viernes, 8 de diciembre de 2017

Vaieshev (Génesis 37-40) 
Yosef y sus hermanos: Anatomía de una venta 
por  
Enseñanzas profundas de la parashá semanal del líder espiritual de Moshav Matitiyahu en Israel.

    “…y Yosef llevaba malos reportes sobre ellos a su padre”. (Génesis 37:2)
Tal como las secciones halájicas de la Torá escrita fueron creadas para permanecer como un misterio sin la elucidación de la Torá Oral, así también las narrativas son incomprensibles sin las explicaciones de la Torá Oral. Una de las porciones de la Torá más difíciles de entender es el episodio de Yosef y sus hermanos, que culminó cuando él fue vendido por ellos como esclavo a Egipto. Lo que sigue es un compendio basado en los Sabios y en comentaristas posteriores.
Cada uno de los 12 hijos de Yaacov poseía características y talentos específicos que serían necesarios para sus descendientes, las 12 tribus, para que cada tribu cumpliera su rol único en la formación del pueblo judío. Cada hijo expresaba una faceta diferente de la personalidad de Yaacov su padre. Yaacov mismo personificaba a todo el pueblo judío, Israel, en un microcosmos.
Yosef, a diferencia de sus hermanos, era una réplica completa de su padre Yaacov, creado a su semejanza en lo físico y en lo espiritual. Yosef era el primogénito en potencia de Yaacov, dado que Yaacov había tenido la intención de casarse primero con Rajel y Yosef era el primogénito de Rajel. Al igual que Yaacov, Yosef también poseía todas las variadas características que definirían a todo el pueblo judío.
El rol de Yosef era proveer a las otras tribus de los medios para desarrollar sus roles individuales. Por eso Yosef precedió a sus hermanos en su llegada a Egipto y sentó las bases para la eventual estadía de sus hermanos en ese lugar. El descendiente de Yosef, Yehoshua, conquistó la tierra que luego las tribus desarrollaron como la nación judía. Al final de los días, el Mashiaj ben Yosef va a preparar el camino para el Mashiaj ben David.
Con el nacimiento de los 12 hijos de Yaacov, la transición entre el período de los patriarcas y el de las tribus se completó. Sin embargo surgió la pregunta, ¿Acaso constituían los 12 hermanos el comienzo del pueblo judío o eran ellos sólo los precursores de lo que sería posteriormente una nación? ¿Tenían ellos el estatus halájico de judíos o aún eran considerados gentiles?
La respuesta a esa pregunta tenía obviamente un significado profundo. Los hermanos afirmaban que ellos ya representaban una nación en estado embrionario y que por eso poseían el estatus de judíos. Yosef, sin embargo, mantenía que ellos no constituían aún una nación, sino que sólo eran los precursores de la nación. Para los hermanos ya había llegado el momento de empezar a cumplir con sus roles individuales en la totalidad del pueblo judío, mientras que Yosef se veía a sí mismo como un pastor de sus hermanos, con la misión de nutrirlos y prepararlos para sus eventuales roles.
Ahora podemos entender porqué Yaacov transmitió sólo a Yosef la Torá que él había aprendido en la Ieshivá de Shem y Ever. Dado que esta era una Torá de gentiles, sólo Yosef la consideraba relevante. Los otros hermanos ya se consideraban a sí mismos judíos.
En consonancia con esta perspectiva de su rol, Yosef supervisaba cuidadosamente a sus hermanos. Por ejemplo, él nutría y guiaba a los hijos de las sirvientas, que estaban destinados a convertirse en seguidores y adeptos dentro del pueblo judío. La descripción de la Torá de Yosef vehu naar ('él era un joven'), sugiere su tarea autoimpuesta, lenaer, desarrollar y despertar sus talentos. Con los hermanos más influyentes que serían los líderes de la futura nación— Yosef se comportaba como un perro guardián, monitoreando sus actividades y reportándolas a su padre.
Los Sabios relatan que Yosef reportó a su padre tres cosas en relación a sus hermanos: que ellos comieron carne sacada de un animal vivo; que ellos llamaron  a los hijos de las sirvientas “esclavos”; y que se comportaron de manera inmoral con las mujeres canaanitas. En cada uno de estos casos, el desacuerdo entre Yosef y sus hermanos dependía de su estatus halájico.
Un judío tiene permitido comer carne de un animal que ha sido matado en forma ritual, incluso si todavía está sacudiéndose. Los gentiles sin embargo, tenían prohibido, antes de la entrega de la Torá, comer carne de un animal hasta que éste hubiera dejado de moverse completamente. Dado que los hermanos se consideraban judíos, ellos no esperaban para empezar a desmembrar hasta que cesara todo el movimiento. Yosef, sin embargo, consideraba esto como carne sacada de un animal vivo, dado que él se consideraba gentil.
