lunes, 22 de febrero de 2016

Perder algo más que la 'p' de 'Palestina'

Por Jonathan S. Tobin 

Banderas de Palestina e Israel.
"Si bien los orígenes de la identidad nacional palestina pueden proporcionar un interesante tema para la investigación y el debate, son también irrelevantes para la pregunta de si el pueblo que actualmente se llama a sí mismo 'palestino' es realmente una nación. Que los árabes palestinos existan y constituyan un grupo nacional distinto de otros pueblos árabes nadie lo duda en este momento. Pero si ambas partes del conflicto estuviesen dispuestas a acordar que discrepan sobre la historia y adoptaran un compromiso respecto al presente y el futuro, entonces esta discusión se podría limitar al ámbito académico. Por desgracia, no es el caso""El problema de los palestinos es que su identidad nacional como pueblo no está tan vinculada a una lengua, una cultura o un territorio específicos como a la idea de resistirse al regreso de los judíos. Sin sionismo, no hubo nacionalismo árabe palestino. Así que cuando se les ofreció la oportunidad de tener un Estado palestino independiente al lado de Israel los líderes como Yaser Arafat y su sucesor Mahmud Abás entendieron que aceptar el compromiso y la paz significaba renunciar a sus máximas exigencias territoriales. Significaba renunciar a la propia idea de lo que significa ser palestino, aunque los israelíes, como lo hicieran en 2000, 2001 y 2008, estuviesen dispuestos a entregarles el control de casi toda la Margen Occidental, Gaza y un parte de Jerusalén a cambio de la paz"
La última polémica absurda que nos llega de Israel tiene que ver con un discurso que pronunció recientemente un miembro del Likud en la Knéset durante un debate sobre el futuro de la solución de los dos Estados. Pretendiendo desdeñar las ambiciones palestinas de tener un Estado propio, Anat Berko dijo que había cierta ironía en el hecho de que el alfabeto árabe no tenga letra p. Los palestinos se refieren a su país como Falastín. Lo que quería decir es que el nombre del país no era auténticamente árabe, ni reflejaba la idea de que los árabes hubiesen estado en el territorio desde tiempos inmemoriales, como ellos afirman. Esto provocó el desdén de algunos miembros árabes de la Knéset y también el de algunos miembros judíos. La noticia fue recogidapor la prensa internacional, incluido el New York Times, y los críticos con Israel la interpretan como una prueba más de la falta de voluntad del Gobierno de Netanyahu para lograr la paz, su insensibilidad e incluso su racismo.
La acusación de racismo lingüístico es un poco exagerada, incluso para los más fervientes odiadores de Israel. Esto, por supuesto, se ha sobredimensionado. Berko, académica e hija de inmigrantes iraquíes, podrá ser miembro del partido de Netanyahu, pero no habla en nombre de él o en el del Gobierno. En el mismo debate en el que habló Berko, Netanyahu reiteró su apoyo a la solución de los dos Estados. Pero el primer ministro, como ha dicho recientemente el jefe de la oposición de izquierdas, dijo que estaba de acuerdo en que era imposible en las actuales circunstancias, porque los palestinos no están dispuestos a conformarse con la división del país en vez de destruir Israel.
La cuestión es que lo que impide la creación de un Estado palestino al lado de Israel no es la pque los hablantes de árabe no pueden pronunciar, o las burlas de los diputados de segunda fila del Likud, como Berko. Pero podría ser un ejercicio útil, para aquellos que siguen culpando a Israel de que no haya paz, sopesar la pregunta a la que Berko aludía. Aunque el origen de la palabra Palestina sea tangencial para el actual conflicto, no lo es la razón por la cual los palestinos siguen negándose a construir la paz.
Es importante señalar de entrada que, si bien los orígenes de la identidad nacional palestina pueden proporcionar un interesante tema para la investigación y el debate, son también irrelevantes para la pregunta de si el pueblo que actualmente se llama a sí mismo palestino es realmente una nación. Que los árabes palestinos existan y constituyan un grupo nacional distinto de otros pueblos árabes nadie lo duda en este momento. Pero si ambas partes del conflicto estuviesen dispuestas a acordar que discrepan sobre la historia y adoptaran un compromiso respecto al presente y el futuro, entonces esta discusión se podría limitar al ámbito académico. Por desgracia, no es el caso, y por eso el absurdo debate en la Knéset sobre la letra p no era del todo una tontería.
