por Giulio Meotti • 22 de Septiembre de 2016
Por criticar al islam, Abdel Samad vive bajo protección policial en Alemania y, como en el caso de Rushdie, pende una fetua sobre él. Después de la fetua viene la afrenta: ser censurado por una editorial libre. Eso es lo que hicieron los soviéticos para destruir a los escritores: destruir sus libros.
En un momento en que decenas de novelistas, periodistas y académicos se enfrentan a amenazas islamistas, es imperdonable que las editoriales occidentales no sólo se dobleguen, sino que a veces sean las primeras en capitular.
Es como si en la época en que los nazis quemaban libros las editoriales occidentales no sólo hubiesen guardado silencio, sino que hubiesen invitado a una delegación alemana a París y Nueva York. ¿Resulta igual de inimaginable hoy?
Por criticar al islam, Abdel Samad vive bajo protección policial en Alemania y, como en el caso de Rushdie, pende una fetua sobre él. Después de la fetua viene la afrenta: ser censurado por una editorial libre.
Cuando se publicó Los versos satánicos de Salman Rushdie, en 1989, Viking Penguin, la editora británica y estadounidense de la novela, sufrió diariamente el acoso islamista. Como escribió Daniel Pipes, la oficina de Londres parecía "un campamento militar", con protección policial, detectores de metales y escoltas para las visitas. En las oficinas de Viking en Nueva York, los perros olfateaban los paquetes y el lugar estaba clasificado como "punto sensible". Numerosas librerías fueron atacadas, y muchas se negaron incluso a vender el libro. Viking se gastó 3 millones de dólares en medidas de seguridad en aquel año letal para la libertad de expresión.
A pesar de todo, Viking nunca vaciló. Fue un milagro que la novela acabara saliendo. Otras editoriales, en cambio, flaquearon. Desde entonces, el problema sólo ha ido a peor. Muchas editoriales occidentales están flaqueando ahora. Eso es lo que significa el nuevo caso de Hamed Abdel Samad.
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