lunes, 7 de agosto de 2017

¿Nos estamos dejando arrebatar el Monte del Templo?

Por Martin Sherman 

Jerusalén

"Nada ayudará más a que los musulmanes sigan creyendo que pueden erradicar la presencia judía de todo el territorio de Israel, o al menos erradicar la soberanía judía sobre él, que impugnar con éxito el control judío sobre el lugar más sagrado de los judíos. A ojos de los musulmanes, si pueden arrebatar a los judíos el control sobre el Monte del Templo, también podrán arrebatárselo en cualquier otra parte del territorio""Lo que ahora se pide no es la vuelta a la contención reticente, sino el despliegue de una determinación implacable. Salvo que los judíos transmitan un mensaje inequívoco de que cualquier desafío a su soberanía será respondido con una abrumadora fuerza letal, acabarán siendo inevitablemente víctimas de la insurrección violenta de sus adversarios árabes"
“Es de extrema importancia que se encuentre una solución a la presente crisis antes del viernes de esta semana (…) Los peligros sobre el terreno aumentarán si pasamos otro ciclo de viernes de oración sin una solución (…) Lo que pasa en Jerusalén tiene el potencial de acarrear costes catastróficos (…) mucho más allá de los muros de la Ciudad Vieja, mucho más allá de Israel y Palestina y mucho más allá del propio Oriente Medio” (Nikolai Mladenov, coordinador especial de Naciones Unidas para el Proceso de Paz en Oriente Medio, 24 de enero de 2017).
“Cuando cedemos ante las preocupaciones de los árabes (y de los musulmanes yihadistas) por las cuestiones de honor, dando marcha atrás en cualquier cosa que digan que les ofende, nos creemos que nuestra generosidad y contención conseguirán de algún modo que los extremistas se comporten de forma más racional. En vez de eso, acabamos tapándonos la boca y por ende siendo partícipes de sus actitudes más beligerantes, honrándolas y confirmándolas. Y no hay nada de generoso, racional o progresista en eso” (Richard Landes, ‘Tablet Magazine’, 24 de junio de 2014).
Los sangrientos acontecimientos de las últimas semanas son un desafío a la fe y a la razón. Una serie de ataques no provocados de árabes contra israelíes generó, inexplicable, inconcebible y exasperantemente, una ola de críticas internacionales a… ¿las respuestas defensivas de Israel?

La lamentable reticencia de Israel

Naturalmente, en un mundo donde la equidad y la razón dominaran la gestión de los asuntos internacionales, Israel habría obtenido por doquier solidaridad y apoyo, o, como mínimo, una comprensión tácita de su actitud. Al fin y al cabo, las medidas de seguridad adoptadas por Israel tras el ataque letal contra sus agentes de seguridad en el complejo del Monte del Templo no fueron extremas ni excesivas. Al contrario: fueron enteramente razonables, apropiadas e incluso se podría pensar que inevitables.
¿Qué puede ser más natural que aumentar las medidas de seguridad tras un mortífero ataque terrorista?
Pero, desgraciadamente, la reacción internacional estuvo muy lejos de lo que cabría esperar en un mundo imaginario de equidad y racionalidad. En el mundo real, ocurrió todo lo contrario. Se cargó a Israel con la responsabilidad de desactivar la supuesta situación explosiva generada por la amenaza de agresión de sus enemigos.  
No menos lamentable, sin embargo, fue la humillante respuesta de Israel a las absurdas recriminaciones, que sólo ayudó a avivar las llamas del despropósito. En vez de repudiar firme y resueltamente las ridículas acusaciones en su contra, Israel se empeñó en hacer de adulto responsable reconociendo que, en efecto, debe asumir la carga de prevenir cualquier violencia que los árabes/musulmanes puedan decidir instigar.

Una invitación a la extorsión

Por supuesto, esto implica paradójica y perversamente que quien es objeto de una agresión tiene la culpa de cualquier cosa que le suceda, mientras se exime a los agresores de toda responsabilidad por cualquier fechoría que les dé por perpetrar.
Como era de prever, esta conducta ostensiblemente madura y moderada de Israel ha tenido escaso reconocimiento. En vez de recibir cálidos aplausos, ha sido rotundamente condenado. En vez de serle reconocida su altura de miras, se percibió que admitía tácitamente su culpa. Después de todo, si uno cree que las medidas que ha tomado son justas y adecuadas, ¿por qué reniega de ellas? Visto desde esta perspectiva, dar marcha atrás sólo se puede interpretar como la admisión de un acto indebido.
Así que, al claudicar ante las amenazas de violencia, el Gobierno israelí ha extendido una inequívoca invitación a la comisión de más extorsiones, porque ha transmitido un inconfundible mensaje de debilidad, a sus amigos y también a sus enemigos. O es incapaz de gestionar las amenazas de violencia musulmana o no está dispuesto a afrontar las consecuencias de la ensayada ira musulmana. Pero, sea por falta de habilidad o por falta de voluntad, no hay muchas diferencias en la conclusión que inevitablemente se extraerá: no se puede hacer nada para prevenir nuevas amenazas que busquen concesiones de mayor alcance.

