martes, 8 de febrero de 2011

Egipto no está solo



Egipto no está solo

Podrían ser moderadamente positivas como las revoluciones de la periferia
rusa, pero las rebeliones populares árabes también pueden conducir hacia
una
dimensión inquietante por su incertidumbre.
Por Claudio Fantini*

choques. Millones de egipcios están movilizados a la expectativa de cuál
será el futuro inmediato de su país. Incluso el ahora repudiado Mubarak
tiene su club de fans recorriendo las calles.
Jamás imaginó el general Muhamad Hosni Sayyid Mubarak que un día, la Plaza
Tahrir se colmaría de multitudes clamando por su caída. Las masas sólo se
aglutinan en ese punto neurálgico de El Cairo para pedir liderazgos, no
para
repudiarlos.

Además, desde que egresó como oficial aeronáutico de una academia militar
soviética, su vida despegó hacia el poder y nunca concibió la posibilidad
de
caer en picada. Haber planificado el sorpresivo ataque aéreo que en 1973
puso en serio riesgo a Israel iniciando la guerra del Yom Kipur, le abrió
las puertas a la vicepresidencia, mientras que las balas ultraislamistas
que
acribillaron a Anuar el-Sadat en 1981 lo convirtieron en presidente de
Egipto.

El vuelo de crucero por las alturas del poder duró tres décadas. Hubo
turbulencias de alto riesgo, como la emboscada terrorista a la que
sobrevivió en Adís Abeba, pero nunca perdió el control de la situación.
Igual que otros autócratas árabes, su continuidad estaba garantizada por
la
Muhabarat, el poderoso servicio de inteligencia que desactivó decenas de
intrigas palaciegas y conspiraciones fundamentalistas.

¿Por qué perdió el control tan repentinamente? Porque esta vez no fue un
complot golpista ni un plan islamista de desestabilización, sino una
rebelión social espontánea. Si hay planificación en lugar de
espontaneidad,
la Muhabarat lo detecta y lo desactiva a tiempo. Pero no puede desactivar
lo
que no ha sido planeado ni dirigido. ¿Y por qué irrumpió espontáneamente
la
rebelión popular? Por la aparición en escena de un grupo social en el cual
la frustración puede más que el miedo: los jóvenes con título
universitario
y sin trabajo.

La colosal entrada de China e India en la economía mundial tracciona
positivamente a las regiones que producen alimentos. Por eso Latinoamérica
y
el África Subsahariana viven su momento de gloria, pero las geografías más
áridas no pueden surfear sobre la ola indochina. Eso explica que países
árabes norafricanos y del Oriente Medio, en lugar de sentir el viento de
cola asiático, sientan la crisis de la economía europea. En ese marco, el
atraso tecnológico y el subdesarrollo generan el estancamiento que se
traduce en desempleo y pobreza con menos asistencialismo estatal. La
chispa
se produce entre los jóvenes, pero enciende otros sectores que toleran el
autoritarismo y la corrupción mientras la economía funciona, pero le
pierden


Salvo Líbano y el Irak pos Saddam y posvirreinato obtuso de Paul Bremer,
los
como los emiratos del Golfo, Jordania y Marruecos. Otros son monarquías
dinásticas disfrazadas de repúblicas como Siria, Túnez, Egipto, Libia y
Argelia, con regímenes de partido único pero disimulado, como el PRI;
aunque
a diferencia del ejemplo mexicano, cuyos presidentes regían sólo un
mandato
y el que perduraba en el poder era el partido, un autócrata árabe es dueño
del aparato partidario y del Estado. Hafez el Assad y Saddam Hussein
fueron
dueños de los partidos Baaz de Siria e Irak. Muerto el primero, heredó la
presidencia su hijo Bashir, y la habría heredado Udday Hussein o su
hermano
Qussay de no haber muerto ambos en la guerra que demolió el régimen y
ahorcó
a Saddam.

La camada de autócratas de estos días ya tenía primogénitos en las
gateras.
de
Yemén, del mismo modo que Muammar Khadafy preparó a su hijo Seif el Islam
para que herede el poder en Libia. Pero en Egipto se produjo el primer
derrocamiento de un sucesor. Mubarak nunca nombró vicepresidente para que
el
mayor de sus hijos, Gamal al Din Muhamed Hosni Sayyed Mubarak, lo
sucediera
como Rais egipcio. Pero todo cambió a partir de Túnez.