A lo que Berko se estaba refiriendo era al hecho de que la idea de Palestina como nación árabese remonta tan sólo al principio del siglo XX. Los romanos fueron los primeros en llamar al paísPalestina, como parte de su campaña de limpieza étnica en la estela de su represión de la segunda gran revuelta judía del siglo II. Los árabes no desempeñaron ningún papel en la historia del país hasta siglos después de la conquista islámica. Pero, muchos siglos después de eso, no había ningún grupo nacional árabe específico vinculado a lo que había sido el territorio de Israel antes de la diáspora. El despertar político de los árabes se produjo únicamente como reacción al regreso de los judíos al territorio en las décadas posteriores al movimiento sionista moderno de finales del siglo XIX. Pero incluso entonces los árabes no se llamaban a sí mismos palestinos. Hasta la creación del Estado de Israel, ese nombre sólo lo utilizaron los judíos que habían aceptado el Mandato británico de Palestina, creado por la Sociedad de Naciones para facilitar el establecimiento de una patria para los judíos tras la Primera Guerra Mundial. No fue hasta el renacimiento de Israel, en 1948, que los árabes que habían rechazado la solución de los dos Estados ofrecida por la ONU empezaron a llamarse a sí mismos palestinos.
¿Qué tiene eso que ver con los actuales problemas de la región? Todo.
El problema de los palestinos es que su identidad nacional como pueblo no está tan vinculada a una lengua, una cultura o un territorio específicos como a la idea de resistirse al regreso de los judíos. Sin sionismo, no hubo nacionalismo árabe palestino. Así que cuando se les ofreció la oportunidad de tener un Estado palestino independiente al lado de Israel los líderes como Yaser Arafat y su sucesor Mahmud Abás entendieron que aceptar el compromiso y la paz significaba renunciar a sus máximas exigencias territoriales. Significaba renunciar a la propia idea de lo que significa ser palestino, aunque los israelíes, como lo hicieran en 2000, 2001 y 2008, estuviesen dispuestos a entregarles el control de casi toda la Margen Occidental, Gaza y un parte de Jerusalén a cambio de la paz. El nacionalismo palestino significa rechazar la legitimidad de un Estado judío, al margen de dónde se tracen sus fronteras.
Por eso es tan importante la visión palestina de la historia. A fin de justificar su identidad nacional de relativo nuevo cuño, han asumido un relato que niega completamente el vínculo judío con su antigua patria ancestral. La pretensión palestina de que Jerusalén, su Monte del Templo y su Muro de las Lamentaciones no tienen vínculos judíos es sencillamente un insulto. Esos embustes, promovidos por la supuestamente moderada Autoridad Palestina y también por los extremistas de Hamás, radican en la necesidad de justificar la expulsión de los judíos y pretender que el país es una propiedad robada a los árabes, en vez de un lugar sobre el que dos pueblos puedan tener demandas legítimas. Aquellos que buscan una explicación a por qué la abrumadora mayoría de los árabes sigue pensando que los judíos no tienen derecho a ninguna parte del país, y que la violencia contra ellos está justificada, deberían mirar primero a la historia del nacionalismo palestino y a la conducta de sus actuales líderes.
Las burlas de Berko y la discusión sobre qué letras se pronuncian en el árabe clásico no son más pertinentes en el siglo XXI que un análisis sobre qué letras inglesas no forman parte del hebreo bíblico. De lo que se trata es del hecho de que el nacionalismo árabe palestino esté intrínsecamente vinculado a un siglo de guerra contra los judíos y el sionismo. La paz entre los judíos y los árabes sólo será posible cuando estos últimos reconsideren su visión de su identidad a fin de que puedan imaginar dos Estados para dos pueblos. Cuando se produzca ese cambio radical en la cultura política palestina, actualmente sumida en la violencia y el odio, no importará qué letras pronuncien las dos partes. Hasta entonces, cualquier esperanza para la paz seguirá siendo inalcanzable.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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