiempo en la casa propia. Una casa es un lugar que uno considera su hogar. La casa de toda persona es su castillo. Es el lugar al cual se va cuando está desgastado de la rutina diaria y sólo quiere relajarse. Para cuando Yaakov se había perfeccionado a sí mismo, el acceso a Dios se había vuelto una cosa tan rutinaria que Yaakov podía describirse a sí mismo como pasando tiempo en la casa de Dios.
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El esfuerzo de las generaciones

Al igual que cualquier otra forma de progreso, el establecimiento de la presencia de Dios en el mundo del hombre es producto de un duro trabajo. La voluntad de Dios de proclamar Su presencia entre nosotros es una señal de un mundo mejor espiritualmente. Nosotros sabemos a partir de nuestra experiencia en el mundo físico, que se requiere una acumulación de un intenso esfuerzo para poder construir un mundo mejor. Por lo tanto, se requirió de muchas generaciones que realizaran el mismo tipo de intenso esfuerzo para provocar que Dios estableciera abiertamente una residencia aquí en la tierra. La naturaleza progresiva de este proceso es el punto del siguiente pasaje del Talmud:
Ellos escucharon la voz de Dios caminando por el jardín…” (Génesis 3:8).
Rabí Aba dijo: “El verbo ‘caminar’ de este versículo está expresado gramaticalmente en forma pasiva [para indicar que] la voz de Dios estaba en un proceso de retirada. La forma pasiva siempre es utilizada para expresar la idea de auto-absorción; uno no se dirige a otros en la forma pasiva. Adán pecó y la Presencia de Dios [la Shejiná] se fue al primer nivel de los cielos. Caín pecó y la presencia de Dios ascendió otro nivel… [Entonces] estos siete tzadikim se las ingeniaron para traerla de vuelta a la tierra. Abraham tuvo el mérito de traer la presencia de Dios del nivel siete al nivel seis; Itzjak la hizo descender del nivel seis al cinco; Yaakov al nivel cuatro; Levi al tres; Kehat del tres al dos; Amram al primer nivel, y Moshé la trajo de vuelta a la tierra”.
Rabí Itzjak dijo: “Sobre esto está escrito: ‘Los tzadikim heredan la tierra y habitan por siempre en ella” (Salmos 37). Los malvados son suspendidos en el espacio y no tienen ningún lugar en el que estar, porque ellos no traen la Presencia de Dios a la tierra, pero los tzadikim se las arreglaron para reposicionar la Presencia de Dios en la tierra por medio de sus esfuerzos. Como consecuencia, ellos “habitan por siempre en ella”; la Presencia de Dios habita en la tierra como resultado de sus esfuerzos…. ¿Cuándo se posó la Presencia de Dios en la tierra? En el día en que fue erguido el Tabernáculo” (Shir HaShirim Rabá 5,1).
El Tabernáculo no es un dulce o un trofeo que se da como premio por buen comportamiento; tampoco es una medalla de honor o una marca de prestigio que es conferida por un agradecido Dios a un merecedor pueblo judío. El Tabernáculo es erguido por medio del duro trabajo de los seres humanos que bajan la Presencia Divina a este mundo por medio de sus esfuerzos y dedicación. Es la gente la que yergue el Tabernáculo, tanto físicamente como espiritualmente.
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¿Qué es la Shejiná?

Para entender la relevancia del Tabernáculo debemos comprender, al menos en un cierto grado, la especial importancia que tiene el nombre Divino Shejiná, que es el nombre de su habitante.
La primera bendición del rezo de la Amidá comienza:
Bendito seas Tú Hashem, Dios nuestro y Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Itzjak y Dios de Yaakov…”
Éste comienzo difiere radicalmente de las otras bendiciones, las cuales comienzan con una declaración de que Dios es quien dirige el mundo:
Bendito seas Tú Hashem, Dios nuestro, Rey del universo…”
Esta variación no sólo es provocativa con respecto a que difiere de la norma, sino que no debiese ser aceptable de acuerdo a los dictámenes de la ley judía. El Talmud (Brajot 40b) establece que una bendición que no menciona específicamente el hecho de que Dios es el rey del universo es inválida y debe ser repetida.
Los Baalei Ha-Tosafot [ibid.] responden al desafío que presenta este problemático aspecto del rezo de la Amidá, y explican que cuando nos referimos a Dios como Dios de Abraham, esa es una forma alternativa de describirlo como el rey del universo. Fue Abraham quien estableció primero el reinado de Dios enseñándole a la gente que Dios era su gobernante.

