Brillante como siempre la periodista Pilar Rahola.
La práctica de minimización y desvío del foco es un clásico permanente cuando se pronuncian algunas de las palabras que, según parece, conforman un triángulo fatídico: judíos, Israel y Holocausto.
Es mencionar un tema vinculado a Israel ―tal vez por alguno de sus avances científicos― o a los judíos ―aunque sólo sea hablando de la Pésaj― o el Holocausto, da lo mismo de cuál se haga mención, porque inmediatamente aparecen los listillos de turno que pronuncian la frase de rigor: «¿Y los palestinos, qué?».
Y al instante ya no importa que se esté informando de un descubrimiento revolucionario para curar alguna enfermedad grave, o que se hable de una tradición milenaria o, peor, que se conmemore la masacre de millones de judíos en la Shoah, da igual todo, porque Israel no puede tener nada positivo, los judíos son todos culpables y el Holocausto es una tragedia cualquiera, fácilmente equiparable a hechos recientes.
Estos días he tenido la última experiencia. El jueves pasado se conmemoraba el Yom Hashoá, un día muy importante para la comunidad judía del mundo, conformada por personas que tienen familiares desaparecidos en el Holocausto.
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