Aniversario de la Declaración de la Independencia | ||
70 años de utopía y disputas ideológicas sobre su destino | ||
El septuagenario del Estado judío despierta reacciones completamente diferentes entre sus ciudadanos. No obstante, la mayoría parece más preocupada por festejar el cumpleaños desaprensivamente que en reflexionar acuciosamente sobre las transformaciones que se produjeron durante estas siete décadas.
Por Leonardo Senkman, especial para Nueva Sión, desde Jerusalén
Algunos de la generación de la creación de Israel indagan con melancolía sobre los sueños y deseos incumplidos, aunque sin recaer en el pesimismo o la resignación. Numerosos entre aquellos que lucharon en 1967, increpan a las elites y a políticos por sentir que fueron defraudados, pero los más jóvenes que conocieron Intifadas y el terror fundamentalista suicida, en cambio, no ven en la opresión civil-militar de Israel sobre los palestinos ningún problema ético, tampoco les preocupa el irrefrenable avance del apartheid camuflado de un solo Estado binacional.
Precisamente, son estudiantes jóvenes quienes se jactan orgullosos de la fama global de Israel en saber prevenir el terrorismo no sólo aquí sino en Europa y Sudamérica. Para esta generación de la comunicación virtual en redes sociales, la Mediná devino en una codiciada marca mundial. Uno de mis estudiantes me mostró el titular del madrileño ABC Internacional: “París-Jerusalén: Europa se inspira en la seguridad «made in Israel». Después de una batería de atentados sufridos en sólo año y medio, los franceses prefieren la seguridad a la libertad, anuncian numerosos sondeos. Precisamente aquí es donde yo podría resumir el cambio axiológico de las nuevas generaciones al cabo de 70 años de soberanía sionista. Quizás la seguridad sea la marca israelí que vende más en todo el mundo, junto con los miles de Israel start up Nation companies tech. Y, ¿cómo he reaccionado a los 70 años del país al cual emigré hace cuarenta pirulos? Vuelvo a evocar la utopía que me trajo a la Tierra Prometida. La utopía de la Tierra Prometida Mucho antes de leer a Martin Buber sobre comunas utópicas, me fascinó que Tomas Moro se haya inspirado en narraciones fantásticas sobre el Nuevo Mundo para situar a su república de Utopía en una isla americana .Fascinante la aventura de su explorador-filósofo, Raphael Hythloday, quien decidió separase de la tripulación de Américo Vespucio para irse a vivir en aquella comunidad de Utopía donde no existía la propiedad privada. Pero pronto descubrí que mi Utopía no iba a estar situada en el Nuevo Mundo, sino en tierras bíblicas revividas en un utópico no fracaso ejemplar, tal como Buber caracterizó al Kibutz (Caminos de Utopía, 1945). Si la utopía europea fue inspirada por los relatos maravillosos de los cronistas a través de los cuales llegaban noticias de las civilizaciones incaica y mesoamericana, cuyos idiomas yo desconocía, el sueño utópico del libro de Moro quise realizarlo en Israel. Mi imaginario sentía más próxima la Tierra Prometida y la lengua hebrea con que aprendí a leer algunas leyendas de la antigua civilización y mitología bíblicas. En esos años, la Tierra Prometida no defraudaba a muchísimos javerim pioneros sionistas socialistas que aprendieron, al igual que los ciudadanos de Utopía, la faena agrícola y otros oficios manuales, según aficiones, aptitudes y necesidades de la comunidad que admitía solo la propiedad común. Tal fue mi utopía de nuestros completamente ideologizados años ’60. Porque el Israel que nos sedujo no era un Estado sino la comuna, versión hebrea de otras utopías comunales y nacionales del siglo XX. Esa utopía nacional compartió, en el locus donde debía acabar mi diáspora, un no lugar (del griego outopia, ‘no lugar’, como Francisco de Quevedo la tradujo al castellano), junto con la diaspórica falta de lugar que para mí era vivir en una comunidad judeoargentina extraterritorial. ¿Había sido, entonces, completamente u-tópico mi anhelo de regresar al país del kibutz, yo hijo de colono de una comuna agrícola judía entrerriana? Posiblemente. Pero también en la izquierda latinoamericana de nuestra generación en los ‘60 éramos conscientes de que la utopía