viernes, 5 de agosto de 2011

Tish’a Beab - ¿Cuándo viene?‏

Tish’a Beab - ¿Cuándo viene?
Era Tish’a Beab a la tarde, yo estaba muy triste.

El sol se deslizaba desde el centro del cielo hacia abajo, al oeste y yo sentía deseos de clavar mis dedos en su vientre redondo y dorado y gritarle “¡No! ¡No sigas descendiendo! ¡No estoy dispuesto a que otro Tish’a Beab pase sin que el Mashiaj venga!”

Todos los años lo mismo. El ayuno termina todos van a comer, mamá nos avisa que ya se puede bañar, prepara unos biscochos, papá hace un café con leche y todo pasa, la congoja las caras preocupadas y listo...

¡Pero este año no estoy dispuesto a que todo termine sin el Mashiaj!

El año pasado era más pequeño y esperaba menos al Mashiaj. También había menos atentados y morían menos lehudím. Pero aún recuerdo la amargura de ver que terminó Tish’a Beab y el Mashiaj no llegó.

Pero se me pasó rápido... demasiado rápido...

Y ahora me recuerdo, fue exactamente coma lo describí. El café, las masitas, las caras que van paulatinamente abandonado la seriedad de los últimos días, dejando paso a una sonrisa y la música, que ya al mediodía siguiente se puede oír.

En realidad nosotros no habíamos comenzado a escuchar música hasta unos cuantos días pasado Tish’a Beab, pero nuestros vecinos parecería coma si hubieran estado con sus relojes esperando que llegue la hora para poder volver a encender los mini componentes al máximo.

Hoy, nuevamente Tish’a Beab, creo que si mañana llegan a hacer lo mismo, iré simplemente y sin titubear a golpearles la puerta y pedirles que me expliquen a qué se debe tanto júbilo, teniendo en cuenta que el Mashiaj aún no llegó. ¿Cómo pueden estar tan felices?

Acaso se puede pensar que Tish’a Beab es como Janucá o Purim, llegó, lo conmemoramos y se fue. ¡Obvio que no! Se sobreentiende que la idea es que reflexionemos, esperemos al Mashiaj y que efectivamente venga. Yo creo que cada vez que Tish’a Beab transcurre sin novedades en materia de Gueulá, es como recibir una vez más “insuficiente” en un examen.

La mejor similitud que se me ocurre es la de un niño que le pide al papá un juguete. El padre le dice: “hoy no, quizás mañana”. Y al día siguiente le dice: “hoy no, quizás mañana”. Y así un año, dos, diez, cien, mil, dos mil…

¡Basta! ¡Es vergonzante! Justificadamente se sentirá rechazado.

Salí al balcón con una mescolanza de pensamientos. Melancólico y decepcionado.

El sol, seguía su ruta al oeste como si nada tuviera que ver en todo esto. Yo lo observé y le dije “¿Vos iluminaste Ierushalaim aquel terrible día cuando el Bet Hamikdash se iba en llamas, verdad? Pero en ese momento nadie notó tu presencia porque la ciudad estaba iluminada con la luz rojiza de las llamas que se nos llevaron lo más sagrado y querido. Nadie se dio cuenta de tu salida no de tu puesta, de tanto dolor.”

“¿Qué has visto aquellos días en Ierushalaim? ¿Las paredes sólidas del Bet Hamikdash colapsando como si fueran de cartón? ¿Y la muralla demolida? ¿Y los Cohanim lanzándose al fuego? ¿Y cómo reaccionaste? ¿Lloraste?” Pero el sol permanecía inmutable, como si estuviera reflexionando sobre Tish’a Beab, el de hoy y el de aquel triste año de la destrucción. Creo que no es fácil ser sol. Desde allí arriba se ve todo, las guerras, los accidentes, las enfermedades, los sepelios, etc.

Pero de golpe pensé: El sol no ve, no siente, no tiene ni ojos, ni inteligencia ni corazón para sentir.

Y entonces recapacité que hay Alguien que ve y observa desde lo más alto. Y Él siente, siente todo.

Justamente este Shabat papá nos contó lo que dice “en todos sus dolores Él sufre” significa justamente que Hashem comparte profundamente el malestar de todos y cada uno de los Iehudim.

Para pensarlo…

Nosotros no conocemos lo qué le pasa a cada Iehudí. Y aun cuando nos enteramos de una adversidad o desgracia y nos ponemos mal, tarde o temprano se nos pasa. La rutina nos distrae y lleva la atención a otros temas.

¡Pero Hashem no se olvida! Él ve, sabe, siente y no se distrae. Sufre todo tiempo que haya algún Iehudí padeciendo cualquier problema.