Igualmente, si Yaacov tenía el estatus halájico de gentil, entonces aún considerando que Bilha y Zilpa eran sirvientas, sus hijos eran hombres libres (ver Talmud – Kidushin 67b). Pero si él era considerado judío, entonces los hijos de las sirvientas eran esclavos, a menos que sus madres hubieran sido liberadas previamente o se hubieran convertido. Yosef asumió que Yaacov tenía la misma opinión que él y que por eso no había liberado a sus sirvientas. Pero de acuerdo a los hermanos, si las sirvientas no habían sido liberadas, sus hijos eran esclavos. Entonces, la opinión halájica de los hermanos, ante los ojos de Yosef, era equivalente a llamar a los hijos de Bilha y Zilpa esclavos.
Los hermanos se consideraban a sí mismos como separados naturalmente de las otras naciones en virtud de su estatus como judíos. Por eso no había peligro de involucrarse en transacciones de negocios con mercaderes canaanitas mujeres. Yosef, por otra parte, no veía ninguna barrera natural entre sus hermanos y sus vecinos y por eso consideraba esta asociación como algo peligroso.
Si Yosef hubiera reportado a su padre los hechos y le hubiera dejado decidir cómo interpretarlos, no habría existido ninguna falla en su reporte. En cambio, él reportó a su padre solamente sus conclusiones, creando una visión negativa de la conducta de sus hermanos. Él no era lo suficientemente maduro, dice el comentarista Sforno, como para considerar la magnitud de las implicancias de sus acciones.
Luego la Torá nos informa que Yaacov, en su rol de Israel, el progenitor de la futura nación (y no como Yaacov, el padre personal de 12 hijos individuales), amaba a Yosefmikol banav, iteralmente, 'de todos sus hijos'. Su amor por Yosef emanaba del amor de todos sus hijos, porque él veía a Yosef como aquel que los representaba a todos y aquel que los prepararía para sus futuras tareas.
Él le hizo a Yosef un Ketonet pasim, una túnica de muchos colores, que representaba su rol multifacético, o una muñequera (ver Baal Ha Tosafot). Así como la muñeca representa la unión entre los músculos del brazo y las manos, así también, Yosef era el vínculo para materializar el potencial de los hermanos. (El nombre Yosef es pas 'muñeca' más dos letras del nombre de Dios).
Los hermanos veían en Yosef una amenaza a la nación, que desde la perspectiva de ellos, ya se había materializado. Percibían que él estaba tratando de ganar favor y gracia en los ojos de Yaacov a expensas de ellos. Ellos veían el amor de su padre por Yosef como algo que sucedía a costa de ellos, y por eso los enemistaba y no podían encontrar la forma de hablar con la armonía perfecta que debía alcanzarse a través de la unión de cada tribu contribuyendo su parte única, y no usurpando el rol de otra tribu.
Los Sabios nos dicen que hay dos tipos diferentes de sueños: aquellos generados por los propios pensamientos e ideas y los otros relacionados con la profecía. Cuando Yosef relató sus sueños en relación a las espigas de los hermanos que se inclinaban ante él y luego el sueño del sol, la luna y las estrellas inclinándose hacia él lo hizo porque los veía como mandatos proféticos. Los hermanos, sin embargo, los veían como una prueba más de los pensamientos de dominio que ocupaban su mente.
Cuando Yosef fue enviado por Yaacov a reportar sobre el bienestar de sus hermanos, ellos vieron la oportunidad de defenderse contra este usurpador de sus roles en la nación judía. Ellos temieron que él los difamaría con Yaacov y que serían expulsados así como Abraham había expulsado a Ishmael e Itzjak a Esav.
Por eso, Yosef era ante sus ojos un rodef, un perseguidor que amenazaba su existencia física y sus roles eternos como fundadores del pueblo judío. Por esta razón, ellos decidieron que tenían justificación, tal vez incluso el requerimiento, de matarlo primero. Sin embargo, en vez de matar a Yosef, ellos escucharon los ruegos de Reuven que argumentó que la participación en la muerte de Yosef debía ser pasiva, y finalmente escucharon a Yehuda que les rogó que lo vendieran como esclavo.
Los hermanos estaban tan convencidos de que tenían justificación, que luego de vender a Yosef se sentaron a comer pan sin ningún sentimiento de culpa. Su comida fue en efecto una celebración por el hecho que desde ese momento la unidad y harmonía entre ellos no se vería entorpecida por los malvados planes de Yosef. Incluso años después, cuando revisaron sus vidas buscando pecados que explicaran una serie de eventos aparentemente trágicos, ellos no dieron con nada más aparte del fracaso en haber sido más misericordiosos. Pero aún consideraban la venta como algo justificado.
