martes, 4 de octubre de 2022

 Amando Nuestra Cultura Judia

UNA HISTORIA CONMOVEDORA Y HERMOSA PARA YOM KIPUR.
Todo comenzó en un avión de British Airways, Londres-Nueva York.
"Mi nombre es Robert", dijo un caballero de unos sesenta años, muy calvo y con la nariz pronunciada, cruzando la mirada de Reb Yossef.

Los dos pasarían muchas horas uno al lado del otro, y podrían aliviar el aburrimiento con cuatro charlas, penso Robert.

La conversación pronto tomó un giro amistoso, y muy rápidamente los dos hombres encontraron un punto que los unió.

"Veo que es judío", dijo Robert, y Reb Yossef asintió.

“Yo también lo soy, a pesar de que no tengo nada que ver, pero nada en absoluto, con la religión".

A partir de ese momento, la conversación giró en torno a temas filosóficos como la fe y los sentimientos humanos.

La aeromozo pasó entre los pasajeros repartiendo las bandejas de la comida.

Reb Yossef inmediatamente notó que la de su compañero de viaje era cualquier cosa menos Kasher.

En su corazón no tenía ganas de permanecer indiferente e ignorar el hecho, a pesar de que no sabía exactamente si reaccionar, y de que manera hacerlo.

Finalmente se armó de valor y aclarándose la garganta se volvió hacia Robert:

Tal vez no sea del todo correcto entrometerme en sus asuntos, pero ... Ejem... antes de salir de casa preparé algo de comida para el viaje.
Si lo desea, con mucho gusto puedo darle mi comida kasher y comer lo que traje de casa".

Robert miró al Rabino a los ojos, tomó el tenedor con fuerza y en un gesto de desafío, lo clavó en la carne que tenía en la bandeja.

"¡No! Ya le he dicho que no tengo ninguna conexión con la religión, y no estoy en lo absoluto interesado en observar sus leyes. ¡Yo tengo un tema pendiente con Di-s!"

Luego agregó: "¡Yo como comida "taref" y no kasher, porque D/os tiene una cuenta pendiente conmigo!"

Reb Yossef interrogó a Robert con los ojos, esperando a que continuara.

Sin darse cuenta, Robert puso su tenedor en la bandeja y nerviosamente comenzó a tamborilear con los dedos sobre la superficie extraíble en la que descansaba la bandeja, que ahora parecía interesarle muy poco.

"El tiene un tema pendiente conmigo", continuó, "porque No le perdono que no protegió a mi Itzkel, mi único hijo".

Reb Yossef entendió que Robert tenía un profundo dolor en su corazón, y ahora de alguna manera se estaba desahogando.


Él asintió, esperando que el hombre continuara con su historia.

"Mi esposa y yo vivíamos en Lodz, con Itzkel, nuestro único hijo que tenia ocho años de edad.
Hasta el estallido de la persecución nazi, llevábamos una vida bastante serena, pero luego la situación se precipitó muy rápidamente.

Cuando empezamos a comprender la gravedad del peligro que nos amenazaba, ya era demasiado tarde para escapar.

Los nazis nos encerraron en el gueto. Un día los soldados irrumpieron alli, y sacaron a un grupo de judíos formado por hombres, mujeres y niños.
Nos llevaron a un gran campamento fuera de la ciudad, y nos separaron brutalmente, poniendo a los hombres en un lado, a las mujeres en el otro, y a los ancianos y niños en otro.

Luego nos ordenaron a los hombres que caváramos pozos profundos.

"Cavamos durante varias horas, cuando de repente escuchamos una serie de disparos.

Evidentemente alguien había intentado escapar y los soldados le dispararon no solo a él, sino también a un grupo de mujeres y niños que estaban cerca.

Mi corazón dejó de latir por un momento cuando vi a Itzkel caer al suelo.

Y cuando mi esposa corrió hacia él para ayudarlo, también fue asesinada en el acto".

Robert dio un largo suspiro. Era evidente que contar esta terrible historia le había costado un gran esfuerzo y además estaba tremendamente adolorido.

"D/os tiene una cuenta pendiente conmigo", repitió, "porque me quitó a Itzkel".

Reb Yossef había escuchado atentamente la historia y quedó impresionado.

Pasó un largo tiempo hasta que su compañero de viaje se recuperó.

El Reb trató delicadamente de discutir el tema del Holocausto desde la perspectiva de aquellos que tienen fe y creen en la Divina Providencia.

Con esa breve y dolorosa discusión la conversación entre los dos llegó a su fin.

El avión aterrizó en el aeropuerto JFK de Nueva York y los dos compañeros de vuelo se separaron, cada uno por su propio camino.

Pasaron siete meses, y llegó el mes de Elul.


Se acercaban los días del juicio. Yerushalayim, como cada año, tomó posesión de su santidad única, propia solo de la reina de las ciudades.