¿Y cuando no hay Iehudim soportando contratiempos? ¿Cuándo hubo un alto a las penurias de Am Israel?

Desde la destrucción del Bet Hamikdash las desdichas no cesaron. Y Hashem padece todo este tiempo junto a nosotros, más de dos mil años. Las lágrimas me saltaron sin control. ¡Que dolor!

Lo que no podía entender era: ¿Si Hashem sufre tanto, porque no le pone fin a todo esto? ¿Por qué cada Tish’a Beab cuando le pedimos la redención nos dice “hoy no, mañana”?

¡No entiendo nada! Exclamé entre llantos. De golpe, la ventana se corrió y papá entró al balcón.

“Iosi, ¿estas llorando? ¿Por qué?”

“Sí”, le confirmé mientras mi llanto aumentaba, “no puedo comprender por qué el Mashiaj no viene. No entiendo por qué Hashem hace unGalut tan extenso y terrible, ¿Cómo puede Él soportar todo esto durante dos mil años? ¿Por qué no le pone fin? Es como un niño…” y entonces le conté a papá la comparación que había pensado.

Mi papá me escuchó pacientemente y luego me dijo: “Iosi, haces preguntas de gente grande, pero te voy a responder igual y espero que me entiendas: A pesar que Hashem sufre profundamente y le resulta muy duro ver padecer a sus hijos, Él está dispuesto, por nosotros, a continuar el Galut”.

“¿Cómo que por nosotros?”, me sobresalté. “¡Si nosotros le pedimos constantemente que queremos salir de esto, que queremos elMashiaj, no entiendo nada!”

“Sí, es cierto, nosotros hacemos Tefilá por la Gueulá, pero bien sabes que las almas ven y entienden más que los cuerpos, entonces lo que ocurre es que nuestras almas piden una prórroga para poder hacer Teshuvá antes que el Mashiaj llegue”.

Yo aún no comprendía que rédito implica que algunos hagan Teshuvá, si mientras tantos otros se van de este mundo súbitamente en circunstancias como atentados sin tener tiempo ni oportunidad para corregir sus acciones.

“También esto lo piden ellos”, me sorprendió papá, “porque para un Iehudí es una gran oportunidad para depurar definitivamente el alma, el hecho de poder morir santificando el nombre de Hashem. Estas almas, cuando descubren esto, aunque el cuerpo no lo sepa, piden tener este privilegio porque saben que adquirirán un beneficio eterno”.

“Entonces, ¿Qué es bueno para Am Israel, Galut o Gueulá? ¿El tormento o el Mashiaj?”

“Mirá Iosi, me explicó mi padre, nosotros debemos hacer mucha Tefilá y pedirle insistentemente a Hashem el Mashiaj y esas mismasTefilot también son una purificación y reemplazan las medidas, a veces drásticas, de expiación que Hashem pueda aplicar”.

“Los ruegos y las lágrimas son muy importantes, ascienden al Shamaim y modifican constantemente la situación. Convierten la justicia en clemencia y borran muchos pecados”.

“Y en cuanto a tu analogía con el niño que le pide a su padre, no es tan así. Hashem no dice “Hoy no”, dice “Hoy todavía no”. No nos dicen “vuelvan en otro momento”, todo lo contrario, nos dice ‘quédense aquí, a mi lado. Insistan, no pierdan las esperanzas. El Mashiaj se acerca constantemente.’”

“De Tefilá en Tefilá, de lágrima en lágrima, Iosi, de un Tish’a Beab a otro y de un día a otro, el Mashiaj se aproxima. Cada dolor de unIehudí y más aún, si es un padecimiento común de Am Israel, nos purifica y nos acondiciona.”

“Ahora entiendo un poco más”, dije mientras observaba el sol. “Mira papá, ya bajó completamente. Tish’a Beab terminó…”

“Voy a hacer Arvit”, avisó papá, “y cuando vuelvo, comemos”.

“Sí”, agregué yo amargamente, “comeremos, nos alegraremos y toso pasará como si nada y nuevamente olvidaremos”.

“No, no, niño”, me replicó papá mientras vestía el saco “nos alegraremos no por olvido, sino porque nos consolaremos de saber que tuvimos otra oportunidad de llorar por el Bet Hamikdash y añorarlo, mediante lo cual hemos dado un paso más en el esfuerzo de la definitiva llegada del Mashiaj”

La alegría es similar a la que antecede a un gran evento, como un casamiento.

Cuando finaliza Tish’a Beab, estamos alegres por la inminente Geulá, que sabemos, sin la más mínima duda, que se hará real.

“Hasta luego”, concluyó papá, “si el Mashiaj llega entretanto, decile que fui a hacer Arvit y enseguida vuelvo”.

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Parashat Shelaj Lejá. Por Rab Menajem Abdeljak

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