En el análisis final, tanto Yosef como sus hermanos actuaron aparentemente con intenciones apropiadas. Pero si es así, ¿por qué la venta de Yosef deja una mancha en la historia del pueblo judío? Los escritos judíos clásicos atribuyen, por ejemplo, la muerte de los Diez Mártires mencionada en los rezos de Iom Kipur a la venta de Yosef.
A pesar de que los hermanos sentían que sus acciones eran completamente justificadas, la Torá nos revela que su mala interpretación en relación a Yosef no fue simplemente un error inocente. Empañando su juicio había una pequeña cuota de celos. Los Sabios nos dicen que la envidia saca a la persona del mundo. Esto significa, en parte, que lo saca del mundo de la realidad y causa que vea a las personas y a los incidentes de una forma distorsionada.
Dado que el acto de los hermanos estaba teñido con envidia, ellos y las futuras generaciones debían sufrir las consecuencias. Rabeinu Iona encuentra en el odio gratuito por el cual se destruyó el Segundo Templo, un eco del odio de los hermanos de Yosef.
Con este entendimiento de cómo una imperfección del carácter puede tener un efecto de tan largo impacto, podemos entender la difícil afirmación de los Sabios. Cuando los alumnos del Rabí Iojanan ben Zakai lo fueron a visitar a su lecho de muerte, él comenzó a llorar. Sus estudiantes le preguntaron por qué estaba sollozando. Él respondió que si él hubiera sido llevado donde un rey mortal que puede ser apaciguado o sobornado y cuyos decretos se extienden sólo hasta la tumba, él gemiría. Cuánto más aún ahora que estaba a punto de enfrentarse al juicio de Dios, que no puede ser apaciguado ni sobornado y cuyo castigo es eterno.
¿Acaso realmente consideraba Rabí Iojanan ben Zakai la posibilidad de que él merecía la muerte eterna, el castigo que se reserva a los herejes de la peor clase?
Cuando Rabí Iojanan ben Zakai salió a encontrarse con el general romano Vespaciano durante el sitio a Jerusalem, se le permitió hacer ciertos pedidos. Él pidió, (1) que se le permitiera al Sanedrín continuar en Yavne, (2) que se le perdonara la vida a Raban Gamliel y así la línea de Nesiím se preservaría y (3) que enviaran un doctor para curar a Rabí Tzadok, que había ayunado 40 años para impedir la destrucción del Templo.
Muchos años después, los Sabios discutieron sobre si Rabí Iojanan ben Zakai actuó correctamente o no. Algunos pensaban que debió haber pedido que se salvara el Templo y Jerusalem. Otros argumentaron que si hubiera pedido mucho, podría haber terminado sin nada. El Talmud concluye que se equivocó. Él debió haber pedido que se salvara el Templo, pero fue la Voluntad Divina que se equivocara, ya que Dios había decretado que el Templo debía ser destruido.
Antes de su muerte, Rabí Iojanan ben Zakai también tuvo dudas sobre si había actuado adecuadamente. Otra explicación de por qué se equivocó vino a su mente con su rigurosa autocrítica. Él se había opuesto a los fanáticos que lideraron la rebelión en contra de Roma, pero los fanáticos ignoraron su opinión y quemaron todas las reservas de comida de Jerusalem. La destrucción del Templo y el exilio del pueblo judío habían sido una reivindicación aparente de la posición de Rabí Iojanan ben Zakai, ya que los fanáticos no podían afirmar que era una sanción Divina por una acción que falló tan miserablemente.
En su lecho de muerte, Rabí Iojanan ben Zakai se preocupó pensando que tal vez inconscientemente no había pedido que se salvara el Templo por temor a que entonces no existiría una prueba clara de que él tenía razón. Y sospechó que su propio honor ofendido por la oposición de los fanáticos pudiera haber influenciado su pedido. Si eso era cierto, y como consecuencia el Templo había sido destruido, ¿acaso no merecería la muerte eterna?
El Talmud nos dice que las sospechas de Rabí Iojanan ben Zakai eran infundadas; él era inocente; el Templo se destruyó por un decreto Celestial. Sin embargo, podemos aprender de la preocupación de Rabí Iojanan el poder que tienen unos sutiles indicios de honor, deseo y envidia de distorsionar las decisiones propias.
Nos corresponde aprender sobre la venta de Yosef el devastador efecto de la envidia y el odio, incluso en sus formas más sutiles e incluso en las personas más grandes, para que podamos conducirnos por el buen camino y ameritemos ver la reunión final de Yosef con sus hermanos, cuando el Mashiaj ben Yosef sea enviado como un precursor del Mashiaj ben David.

Este artículo también puede ser leído en: http://www.aishlatino.com/tp/i/pr/135456118.html

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