martes, 13 de junio de 2017

Las batallas de Gran Bretaña y Egipto

Por Clifford D. May 

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"Los que quieren que sus hijos vivan en libertad deberían estar construyendo una defensa común, un plan para derrotar definitivamente a los yihadistas del siglo XXI"
El mes, pasado, a la matanza de 22 asistentes a un concierto en Manchester le siguió, cuatro días después, el asesinato de 29 cristianos que viajaban en autobús a un monasterio del desierto que queda al sur de El Cairo. El Estado Islámico se atribuyó ambos ataques. En un vídeo publicado en internet, un vocero enmascarado acusaba a las víctimas de Manchester —muchas de ellas adolescentes, seguidoras de la cantante pop Ariana Grande— de “cruzadas”. En cuanto a los cristianos egipcios, los coptos, han sido descritos en otros vídeos del Estado Islámico como “nuestra presa favorita”.
Sería útil que nosotros —republicanos y demócratas, de izquierda y derecha— pudiésemos al menos reconocer que este sangriento pudding sí tiene sustancia. Los sedicentes yihadistas —guerreros santos— tienen objetivos bélicos: en concreto, limpiar de cristianos y miembros de otras minorías religiosas lo que hemos acabado denominando mundo islámico, y hacer que quienes viven en el mundo multicultural —antaño conocido como la Cristiandad— tengan tanto miedo y estén tan desmoralizados como para que rindan sus libertades.
Esto y más es lo que nos han estado diciendo los yihadistas, una y otra vez, con palabras y hechos terribles. Desde su punto de vista, están Dar al Harb, la Casa de la Guerra, donde los “arrogantes” —que comprende a los no creyentes, los herejes y los apóstatas— violan las leyes de Alá; y, pugnando con Dar al Harbla Casa de la Sumisión, Dar al Islam, donde los yihadistas imponen las leyes de Alá —tal como ellos las interpretan—. Acabar con la primera y expandir la segunda es su obligación religiosa.
Los atentados arriba citados coincidieron con el primer viaje al extranjero como presidente deDonald Trump. El mensaje que decidió transmitir era importante. En Arabia Saudí se alineó literalmente con más de cincuenta dirigentes de países de mayoría musulmana para declarar una oposición conjunta a lo que denominó “el extremismo islámico y a los islamistas, y al terror islámico en cualquiera de sus formas”.
Así exhortó a esos potentados:
¡Échenlos! Échenlos de sus lugares de culto. Échenlos de sus comunidades. Échenlos de su tierra sagrada. Y échenlos de esta Tierra.
No le llevaron la contraria. No le acusaron de islamofobia. Algunos —no todos— podrían estar lamentando de veras hasta qué punto, con su riqueza petrolera y sus jerarcas religiosos, han contribuido a crear los monstruos de Frankenstein que ahora les amenazan tanto como a nosotros.
El presidente habló también con franqueza de la República Islámica de Irán, un régimen tan fervientemente comprometido con la yihad como el Estado Islámico y Al Qaeda. “Desde el Líbano a Irak y el Yemen, Irán financia, arma y entrena a terroristas, milicias y otros grupos extremistas que diseminan la destrucción y el caos por toda la región”, dijo Trump a su audiencia en Riad. “Durante décadas, Irán ha avivado las llamas del conflicto sectario y el terrorismo. Es un régimen que habla sin tapujos del asesinato de masas juramentándose para con la destrucción de Israel, la muerte de América y la ruina de muchos líderes y países que están en esta sala”. Figúrense: ni una palabra sobre los “moderados” de Irán.
Desde Arabia Saudí, Trump voló directamente a Israel —algo insólito para un presidente estadounidense—, y desde ahí fue al Vaticano. Mike Deaver no habría podido hallar una manera mejor de apoyar la concordia interreligiosa.
Después vino Bruselas y la 28ª Cumbre de la OTAN. En la campaña electoral del año pasado, Trump dijo que la OTAN estaba “obsoleta”. Sospecho que lo que quiso decir es que era obsolescente. De cualquier modo, en esa ocasión fue claro:
La OTAN del futuro deberá poner un gran foco sobre el terrorismo y la inmigración, así como sobre las amenazas directas de Rusia y sobre las fronteras oriental y meridional de la OTAN.
Sin una determinación y un esfuerzo considerables de los europeos, no se desarrollará una OTAN 2.0. En respuesta a los ataques yihadistas y la infiltración, los europeos tienen que hacer algo más que poner flores y velas y publicar hashtags y reafirmarse a sí mismos en que “¡Manchester está unida!” y “¡Manchester es fuerte!”.
No es útil decir, como hizo el año pasado Sadiq Khan, el alcalde de Londres, que los ataques terroristas “forman parte de la vida en una gran ciudad” [Nota editorial: este artículo está escrito antes del ataque terrorista registrado la semana pasada en la capital británica]. Es delirante sugerir, como hizo Jeremy Corbyn, el líder del izquierdista Partido Laborista británico, que el terrorismo es una respuesta comprensible a los agravios causados por las políticas exteriores occidentales.
Todo miembro de la OTAN debería gastar por lo menos el 2% anual de su PIB en su propia defensa, como indicó gentilmente Trump. Sólo cinco de sus 28 miembros llegan actualmente a ese mínimo. La mayoría de los miembros de la OTAN tienen asimismo que desarrollar nuevas y mejoradas capacidades militares para abordar tanto el conflicto global actual como el resurgimiento de la amenaza rusa. Y tienen que estar dispuestos a desplegar sus tropas contra nuestros enemigos comunes.
Estas quejas ya habían sido expresadas por anteriores Administraciones. En su último discurso como secretario de Defensa, Robert Gates, que prestó servicio con ocho presidentes, dijo que los estadounidenses estaban cada vez más cansados de gastar dinero “en la defensa de países que aparentemente no quieren dedicar los recursos o hacer los cambios necesarios para ser socios serios y capaces en su propia defensa”. Los líderes europeos sonrieron, menearon la cabeza y pasaron a otros asuntos.
Entre tanto, los yihadistas han estado aprendiendo e innovando. Lo esperable es que la frecuencia y la letalidad de sus ataques aumenten. A medida que el Estado Islámico sea expulsado de Siria e Irak, sus líderes se centrarán cada vez más en las operaciones externas. Ese fue el mensaje que mandaron en Inglaterra y Egipto.
Los que quieren que sus hijos vivan en libertad deberían estar construyendo una defensa común, un plan para derrotar definitivamente a los yihadistas del siglo XXI. Ese es el mensaje que el presidente Trump envió desde Oriente Medio y Europa. Políticas y personalidades al margen, ¿podemos al menos reconocer que sería sensato darle un par de vueltas?
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

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