por Burak Bekdil • 2 de Marzo de 2019
Si Turquía, un miembro de la OTAN, sigue adelante con la compra del sistema ruso de defensa 2-400, se arriesga a la imposición de sanciones de EEUU al amparo de la Ley para Contrarrestar la Influencia de Rusia en Europa y Eurasia, de 2017. En la imagen, una batería rusa S-400. (Foto: Vitaly Kuzmin/Wikimedia Commons)
El ápice de la crisis estival entre Turquía y Estados Unidos, en teoría dos aliados en la OTAN, ha dado paso a un pesimismo cauto. Pocos turcos recuerdan hoy los días de las multitudinarias protestas contra el presidente Donald Trump y su Administración; protestas a menudo pueriles, como cuando las turbas se reunieron para quemar dólares falsos o destrozar iPhones delante de las cámaras.
Lo de ahora es una calma extremadamente frágil.
Tras mantener vacante el puesto desde octubre de 2017, el pasado día 15 Washington propuso a David Satterfield, diplomático de carrera, como nuevo embajador en Ankara, nombramiento que aún ha de ser confirmado por el Senado norteamericano.
En Ankara, al embajador Satterfield le espera un complejo puzle.
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