martes, 18 de julio de 2017

¿Otra vez?
Escrito por Ale Mellincovsky
¿Saben por qué cuando hay un atentado en cualquier parte del mundo se puso de moda decir “yo soy esa ciudad” para todo lugar donde sea posible (Paris, Niza, Estambul, etc.), menos si el asesinato es en Israel o si las víctimas son judías? Acá esta la respuesta.
“Otra vez” fue la leyenda del encabezado de cada página dedicada a la cobertura del atentado a la AMIA en el diario Clarín desde el día subsiguiente, durante un mes. Pero la leyenda no estaba sola, venía acompañada de un Maguen David (escudo de David).
¿Otra vez qué?
¿Otra vez estos judíos traen los atentados al país y nos ponen en peligro? ¿Otra vez los terroristas atacan a un objetivo judío? Para bien o para mal, el eje es uno solo: otra vez los judíos.
Y es por eso que a nadie se le ocurrió decir “Yo soy Buenos Aires”. Porque en el subconsciente (no tan en el fondo), no fue solamente el gran diario argentino que vio a este acto terrorista como una cuestión judía, sino la sociedad local, la que no lo vio como un ataque a sí misma. Nadie fuera de Argentina iba a identificar este acto terrorista como un atentado a ese país, si los propios argentinos lo único que tenían era miedo por la proximidad geográfica, por la cercanía a los judíos, a quienes veían como un blanco legítimo del terrorismo, pero no a ellos mismo como país.
A los minutos del hecho se acercó el entonces Presidente de la Cámara de Diputados Alberto Pierri y hoy dueño de Telecentro, la única empresa de telecomunicaciones que goza del triple play en Argentina, Alberto Pierri, autor de la frase “tengo un amigo judío” (la creó para la eternidad luego de dedicarle el cálido augurio de “judío piojoso” a Román Lejtman). Fue a ver lo que les hicieron a sus amigos judíos, por error en su país, pero al toque familiares y voluntarios rescatistas lo sacaron de la zona.
Pero el atentado a la AMIA, el más grande de la historia argentina, sí afectó al país. No por el blanco, tácitamente legítimo, sino porque “murieron judíos e inocentes”, frase acuñada por Bernardo Neustadt, el principal periodista político de ese entonces. Está claro que los inocentes son los argentinos. No hay que aclarar que los judíos son siempre culpables de un deicidio siempre vigente en sociedades que se alían estratégicamente con el Estado de Israel porque comienzan a percibir al terrorismo islámico, y como los musulmanes les dan más asco que los judíos, toleran a los hebreos, los toleran pero no los aceptan como pares.
Y fue el mismo Neustadt que horas después del atentado, en la prime time de su programa Tiempo Nuevo, cruza en el aire el ex presidente argentino, Carlos Menem y al entonces primer ministro de Israel, Itzjak Rabin. Mientras el mandatario argentino le expresa “mis condolencias” en un fallido intento de lavarse las manos, el israelí le responde “¡No!, mis condolencias para usted y para su pueblo”. Menem, queriendo hacer entender que se trata de un tema judío o israelí (juega con una simbiosis de ambas cosas) y Rabín, correcto desde lo legal, desentendiéndose de lo sucedido, ya que no hubo ningún factor israelí involucrado en este atentado realizado en suelo argentino contra argentinos.
Esa fue la concepción reinante, que no veía a los judíos como ciudadanos argentinos con un credo específico, sino que le los percibía como extranjeros. Una clara prueba de esto es la infiltración en la Organización Sionista Argentina de Yossi Pérez, un espía que la Policía Federal introdujo en los ´80 y los ´90 para recabar información, que lo hizo porque veían a los judíos como una amenaza para la República Argentina.
Esa misma concepción de los judíos como algo foráneo, la tuvo el jefe de bancada oficialista en el Senado de la Nación, Miguel Ángel Pichetto, quien diferenció entre los argentinos-judíos y los argentinos-argentinos. Lo hizo cuando se debatió la aprobación del Memorandum de Entendimiento con Irán, un acuerdo que el gobierno argentino hizo para enterrar la causa, acordando con el principal sospechoso, el estado negacionista de Irán. Y lo hizo el 27 de enero, Día Internacional del Holocausto, te matan y te rematan.
Y lo mismo se dijo con el Fiscal Alberto Nisman, en realidades distintas, pero con una reacción oficial y paragubernamental calcada del caso Dreyfus. No importó que uno sea Capitán Francés y el otro Fiscal de la Nación Argentina. Los dos eran judíos. Uno conspiraba en contra de Francia para Alemania y el otro en contra de Argentina para el Sionismo Internacional.
Y si a los judíos se los percibe como habitantes circunstanciales, hay que ver el trato que se le da a los que los quieren eliminarlos de la faz de la Tierra, a los nazis. Acabamos de ser testigos de cómo se paseaban miembros del partido nazi argentino “Bandera Vecinal” por la mismísima Casa Rosada, en una reunión convocada por el Peter Robledo, Subsecretario Nacional de Juventud, y auspiciada por el Jefe de Gabinete Marcos Peña y la Ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley. Ante el repudio generalizado, el convocante adujo que no los invitó, manifestando ignorancia e incompetencia al decir que no sabía quiénes eran. Pero dijo algo más, “pensé que eran de un partido vecinal”, una terminología que no es nueva. Al teniente nazi Erich Priebke, responsable de la matanza en las Fosas Ardeatinas, y albergado en Bariloche, Argentina. Cuando se pidió su extradición para ser juzgado, el principal argumento en contra, era que no podía ser nazi porque “era un buen vecino”.
En esta bonita vecindad, el lema para acudir a la primera marcha en repudio al atentado a la AMIA, luego que el 18 de julio de 1994 explotara la bomba, fue “hoy somos todos judíos”. Muy claro, fue algo “judío”, ajeno a lo argentino. Y lo somos “hoy”, porque mañana ya va a pasar de moda.

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