Sucede que los regímenes árabes pueden caer por golpes de Estado, complots
o
intrigas palaciegas, pero no por estallidos sociales. Los llamados
"Oficiales Libres" derrocaron mediante un golpe al rey Faruk en Egipto, y
del mismo modo cayó el rey Idris en Libia. Fueron conspiraciones internas
las que llevaron al poder al sirio Hafez el Assad y al iraquí Saddam
Hussein. En cambio, el tunecino Siné Ben Alí fue derribado por una
rebelión
popular. Ese acontecimiento novedoso, junto con internet y las redes
sociales, explican por qué ocurrió ahora lo que no pasó durante largas
décadas de despotismo, subdesarrollo y corrupción.

Cuando los jóvenes egipcios vieron que es posible derribar un gobierno,
inundaron las calles de El Cairo. La primera réplica del sismo tunecino
hizo
temblar a Salé, que es presidente desde que el magnicidio de Ahmed Husayn
al-Ghashmi lo puso al mando de Yemen del Norte. La reunificación del país
tras la caída del régimen comunista de Yemen del Sur, le había dado mucha
popularidad. Pero proscribió a los partidos opositores y no toleró el
disenso. La corrupción y el autoritarismo no le restaron apoyo occidental,
porque era enemigo de los fundamentalistas. Igual que Siné Ben Alí; el
argelino Abdelaziz Buteflika; el rey Abdulá II de Jordania y su colega
marroquí Mohamed VI. Por la misma razón, Europa y Estados Unidos eran
aliados de Mubarak.

El error no fue asociarse con déspotas, porque en esos países no hubo
opciones pluralistas ni cultura democrática. Cuando Cristina Kirchner hace
negocios con Qatar y Kuwait, está tratando con monarcas absolutistas de
teocracias retrógradas y represivas. El error de las potencias
occidentales
e Israel fue no ver que los déspotas antiislamistas, por su represión,
ineficacia y corrupción, terminaron potenciando el fundamentalismo, en
lugar
de sofocarlo.


El dilema argelino sobrevuela Egipto. Al derrumbarse el régimen del FLN
hubo
elecciones libres y plurales, pero las ganó el Frente Islámico de
Salvación
(FIS), que proponía instaurar una teocracia. La democracia nacía
suicidándose. Los comicios fueron anulados, se instaló un autoritarismo
laico y el FIS pasó a la clandestinidad y se transformó en el Grupo
Islámico
Armado, desatando una brutal guerra civil.

En Túnez, el fundamentalismo es moderado, por eso si llegara al poder el
partido Nahda (renacimiento) habría un gobierno como el de Turquía. Pero
en
Egipto está la Hermandad Musulmana, organización integrista fundada por
Hasán al-Bana en la primera mitad del siglo XX y matriz de todos los
grupos
fundamentalistas del Oriente Medio.
Ahmed Yassin, el jeque ciego que creó Hamás en la Franja de Gaza, se formó
en la Hermandad Musulmana, grupo que también influyó en fanáticos como el
médico cairota Aymán al-Zawahiri (número dos de Al Qaeda) y sobre las
Brigadas Abdullah Azzam, grupo terrorista que reivindicó las masacres en
Sharm el-Sheij.

Es lógico que Israel tema que la caída de Mubarak implique el final de la
política instaurada por Anuar el-Sadat y sostenida durante las últimas
tres
décadas. Antes de Sadat hubo cuatro guerras regulares entre egipcios e

israelíes. Ese estado bélico podría reinstalarse si políticos laicos como
Mohamed el-Baradei no aseguran la continuidad de la política exterior del

Las potencias occidentales erraron al no ver que sus aliados autócratas
potenciaban el fanatismo religioso que decían combatir. Pero podrían
equivocarse también los que cándidamente confían que donde cae un déspota
florece una democracia pluralista.

Las masas que inundaron las calles de El Cairo, más que hartarse del
autoritarismo y la corrupción de la autocracia, se hartaron del
estancamiento económico y la desocupación. Por eso los israelíes
terminaron
defendiendo a Muhamad Hosni Sayyid Mubarak, el general que los atacó por
sorpresa iniciando la guerra del Yom Kipur.


* Director del Depto. de Ciencia Política de la Universidad
Empresarial Siglo 21.

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