LA ALEGRÍA Y EL SILENCIO
Una persona puede estar agradecida, y expresar su agradecimiento.
Puede disfrutar de un paseo, y relatarlo a sus amigos con lujo de detalles.
También puede hacer un largo viaje, y escribirlo y relatarlo en su diario de trotamundos.
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Pero la alegría verdadera, la auténtica, la genuina, es absolutamente inaprensible.
Recae sobre uno, así, de pronto, como un halo mágico y sorprendente.
Sin previo aviso, uno percibe que sus pies bailan y que su alma no cabe en el cuerpo.
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¿Por qué nos empeñamos “en poner todo en palabras”?
¿En querer “pronunciarlo” todo?
Cuando resulta evidente e indudable que lo principal, lo más excelso y lo sublime, habitan muy por encima del nivel del lenguaje.
Allí, donde nos quedamos consumadamente “sin palabras”, y donde nace el territorio del Silencio más fértil y sagrado.
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