martes, 6 de febrero de 2018

REFLEXIONES SOBRE FORTALEZA HUMANA Y LA VIDA DE UN VIRUS
Y de pronto, sin previo aviso, uno comienza a experimentar mareos, poco apetito, y una tos que anuncia tormentas y desarreglos.
Y el médico que te revisa en dos minutos y, volviéndose a acomodar en su silla, sentencia: gripe viral; diez días en absoluto reposo, y usted estará como nuevo.
Y de pronto ese sitio amigable, la propia cama, muestra su cara más antipática, y se transforma de “cama” en “casa”, sabiendo que uno ha perdido el libre albedrío, y que no podrá abandonarla durante una eternidad de diez días.
Y de pronto, el frío interior, y la tos seca, y el dolor en todo el cuerpo, y los filtros internos que comienzan a ceder, y las aguas subterráneas que lentamente se animan, sigilosamente, a comenzar a dejarse ver.
Y de pronto, el pasado y el presente se entremezclan, y conversan a pesar de uno; cientos de rostros, miles de voces, conversaciones incoherentes y no tanto, y la entrada a ese territorio de recuerdos y reminiscencias que uno creía adormecidos y olvidados.
Y de pronto la noche se mezcla con el día, los amaneceres se niegan a amanecer, las noches se prolongan como exilios, y esa incapacidad de ponerle nombre a eso que está ahí, junto a la cama, entre las sábanas y las mantas, esos trozos de vida exagerados y desmedidos que por unos días han salido de su madriguera, y se pasean libremente por la habitación.
Y de pronto, y también sin previo aviso, se van cerrando las compuertas, y la cabeza comienza a reorganizar los pensamientos y la ideas, y todo va recuperando su ritmo y su paso, y las tonalidades de la vida recuperan sus colores habituales.
Y de pronto, uno se incorpora, abandona la cama, se mira al espejo, se deja convencer, y lentamente vamos regresando a ser lo que nosotros creemos que somos.
¡Ay, el hombre, cuánta fortaleza, cuánta fragilidad…!
También lo uno, pero también lo otro.

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