¿Pero cómo podemos relacionarnos con la idea de establecer el reinado de Dios? ¿Acaso decir que Dios es el rey del universo no es meramente la constatación de un hecho? Puede que sea un hecho con el que no todos están de acuerdo, ya que hay gente que rechaza incluso la existencia misma de Dios, ¡pero eso no significa que el reinado de Dios necesite ser establecido! El creyente, quien sí acepta la existencia de Dios, no transforma a Dios en un gobernante. Dios es el rey del universo por virtud de Sus propios poderes Divinos. ¿Qué tiene que ver Abraham con eso?
La respuesta a esto está basada en uno de los principios del judaísmo. En realidad, Dios no es el rey del universo por virtud de Sus poderes Divinos. Para ser llamado rey, Dios necesita reconocimiento.
Pues a Dios pertenece el reinado, y Él gobierna sobre las naciones” (Salmos 22:29). El Gaón de Vilna explica: “Dios es el rey del pueblo judío porque ellos lo aceptaron como su rey cuando aceptaron seguir Sus leyes. En lo concerniente a las naciones, Él gobierna sobre ellos. Cuando Él quiere que hagan algo, las naciones se ven forzadas a cumplir con Su voluntad, pero dado que ellas no reconocen a Dios como su gobernante, Él no es su rey. En hebreo, el título de rey tiene una implicancia constitucional: un rey requiere del reconocimiento de sus súbditos para ameritar su título”.
Nosotros expresamos esta idea dos veces al día en el rezo del shemá.
Escucha, Oh Israel: Hashem es nuestro Dios, Hashem es uno”.
Dios, quien hoy en día sólo es nuestro Dios y no es el Dios de las naciones, va a ser el único Dios de todos en el futuro… como está escrito: “Dios será el rey sobre toda la tierra; en ese día Dios será uno y Su nombre será uno” (Rashi Ibid.).
El establecimiento del reinado de Dios es un logro de los seres humanos. El reinado es creado por la decisión voluntaria del hombre de someterse a sí mismo al mandato de Dios. Pareciera ser que después de todo sí fue Abraham el que estableció por primera vez el reinado de Dios. La nación que siguió su enseñanza y que acepto el mandato de Dios materializó, de este modo, la visión de Abraham; ya que no hay monarca si no hay súbditos. Al aceptar el mandato de Dios, el pueblo judío ameritó la posibilidad de conocer a su Creador. El resultado de esto fue el Tabernáculo.
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La parábola del matrimonio del rey

Por favor concédeme los besos de tu boca” (Cantar de los Cantares 1:2).
Este versículo es una parábola de un rey que deseaba casarse con una mujer noble de una buena familia. Él envió un emisario para pedir su consentimiento; ella respondió que no era apta ni siquiera para ser su sirvienta, pero que de todas formas, [si él realmente le estaba proponiendo matrimonio] a ella le gustaría escuchar la propuesta de sus propios labios. Asimismo, el pueblo judío hizo una petición similar: “Deseamos ver a nuestro rey”. Como está escrito:
Moshé relató las palabras del pueblo a Dios” (Éxodo 19:9).
Dios tiene una Presencia especial, una revelación de Sí mismo cuyo propósito es revelarse parcialmente a su merecedora novia humana. Después de que el pueblo judío aceptó a Dios como su rey, esta Presencia quedó íntimamente entrelazada con el pueblo judío. Para tener una idea de qué es esta Presencia, debemos escarbar un poco en nuestras almas.
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La Shejiná

