jueves, 2 de mayo de 2019

AL INTENTAR DEFINIRLO: TODOS NEGAMOS EL HOLOCAUSTO
Todos, de un modo u otro, negamos el Holocausto.
Lo negamos cuando sólo lo asociamos con cifras y con números,
Lo negamos cuando sólo intentamos explicar sus circunstancias históricas,
Lo negamos cuando sólo lo ubicamos en su contexto político.
Todos negamos el Holocausto.
Cuando queremos enseñar lo
sucedido.
Cuando anhelamos entenderlo y difundirlo.
Cuando pretendemos ponerle nombre y apellido.
Todos negamos el Holocausto.
Cuando buscamos describirlo sólo a través de relatos, reportajes, y legajos,
Cuando sólo lo asociamos con la muerte y el horror,
Cuando pretendemos entenderlo sólo a partir de documentales o películas.
Lo negamos porque entre el Holocausto y las palabras existe un abismo infranqueable, insalvable.
Lo negamos al pronunciar sólo adjetivos, descripciones, y fotos concretas.
Lo negamos cuando en algún estrato de nuestra persona creemos que hemos entendido algo, un mínimo, aunque sea nimio, aunque sea minúsculo.
Porque si hay algo, tal vez, quizá, acaso, y posiblemente, que pueda aproximarnos, aunque sea un milímetro a Auschwitz, Birkenau, Mauthasen, Dachau, Sachsenhausen, es el más absoluto y categórico silencio.
Total, completo, cabal, perfecto, acabado y consumado silencio.
Y no me refiero al silencio que surge cuando los hombres se callan.
Sino al Silencio anterior a la Creación, y preliminar a que toda palabra se inventara.
El Silencio, y nada más que el Silencio.
También en la Tierra.
Y también en los Cielos.

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