siempre había sido un tropismo secreto en la visión marxista de la historia. Y al cabo de muchas décadas, hoy soy cabalmente consciente de que de modo semejante a la historiografía marxista, también nuestra concepción sionista de la historia en Juventud Anilevich siempre estuvo marcada por una fuerte tentación teleológica; porque durante aquellos años del Tercermundismo postulábamos la concentración territorial de las diásporas como un telos, el ineludible destino de la historia judía en el Galut: territorializarnos, condición necesaria para llevar a cabo nuestros sueños revolucionarios, paradójicamente era un no lugar. El telos de la historiografía sionista Sin embargo, a diferencia del telos de los comunistas judíos, la memoria de la modernidad judía estuvo para nosotros marcada no sólo por las revoluciones que emanciparon civil y políticamente a los judíos, sino también teníamos un deber de memoria hacia aquellos mojones plantados por la contra-emancipación que los excluyeron nuevamente. Si una línea recta unía 1789 con 1917, pasando por las revoluciones de 1848 y la Comuna de París, aprendimos de Simon Dubnow y Jacob Katz a no saltearnos las coartadas de la asimilación y el antisemitismo. Ni la contra-revolución después de 1848, tampoco la “cuestión judía” instalada en el espacio público europeo después de 1880, cuando los judíos emancipados ya habían logrado integrarse a la sociedades nacionales y pos revolucionarias. El telos sionista de esta visión histórica determinista homologaba en una sola línea trazada desde el estatus del judío paria en la sociedad cristiana pre-emancipatoria, y pasaba por coyunturas de exclusión de los judíos ciudadanos completamente asimilados e integrados en ciertas épocas de la historia nacional de Francia, Alemania, Austria y Hungría, hasta llegar al despeñadero de la solución final durante la Shoah. La ‘cuestión judía’ fue el espectro que recorría fantasmagórico la historia de la modernidad, y la que nos hizo descreer completamente de la emancipación liberal de las revoluciones burguesas, pero también nos hizo sospechar de las promesas a futuro del socialismo real en Rusia y en América Latina. En la izquierda nacional de los años ‘60 estábamos bien enterados de los ominosos crímenes del estalinismo, además de la negación de los derechos nacionales a la minoría etno-cultural judía en la URSS. En contraposición total, el tropismo secreto de la utopía sionista en Israel nos llenaba de fe, al punto que sin saberlo transformamos la esperanza mesiánica en incitación a la acción revolucionaria en la recuperada patria de los profetas. Esta asombrosa afinidad entre la iconografía sionista socialista y la bíblica, su modelo inconsciente, alimentaba profundamente nuestra ideología borojovista laica. Y cuando discutíamos sobre la cuestión nacional con marxistas antisionistas, fuesen comunistas o trotzkistas, nos absteníamos de recordar que también el ateísmo de ellos (y el nuestro) secularizaba esperanzas del legado mesiánico judío. Enzo Traverso escribió lúcidamente una verdad que nuestro ateísmo de entonces filtraba, y no nos permitía reconocerla en voz alta: “Marx había heredado su ateísmo de la Ilustración radical y sus discípulos lo transformaron en doctrina oficial, pero a medida que esta ideología se convertía en parte integrante de la cultura socialista, se apropiaba de las esperanzas, los sueños y las expectativas que durante siglos habían adquirido una forma religiosa”. Descripción de un combate”, film de Chris Marker Ahora bien, la incógnita histórica y antropológica del Estado judío, un avis raris en sus primeros años independiente dentro del paisaje de las nuevas naciones del Tercer Mundo, no fue descifrado por ningún cientista social con esa mirada tan abarcativa y desprejuiciada con que Chris Marker escudriñó en clave utópica y ensayística a la sociedad israelí. Cineasta y escritor francés de izquierda, muchas décadas antes que se pusieran de moda los abordajes poscoloniales, Marker plasmó en varios films documentales reflexivos en 1960 acerca de las experiencias revolucionarias de China, Cuba, y también Israel. En los tardíos años ’50, Marker se había asociado al movimiento