El alma humana, o neshamá, se puede dividir en partes al igual que el cuerpo humano. Las partes de la neshamá son conocidas como jaya y yejida. Sin entrar a explorar la enorme complejidad que hay tras estos detalles (una tarea que por lo demás estaría más allá de mis competencias), podemos adquirir cierta idea del significado de esta división por medio de examinar la fuente de la Torá que asocia al alma con la idea de neshamá, una palabra que literalmente significa respiro.
Y Dios formó al hombre de polvo de la tierra, y Él insufló en sus fosas nasales el alma de vida; y el hombre se transformó en un ser vivo” (Génesis 2:7).
El alma humana está hecha del aliento de Dios. Y cuando este aliento se vuelve parte de nosotros se llama neshamá —el Aliento—, el aliento de Dios en nosotros. El aliento de Dios se origina simbólicamente en la fuerza de vida Divina, tal como nuestro aliento se origina en la nuestra. La respiración es la señal fundamental de la vida. La neshamá viene de jaya, una palabra que significa vida.
Pero la respiración es sólo la señal externa de vida. El aliento de vida mantiene al individuo que respira. Hablando nuevamente de forma simbólica, la fuente de la neshamá es la unicidad de Dios, o yejidá, una palabra que significa exclusivamente uno. Al igual que su profunda fuente, la neshamá humana es una porción de Dios mismo. Pero en este profundo punto, no es la neshamá individual. Es la singularidad de todas las neshamot de todos los judíos en una.
Hay 600.000 almas base que soportan los cimientos del pueblo judío. El Éxodo tuvo que esperar hasta que hubieran 600.000 hombres entre las edades de 20 y 60 antes de que el pueblo judío pudiese dejar Egipto. Para poder ser una nación viable, todos los componentes necesarios tenían que estar aquí en la tierra. Estas 600.000 almas judías son conocidas colectivamente como Kneset Israel, la congregación de Israel. Este es el nivel de yejidá. En este nivel, tú eres la fuente primaria de todas las Neshamot, y ya sea que llames a esta congregación la Presencia de Dios, la Shejiná, o que la llames Kneset Israel, sólo dependerá de tu punto de vista. Si estás mirando desde el mundo, estas viendo la Shejiná. Si estás mirando desde el trono de Dios, estás viendo a Kneset Israel. Esencialmente, estamos hablando de una sola unidad (ver Nefesh Hajaim, Portal 1, Capítulo 3).
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¿Quién soy “yo”?

Para explorar las ramificaciones de este concepto, estudiemos el siguiente pasaje del Talmud:
Cuentan del sabio Hillel que cuando se regocijaba en la celebración de Sucot en el Templo, él declaraba: “Si yo estoy aquí, entonces todo está aquí. Pero si yo no estoy aquí, ¿quién está aquí?” (Talmud Suca 53a).
Rashi y Tosafot discuten sobre la identidad de la persona a quien Hillel se refiere con su “yo”.
Rashi entiende que el “yo” del pasaje es una referencia a Dios:
Hillel hablaba al público y les advertía ante el pecado, hablando en el nombre de Dios: “Si yo, Dios, estoy aquí entonces todo está aquí; todo el tiempo que yo desee esta casa y que Mi presencia resida en ella, su gloria perdurará y todos los hombres querrán venir aquí. Pero si ustedes pecan y Mi presencia se va, ¿quién querrá venir aquí?”.
Tosafot interpreta el “yo” como refiriéndose a Hillel.
Rashi explica que Hillel estaba hablando en nombre de Dios, pero en el Talmud de Jerusalem pareciera que él estaba hablando sobre sí mismo. El Talmud pregunta allí: “¿Acaso Dios requiere la alabanza de Hillel?”. El Talmud responde que el “yo” de Hillel era el yo colectivo. Él estaba hablando en nombre de Israel, y la alabanza de Israel es mas amada para Dios que cualquier otra cosa, como está escrito: “Y Tú, el Santo, que resides en las alabanzas de Israel” (Salmos 22:3).
El alma del gran tzadik Hillel, quien era el líder de Israel en esa época, su "yo", podía representar tanto el "yo" de Dios como el "yo" colectivo de la congregación de Israel. El oído sensible puede percibir la implicancia de que estos dos "yo" son realmente uno y el mismo. La santidad del Templo los fusiona en una unidad que representa la conciencia colectiva de ambos.
La fusión de estas dos entidades —del "yo" de Dios y del "yo" de Israel— sólo puede ser expresada simbólicamente de forma adecuada en términos de la consumación de un matrimonio. Idealmente, cuando los integrantes del matrimonio se unen, sus dos "yo" se funden en un solo e inseparable "yo". Ellos mismos no tienen una noción clara de dónde termina uno y dónde comienza el otro.
Cuando Israel se comporta de manera meritoria, puede alcanzar el mismo nivel de unidad con Dios. Es la necesidad de expresar esta destacable unidad la que hace necesario un Templo en el cual dicha unidad entre Dios e Israel puede realmente ser vista y sentida.
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Fundiéndonos con Dios