Lo confieso: estaba equivocado

Como judío no observante cuya relación con el Todopoderoso ha sido tensa, por decirlo suavemente, siempre he sido escéptico cuando mis allegados más devotos afirmaban que el Monte del Templo es fundamental para el mantenimiento de la soberanía judía. Aunque estaba en contra de cualquier concesión territorial de Israel, incluido el Monte del Templo, sostenía que la lucha por el control judío del lugar era más incidental que central.
Yo creía –y en muchos sentidos lo sigo haciendo– que, a fin de dar un mayor empaque a lascondiciones para que Israel perdure como el Estado-nación de los judíos, ha de subrayarse la crucial importancia estratégica de todo el territorio que se extiende a lo largo de la Línea Verde anterior a 1967, y el grave riesgo que correría Israel si llevara a cabo cualquier retirada significativa. En consecuencia, me parecía que no había necesidad de considerar aparte el Monte del Templo, ya que era obvio que se incluiría en el territorio que Israel necesita preservar. De hecho, pensaba que quizá era mejor no dar importancia al control del Monte, a fin de que no se rechazaran los debates estratégicos racionales con el pretexto de que estuvieran viciados por el “fanatismo religioso”.  
¡Pues resulta que me equivocaba!
Aunque sigo pensando que, si quiere seguir siendo viable como el Estado-nación de los judíos, Israel no puede aceptar rendir su soberanía sobre Judea y Samaria, hoy soy más receptivo a la idea de que el control del Monte del Templo es la clave para mantener la soberanía judía. Por imperativos de orden no estratégico sino psicológico-político; no porque los fanáticos judíos piensen así, sino porque también piensan así los fanáticos musulmanes.
Nada ayudará más a que los musulmanes sigan creyendo que pueden erradicar la presencia judía de todo el territorio de Israel, o al menos erradicar la soberanía judía sobre él, que impugnar con éxito el control judío sobre el lugar más sagrado de los judíos. A ojos de los musulmanes, si pueden arrebatar a los judíos el control sobre el Monte del Templo, también podrán arrebatárselo en cualquier otra parte del territorio.
Para ellos, si los judíos están dispuestos a renunciar al control del Monte del Templo para evitar un estallido de rabia musulmana, estarán igual de dispuestos a renunciar al control de Haifa y Tiberias. Si se percibe que los judíos no están dispuestos a plantar cara por su lugar más sacrosanto, en el corazón de su capital, ¿por qué iban a estar dispuestos a seguir plantando cara en cualquier otro lugar, menos sacrosanto, siempre que surja un pretexto para el conflicto?

“Si no puedo traer mi pistola, no tiene sentido rezar…”

La insufrible insensatez de la oposición al refuerzo israelí de las medidas de seguridad y la flagrante hipocresía de los grandes medios al cubrir el asunto quedaron expuestos de manera muy gráfica en un contundente video de Daniel Pomerantz, de Honest Reporting. En él, Pomerantz expresa su perplejidad por la reacción de los musulmanes a la instalación de detectores de metal después de que tres terroristas árabes salieran de la mezquita de Al Aqsa y dispararan y mataran a dos policías israelíes con armas automáticas que habían introducido clandestinamente en el recinto.
“No entiendo muy bien el sentido de negarse a pasar por un detector de metales”, comenta Pomerantz, añadiendo mordaz y acertadamente: “Es como decir: ‘Bueno, si no puedo traer mi pistola, no tiene ningún sentido rezar’”.
Pomerantz refuta hábilmente las denuncias musulmanas de que los detectores de metal son un intento de los israelíes de cambiar el statu quo del complejo señalando que el statu quo ya había sido transgredido por los terroristas. Con los detectores de metal se pretendía volver alstatu quo ante, abunda Pomerantz, a fin de que Al Aqsa volviera a ser un lugar de culto y no una armería.
Pero, por supuesto, esto le dio igual a los instigadores de la agitación árabe. Para ellos, cualquier medida –no importa lo apropiada o esencial que sea para unas exigencias legítimas de seguridad– era simplemente una oportunidad para desafiar la soberanía judía.

