DANIEL KARPUJ
EL MARAVILLOSO PLACER DE LA AUTENTICIDAD
Tenía que esperar a una persona, y me senté a tomar un café “obligatorio”, en un bar cualquiera de la ciudad.
Antes de concentrarme en un libro, me llamaron la atención unas flores amarillas, que rápidamente percibí que eran de algún material parecido a la tela.
De la pared colgaban unos cuadros de un violinista exageradamente alegre, imitación de vaya a saber qué artista, espero que existente.
El café, tal vez puro, lo recibí atentamente sobre una mesa de plástico, que plagiaba, sin gran éxito, un tablón cubierto por unas láminas adhesivas que pretendían imitaban a la madera de pino.
El aire que se respiraba en el sitio estaba algo viciado, sin duda producto de la estufa de leña eléctrica de un rincón.
Bebí el café y al rato ya estaba caminando, aliviado, nuevamente por la calle, sin rumbo definido.
Respiré hondo, y el aire helado estremeció mi cuerpo.
Hacía mucho frio.
El aire era fresco, pero los rayos de un sol auténtico calentaba mi persona, devolviéndome lentamente a la realidad.
Pero a la verdadera.
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