Left Bank Cinema, que incluía, entre otros famosos filmmakers, a Alain Resnais, Agnès Varda, Henri Colpi y Armand Gatti. El bello film documental en colores titulado Descripción de un combate lo vi por primera vez en 1965 en el cine Lorraine. Ganador del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín en 1961, ese ensayo documental de Marker, no examina el combate bélico que parió al Estado judío sino explora otro combate, el histórico, social, cultural y ético de la existencia de los israelíes, a fin de comprender el impacto de lo trágico en la psique colectiva de la entonces joven nación de apenas doce años para seguir siendo fiel a sí misma. Pero después de la Guerra de los 6 Días, Chris Marker decidió retirar de circulación su film, posiblemente porque, como afirma Ariel Schweitzer, creyó que Israel ocupante militar de territorios palestinos habría traicionado la utopía que tanto lo atrajo a Marker a principios de los años 1960. El caso del film Descripción de un Combate, del prestigioso ensayista y documentalista cinematográfico Chris Marker, comprometido con la revolución del Tercer Mundo y con su derrota, no tiene una réplica en la historiografía poscolonial para describir o reflexionar sobre el Estado y sociedad israelí en perspectiva comparada. El combate casi exclusivo que denuncian y polemizan los nuevos historiadores, sociólogos y politólogos es el librado por Israel contra los palestinos; además, sus análisis por lo común preceden a 1967, año de ruptura de Chris Marker con la Israel ocupante neocolonial, pero después de haber filmado el lúcido ensayo poscolonial sobre Israel. Los nuevos historiadores post sionistas investigan, básicamente, los orígenes del conflicto israelo-palestino y, en particular, las consecuencias de la guerra de 1948-49. Nuevos sociólogos y politólogos israelíes, por su parte, han criticado las categorías analíticas del establishment sionista para dar cuenta del proceso de inmigración masiva, el melting pot y la israelización de las diásporas judías, pero se abstuvieron de hacer análisis comparativos con otras sociedades afro asiáticas descolonizadas. La critica poscolonial a Israel y sus ausencias Y cuando la crítica al sionismo como empresa colonial adopta la perspectiva comparativa, no es para comprender la especificidad de la experiencia colonizadora del sionismo sino para condenarla en términos europeos de fines del siglo XIX y principios del XX. Los principales investigadores de esta corriente son palestinos, pero también se destacan israelíes. Al descalificar ideológicamente a Israel como Estado paria, aduciendo que es una creación artificial del imperialismo y nada tendría en común con el mundo colonial, los críticos poscoloniales antisionistas le niegan el derecho de ser estudiado desde su nacimiento y desarrollo en el marco general de la descolonización de los años 40-50; más aún, el Estado judío y sus ciudadanos están interdictos de ser percibidos como sujetos colectivos políticos y actores de la historia colonial, anticolonial y poscolonial de Medio Oriente, al ser acuso el Estado judío de ser un mero injerto de Occidente. Mientras que para estudiosos de la experiencia contradictoria y violenta de formación/desintegración del Estado-nación en el proceso general anticolonial/postcolonial en Asia, África y Medio Oriente, pareciera que ese ciclo (para bien o mal) está cerrado y legitimado por la historiografía, el caso Israel a los 70 años sufre de inhabilitación e interdicción para el análisis socio-histórico. La memoria colectiva sustraída a Israel Pero aún los estudios de la memoria colectiva se abstienen de abordar a los israelíes con ecuanimidad. Los historiadores poscoloniales se volcaron a recuperar la memoria de las víctimas como forma de comprender el horror sufrido en el proceso anticolonial, pero relegando a un segundo plano la noción explicativa de sociedades en pugna desfiguradas en conflictos etno-nacionales de pueblos que pelearon en guerras cruentas por su independencia. Esta visión post colonial solo acepta historizar el nacimiento del Estado judío, criminalizándolo como único perpetrador de la Naqba, mientras los refugiados palestinos son vistos