"Los grupos proisraelíes de presión política en EEUU son muy influyentes, es cierto, pero es a lo que aspira todo grupo de presión. No obstante, ni controlan la Casa Blanca ni, mucho menos, el mundo a través de ella"
Uno de los mitos más asociados al pueblo judío es que tiene un poder oculto con el que controla el mundo. El mito, al decir del periodista canadiense especializado en antisemitismo Mark Steyn, ha mutado a lo largo de los años: primero fue la conspiración judía mundial dirigida por un consejo que representaba a los doce tribus de Israel y se reunía, con nocturnidad, en el envolvente cementerio judío de Praga; después, esa conspiración mutó hacia una dirección colegiada de las masonerías y de los movimientos comunistas de todo el mundo –la versión española era contubernio judeo-masónico–; hoy día, con el surgir del nuevo antisemitismo –de acuerdo con lo que han detallado, entre otros, Pierre André Taguieff o Gustavo Perednik–, el mito de la dominación mundial reside en el imaginario de que un poderoso lobby judío que rige el planeta a través de su control absoluto de la Casa Blanca. Como todos los anteriores, este último también es una mentira construida con el objetivo de fomentar el odio a los judíos.
Ya hemos hablado anteriormente de los grupos de presión judíos en EEUU. Históricamente, y con la cabeza bien alta, los judíos norteamericanos han sabido desarrollar lobbies –engranajes clásicos de la democracia en EEUU– y llevar a cabo un trabajo eficiente en lo que a presión política se refiere. En ello no hay nada ilegal. En 2011, el Centro para la Política Responsable contaba 12.000 lobbistas establecidos en Washington, que trabajaban para el lobby del petróleo, el de las armas, el de las eléctricas, el de las farmaceúticas; para Gobiernos y corporaciones locales, para grupos de jubilados, abortistas, antiabortistas, evangélicos… y para todo un catálogo de asociaciones y empresas que representan intereses económicos, religiosos, sociales y políticos de todo el arco ideológico. Business Pundit sitúa el lobby pro Israel entre los diez más poderosos de EEUU, junto con el de la industria minera, el de la industria farmacéutica, el de la industria petrolera, el agraria y la Asociación Nacional del Rifle, por citar algunos ejemplos. Ya en 2001 la revista Fortunecolocaba a Aipac, la organización más poderosa dentro del lobby pro Israel, como el cuarto grupo de presión más poderoso en Washington.
En el New York Magazine, Jonathan Chait define perfectamente qué es el lobby judío, o pro Israel, en Washington (Chait considera que, tras su fracaso en impedir el acuerdo, el lobby pro Israel ha llegado a su fin, por eso habla en pasado):
El ‘lobby’ pro Israel nunca fue la entidad tenebrosa que controla el Gobierno retratada por sus críticos más paranoicos. Fue, sin embargo, una importante influencia en la política estadounidense. El sionismo es para los judíos lo que el movimiento de los derechos civiles es para los afroamericanos: un programa político organizado para velar por las preocupaciones básicas supervivencialistas. Los judíos participan de manera desproporcionada en la vida política en todos los sentidos: en el proceso electoral, en el debate intelectual, en las donaciones y en la organizaciones. El ‘lobby’ pro Israel organizó una circunscripción importante en la política estadounidense y compartió una visión relativamente unificada de su propio interés colectivo.
Sin embargo, aunque el éxito de Aipac es motivo de orgullo, insistimos, el lobby pro Israel no controla la Casa Blanca, y mucho menos consigue siempre sus objetivos. El último caso palmario ha sido el acuerdo nuclear con Irán, ante el cual todo el lobby pro Israel –con la excepción de J-Street, de la que ya dimos cuenta también– se posicionado fuertemente en contra y en cuya combate ha invertido, de acuerdo con el Washington Post, entre 20 y 40 millones de dólares (Richard Silverstein, muy crítico con el lobby y con las políticas israelíes, eleva la cuenta a 50 millones). Pero no ha sido posible. El mismo Chait estima que, con este fracaso, Israel ya no está por encima de las luchas partidistas y a partir de ahora los grupos de presión pro Israel tendrán que dejar el bipartisanship (trabajar con los dos grandes partidos por igual) y hacerlo sectorialmente, para presionar a los republicanos y a los demócratas por separado.
En la línea de Chait, Karoun Demirjian y Carol Morello relatan en el Washington Post cómo Aipacperdió la batalla contra el acuerdo nuclear con Irán, lo que atribuyen principalmente al alineamiento de Benjamín Netanyahu con los republicanos –según Jeffrey Goldberg, el acuerdo con Irán, y antes las sanciones, son un éxito de Bibi, pero esto es otra cuestión– y la subestimación de la ideología de los judíos norteamericanos. A la luz de una encuesta llevada a cabo por el Jewish Journal, un 48% de los judíos norteamericanos apoyaba el acuerdo y un 28% estaba en contra, un 53% estaba a favor de que el Congreso lo aprobase y un 35% en contra. De los que se declaraban demócratas, un 70% lo apoyaba.
Sea como fuere, el objetivo del lobby pro Israel –con Aipac a la cabeza–, frenar el acuerdo nuclear con Irán, no se ha conseguido. Los grupos proisraelíes de presión política en EEUU son muy influyentes, es cierto, pero es a lo que aspira todo grupo de presión. No obstante, ni controlan la Casa Blanca ni, mucho menos, el mundo a través de ella.
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