miércoles, 16 de octubre de 2019

EL DIOS DE LAS PEQUEÑAS COSAS
Hoy es un día maravilloso.
Me he despertado lánguidamente, he abierto mis ojos, y he captado los objetos que se encontraban alrededor de mi cama.
Una pequeña mesa, una lámpara, una pila de libros, fotos familiares en la pared.
Me he incorporado de modo paulatino; fui al lavabo, el agua fría mojó mi rostro, terminó por devolverme al mundo, y por último me dirigí a la cocina.
Encontré el recipiente de café y del azúcar, cada uno en su sitio, en el armario de la derecha.
Luego herví agua, y con sumo cuidado logré que la misma se derramara, por completo, dentro de la tasa.
Me detuve por unos instantes a observar el humo del café hirviendo, degustado de su aroma penetrante.
He revuelto su contenido, casi de un modo instintivo, siempre en una misma dirección.
A continuación, transportando la tasa hacia el balcón, me he sentado en una silla de madera.
He respirado profunda y hondamente, cerca de treinta segundos.
El cielo estaba despejado y el sol radiante.
Los he distinguido con rotunda intensidad.
Sí, hoy es un día maravilloso.
Y una plegaria: ¡que nunca se transformen en rutinarios los actos más simples, los aparentemente obvios!
¡Tan sorprendentemente milagrosos!
Gracias a la Vida que me ha dado tanto.

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