como inocentes vitimas de una limpieza étnica predeterminada ya en el designio imperialista del sionismo. La obra historiográfica del israelí Ilan Pape es un cabal ejemplo de ello. Mientras los estudios poscoloniales siguen obsesionados con la memoria de las víctimas de guerras, genocidios y explotación, pareciera que sólo los israelíes carecerían de memoria de su movimiento de liberación, que les prometió la utopía del retorno sionista. Si la historia realmente es una tensión dialéctica entre el pasado como “espacio de experiencias”, y el futuro, como horizonte de expectativas”, según la fórmula de Reinhart Koselleck, los abordajes poscoloniales que historian a Israel ignoran el espacio de experiencia de los judíos que emigraron al Estado judío, borrándoles todo vestigio utópico en su horizonte de expectativo. La Tierra Prometida es metamorfoseada en tierra usurpada a las víctimas palestinas, esos nuevos parias que sufren el retorno al ethnos del otro pueblo que deja de ser paria: desde su inmigración a Israel, y devenir ahora en un pueblo “inventado a través de la secularización del remoto mesianismo judío y la sacralización del Holocausto transformado en religioso civil”. Sorprende este discurso de un historiador tan sensible a los actores sociales del siglo XX, que usa la metáfora “campo de batalla” para narrar la historia de violencia, pero ignora esa perspectiva al narrar a Israel y a los sobrevivientes del Holocausto. “El sionismo (antes minoritario entre la población que sería masivamente victimizada en los campos de exterminio) obtiene a través de esta memoria una hegemonía retrospectiva cuando no pueden discutirlo ya los sujetos de cuya representación se apropia”. “Y concluye Traverso: “Así, el Holocausto confiere a Israel un estatuto de representante de las víctimas y lo legitima como redentor (…) Da la impresión de un enorme dispositivo dedicado a proteger la memoria de una minoría que ya no está amenazada, en medio de la indiferencia colectiva hacia las formas de opresión realmente existentes en el presente”. Las vicisitudes del proceso de descolonización, que provocó la emergencia de nuevos Estados- naciones independientes en el Tercer Mundo, incluida Israel, debería ser contextualizado durante la Guerra Fría y en la perspectiva de la historia global, que observa el pasado como un conjunto de redes de interacción también en Medio Oriente. Sin embargo, la singularidad de la historia de Israel parece estorbarle al canon historiográfico postcolonial, excluyéndola de una historia contextualizada, comparada y objetiva. Por el contrario, al Estado judío se lo analiza fuera de la historia de la descolonización, transformándolo en un acontecimiento residual del colonialismo europeo en los albores de la guerra fría. Al cumplir sus 70 años, Israel es boicoteado no sólo por su régimen neocolonial en los territorios palestinos. También es condenado por haber logrado dentro de la línea verde transformarse en una exitosa potencia tecnológica mundial y militar. Además, su estatus de proxy estratégico del imperialismo norteamericano en la era de fail states en Medio Oriente en desintegración, refuerza el discurso BDS de defenestraciónanti Israel en numerosos centros académicos. Pero también dentro del Estado judío resulta peligrosa la tendencia de festejar sus setenta años exclusivamente por sus éxitos de potencia militar y tecnológica. Por primera vez, la prestigiosa revista American Interest, en su ranking anual sobre las ocho grandes potencias del mundo añadió a Israel a la lista. EE.UU. ocupó el primer lugar; Japón y China empatados en segundo lugar, seguidos por Rusia, Alemania e India. Este discurso triunfalista no solo es difundido desde el gobierno de derecha de Netanyahu sino también lo festeja la sociedad civil toda. Y aunque me acusen de aguafiestas, prefiero compartir con aquellos ciudadanos del país que miran su futuro con mirada melancólica, propia de quienes observan todo lo valioso que ha quedado a mitad del camino. Una mirada melancólica por nuestra utopía perdida, tantas esperanzas truncadas y los sueños extraviados en pesadillas inimaginables. | ||
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