La Presencia de Dios no puede ser detectada sino mediante la formación de un poderoso lazo espiritual con alguna criatura inteligente. Su Presencia siempre es detectable en los cielos, ya que Él es el reconocido rey de todas las criaturas que residen allí; las criaturas celestiales siempre están en perfecta unión con Dios.
Pero para hacer que Su presencia sea percibida en la tierra, Dios debe fundirse con el hombre y, como bien sabemos, este tipo de unión no puede ser tomada por sentada. A diferencia de las criaturas que habitan en los cielos, aquí en la tierra tenemos libre albedrío y solemos estar confundidos. Se requiere de un gigante como Abraham para trazar el camino que eventualmente resultará en la fusión entre el pueblo judío y Dios.
Cuando Dios fue finalmente capaz de enviar Su Shejiná a la tierra para fundirse con el hombre, Él exigió parte de Su dominio al cual no tenía entrada previamente. No hay duda de que Él tenía el poder para manipularlo desde el exterior dado que Él había sido su creador, pero no tenía posibilidad alguna de generar una relación con esta parte del universo. No había afección ni calidez. Él no podía hacer que Su presencia fuese sentida. La conexión hombre-Dios era meramente una relación de negocios.
Nuestra parashá cierra el libro de Éxodo. En su introducción a Éxodo, Najmánides explica que este libro es la historia de la primera diáspora y de la primera redención. A pesar de que para el final de Éxodo Israel aún no ha ingresado a la Tierra Prometida y sigue vagando por el desierto, la Redención ya ha llegado. La completitud de la construcción del Tabernáculo, y el hecho que la Shejiná habitara en él constituían la verdadera redención. Cuando la Shejiná llegó para morar en el Tabernáculo, Israel alcanzó una vez más el elevado nivel espiritual de los patriarcas, en cuyas tiendas moraba la Shejiná.
El Éxodo termina:
"La nube cubría la Tienda del Encuentro y la Presencia de Dios llenaba el Tabernáculo" (Éxodo 40:34).
La fusión del "yo" de Dios con el "yo" de Israel es el verdadero Éxodo. Con la fusión de los "yo", el hombre pudo finalmente escapar de las limitaciones de la fisicalidad para unirse con el infinito. Cuando el "yo" colectivo de Israel se fundió con Dios, la luz Divina que bajaba por los niveles de yejidá y jaya hasta el nivel de neshamá transformaron la existencia de cada judío. La vida física adquirió un manto espiritual.
La falta de un Templo nos quita la capacidad de expresar nuestra espiritualidad en nuestras vidas diarias y deja seriamente dañada nuestra humanidad. Somos acorralados por las limitaciones de la fisicalidad y el único camino hacia el mundo del espíritu que se mantiene abierto es a través de nuestras mentes e imaginaciones. Pero el contacto que logremos establecer con Dios por medio de estos canales suele dejar a nuestros cuerpos y emociones atrás, atascados en el lodo de un mundo que es gobernado por los Faraones. Ante la ausencia del Tabernáculo, la liberación del Éxodo no puede penetrar el nivel de lo físico.
Nuestras propias frustraciones relativas a esta inhabilidad de expresar nuestra espiritualidad de forma física son compartidas por Dios. La falta de un Templo también lo restringe a Él para alcanzar Su meta, la fusión entre Su Shejiná e Israel. Él se convierte en un rey sin un país.

Eliahu le pregunto a Rabí Yosi si había escuchado algo cuando rezó. Rabí Yosi le dijo que escuchó una voz como de una paloma que proclamaba: “Ay de mis hijos, debido a sus pecados, Yo he destruido Mi casa y he quemado Mi santuario y los he exiliado entre las naciones”... Ay del Padre que tuvo que exiliar a Sus hijos, y ay de los hijos que fueron alejados de la mesa de su Padre (Talmud, Brajot 3a).

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