El apaciguamiento nunca sacia, sólo abre el apetito

En un reciente artículo de opinión, instructivamente titulado “El problema de los detectores de metales es que son judíos”, Fred Marún, árabe residente en Canadá, resumió sucintamente el motivo de fondo de la resistencia árabe a las medidas de seguridad israelíes:
Tristemente, la mayoría de los árabes siguen viendo a Israel como el enemigo ‘yehudi’ que debe ser derrotado a cualquier precio. Por lo tanto, cuando Israel recula y no acomete un cambio que es racional y razonable, hay apaciguamiento. El apaciguamiento, con gente que te odia más allá de lo concebible, no funciona.
Tiene razón. Como la Historia ha demostrado tantas veces, el apaciguamiento nunca sacia el apetito del agresor. Sólo lo estimula, y cada gesto aplacador eleva las expectativas de nuevas y más sustanciosas concesiones.
Una opinión parecida expresó el ministro de Educación israelí, Naftalí Bennett.
Desde luego, he tenido y sigo teniendo algunas discrepancias políticas importantes con Bennett, pero sus declaraciones de estas últimas semanas han sido muy oportunas. “Israel ha salido de esta crisis considerablemente debilitado”, se lamentó. “En lugar de fortalecer nuestra soberanía en Jerusalén, hemos enviado un mensaje de que nuestra soberanía puede ser impugnada, no sólo en el Monte del Templo, también en otras partes”.
“La decisión de retirar los magnetómetros [los detectores de metal] fue sin duda una decisión equivocada”, dijo también. “Israel ha salido de todo este asunto más débil (…) Cada vez que Israel cede ante la presión estratégica, se perjudica en el largo plazo. Perjudica nuestra capacidad para impedir ataques”. “Preveo un aumento de la violencia en las próximas semanas. Vivimos en el barrio más duro del mundo. Cuando huelen la debilidad, se vienen arriba”, advirtió con tono funesto.
Bennett instó a Benjamín Netanyahu a que rescindiera todos los programas diseñados para mejorar las condiciones de los palestinos e iniciara un plan tajante para combatir el terrorismo:
El primer ministro debe dar instrucciones al ministro de Defensa para que quite de la mesa los planes de promoción de los palestinos a base de zanahorias y los sustituya por planes de operaciones que pongan fin al terrorismo.
Está por ver con qué firmeza y eficacia insistirá Bennett en la aplicación de su rotunda prescripción, a pesar de que hay un amplio apoyo popular a la aplicación de medidas más duras.  
Israel Hayom, que normalmente defiende a Netanyahu, publicó una devastadora condena de la actuación del primer ministro bajo el título de “La debacle de los detectores de metal: la endeble respuesta de Netanyahu”. En ella, el corresponsal político Mati Tuchfeld citaba una encuesta del Canal 2, realizada tras la retirada de los detectores, según la cual el 77% de los ciudadanos israelíes consideraba que el Gobierno se había doblegado ante la presión, mientras que el 67% opinaba que Netanyahu no había gestionado bien la situación. Además, el 68% pensaba que la decisión inicial de instalar los detectores había sido acertada.
Todo esto parece indicar que el normalmente ultrainteligente Netanyahu está gravemente desconectado de su base política, que parece exigirle una actitud mucho más vigorosa ante el creciente desafío a la soberanía judía.

El islam y la soberanía israelí

Tal vez la amenaza más grave de todas las que puedan surgir tras la falta de resolución judía sea la perspectiva de una insurrección y una revuelta de los ciudadanos árabes de Israel. Fue una amenaza claramente visible en la noche del 26 de julio en la ciudad israelí de Um al Fahm, donde miles de personas asistieron al funeral por los tres terroristas que asesinaron a los dos policías en el Monte del Templo. Al parecer, los asistentes alabaron a los asesinos como shahids (mártires) de Al Aqsa, prometieron seguir sus pasos e izaron retadoramente la bandera palestina.
Sin duda, esta amenaza se materializará a no ser que los árabes se convenzan de que los judíos no van a tolerar ningún desafío –dentro o fuera de sus fronteras– a su soberanía nacional y a su independencia política.
Lo que ahora se pide no es la vuelta a la contención reticente, sino el despliegue de unadeterminación implacable. Salvo que los judíos transmitan un mensaje inequívoco de que cualquier desafío a su soberanía será respondido con una abrumadora fuerza letal, acabarán siendo inevitablemente víctimas de la insurrección violenta de sus adversarios árabes.
Permítanme acabar con unas palabras del doctor Mordejai Kedar, renombrado experto en islam y exfuncionario de los servicios de inteligencia de las IDF:
La única forma de que el islam pueda convivir con la soberanía israelí pasa por que reconozca que Israel es fuerte e invencible, y que cualquier intento de doblegarlo se saldará indudablemente con la derrota (…) La posibilidad de una paz definitiva con los judíos al estilo europeo no existe en Oriente Medio, lo que significa que sólo la fuerza y la voluntad de usarla darán a Israel una paz temporal que durará para siempre, si Israel es invencible para siempre, claro.
Amén.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio

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