El mejor lugar para un árabe – ¿Es de fiar (Mansur) Abás?
Por Mario Noya
Basem Eid, activista por los derechos humanos despreciado por tanto activista por los derechos humanos, lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a escribir un artículo provocador desde el mero título, “Israel, el mejor lugar para ser árabe”, que soliviantará a la goebbelsiana horda israelófoba y en el que celebra que cada vez sean más los árabes israelíes que se identifican como tales (el 53%, según una encuesta realizada en 2019 que cita en el texto) o simplemente como israelíes (23%), en vez de como palestinos o como nacionalistas árabes cordialmente comprometidos con la aniquilación del único Estado judío del planeta. Tanto o más celebra Eid que, según una encuesta mucho más reciente –de hecho, del mes pasado–, los residentes árabes de la parte oriental de Jerusalén –que no tienen nacionalidad israelí pero sí permiso de residencia– se muestren abrumadoramente partidarios de que la ciudad siga en manos israelíes –nada menos que un 93% de los consultados–.
“Son muy buenas noticias para un Oriente Medio que está cambiando”, se alboroza Eid, enemigo jurado de los enemigos de la normalización de la región y de quienes, como los defensores del BDS antiisraelí, apuestan al cuanto peor (para Israel), mejor, aunque los grandes damnificados sean los palestinos, sus pretendidos objetos de protección. “Un Israel en el que los árabes se sientan empoderados es un cosa bien poderosa. Cuando los musulmanes y los judíos coexisten en paz, la región gana”, sentencia, para finalmente confiar en que Israel sea cada vez más “un lugar en el que los hijos de Isaac y los de Ismael trabajen y vivan en paz”.
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En este contexto, las históricas declaraciones del líder islamista Mansur Abás a cuenta del indefectible carácter judío del Estado de Israel fueron recibidas con escandalizada furia en el campo antisionista del sector árabe-israelí (hasta ahora absolutamente hegemónico entre su dirigencia política) y en el palestino (sin distinción posible entre la también islamista Hamás y la supuestamente laica y supuestamente moderada Autoridad Palestina). Y, para sorpresa de no pocos, con tremendo escepticismo en determinados ambientes políticos israelíes. A la influyente Caroline Glick la interpelé directamente en Twitter al respecto, sabedor de que poco antes había escrito un artículo demoledor sobre/contra Abás, elocuentemente titulado “El lobo vestido con piel de cordero del Parlamento israelí”, y me respondió que seguía desconfiando del líder del partido Raam: “No puedo sino preocuparme cuando un dirigente de la Hermandad Musulmana dice algo bonito”, tuiteó, junto con una pista en forma de etiqueta: #taqiya. Mediante la taqiya, los musulmanes están autorizados a ocultar o disimular su fe en caso de grave riesgo o amenaza. O de cálculo político, añadiría Glick, cuya respuesta tuitera recibió a su vez una respuesta, no menos digna de interés: “Puede que [las declaraciones de Abás sobre la judeidad de Israel] no den cuenta de sus verdaderos pensamientos y objetivos, pero la expresión de esas ideas en público puede ser útil como herramienta para hacer frente a los deslegitimadores [de Israel]”, adujo el usuario Menaseh ben Israel. “Y probablemente contribuya a dar voz a posiciones equivalentes y más auténticas de ciudadanos árabes leales al Estado”.
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