Fue precisamente en esos días que Reb Yossef vino a Yerushalayim, como acostumbraba hacer desde hacía muchos años para pasar los días santos en la ciudad tan querida por él.

Ya por un largo tiempo habia estado ocupando un lugar permanente en una de las sinagogas de Katamon, donde participaba regularmente en las oraciones de Rosh Hashaná y Yom Kipur.

La profunda serenidad, mezclada con la grandiosa reverencia y el miedo que reinaban en Yerushalayim, eran casi tangibles.

Las calles de la ciudad estaban inmersas en el silencio, por un dia completamente exentas de las idas y venidas de autobuses y coches.

Solo las oraciones que resonaban desde las sinagogas rompían el encantamiento, recordando a los judíos, incluso a los más lejanos, que en ese día las puertas del Cielo estaban abiertas para acoger y aceptar las peticiones y súplicas de cualquiera que desee acercarse a Hashem.
En las sinagogas de Katamon, donde tiene lugar nuestra historia, como cada año, muchos "invitados", los llamados judíos de Kipur, se unieron a las oraciones.
Sus tallitòt como nuevos, todavía blancos, con sus pliegues bien acentuados, sugerían que habían estado guardados todo el año en quién sabe cual armario.
Después de la lectura de la Torá, el gabay de la sinagoga anunció un descanso de un cuarto de hora antes de la oración de Yizkor(el rezo en conmemoracion de los familiares fallecidos), para permitir que incluso aquellos que vivían lejos llegaran a tiempo a la sinagoga.
Reb Yossef salió de la sinagoga para tomar una bocanada de aire.
El hombre sentado en el banco cerca de la sinagoga no le habría llamado la atención, si no hubiera sido por el cigarrillo que fumaba con ostentación descarada.
Cuando vio al judío ortodoxo, exhibió el cigarrillo con un gesto provocador que no dejaba lugar a malentendidos: el propósito era ofender, molestar, profanar y provocar al judío que pasaba frente a él.
Reb Yossef casi lo ignoró y fue más allá, cuando, como un rayo, una imagen muy clara electrificó su mente.
El rostro del hombre estaba bien impreso en su memoria. Se dio la vuelta, lo examinó por unos momentos y sí, era Robert.
Sin pensarlo dos veces, Reb Yossef le extendió las manos y, con una gran sonrisa en su rostro lo saludó: "¡Sholem Aleichem, Robert!"
Ahora Robert también lo había reconocido.
Echó un vistazo rápido al cigarrillo, luego a Reb Yossef, como diciendo: "Bueno, ¿qué tiene que decir sobre esto?"
Reb Yossef ignoró el desafío. "¡Hoy es Yom Kipur! ¿Quizás le gustaría entrar en la sinagoga conmigo, para orar un poco? Es un día especial, el día más sagrado del año...".
Estas eran las palabras que Robert esperaba.
"Ya le he dicho que Él tiene una cuenta pendiente conmigo ,y que no quiero tener nada que ver con rezos. Desde que nos conocimos ese día en el avión, aún no me han devuelto a Itzkel."
Las palabras de Robert mostraron la obstinación típica de aquellos que sufrieron profundamente y han guardado un profundo rencor en sus corazones.
Reb Yossef, por su parte, no se movió, profundamente entristecido.
Pensó en las barreras que impedían que esa alma judía se uniera al Creador.
"Si está enojado con Di-s, es asunto suyo".
Reb Yossef habia decidido jugarse su último comodín.
"Ahora, sin embargo, estamos a punto de recitar la oración de Yizkor, en la que se conmemoran las almas de los muertos, mártires y víctimas, pidiendo que sean rectificados y disfruten del descanso eterno.
Uated tuvo un hijo infinitamente querido. Durante cuarenta años nunca lo recordó en ninguna oración y tal vez ahora ha llegado el momento de entrar en la sinagoga y recitar el Yizkor y la oración de "Kel malé rachamìm" en su memoria. Solo una pequeña oración, para darle descanso en los mundos superiores".
Robert reaccionó con un gesto que valía más que mil palabras, pero la expresión de desprecio se había desvanecido.
Reb Yossef rápidamente se dio cuenta, e intentó de nuevo convencer a su amigo.
De hecho, entendió que había una lucha total entre la razón y los sentimientos más profundos.
Pasaron unos minutos y Robert, sin decir una palabra, se levantó, tiró el cigarrillo y siguió a su amigo.
En la sinagoga, Reb Yossef lo hizo sentar en su asiento. Luego se dirigió al chazan (cantor), que ya estaba en la teva, listo para reanudar las oraciones.
Le explicó brevemente la historia de Robert: "Hay una persona aquí que no ha puesto un pie en la sinagoga durante cuarenta años.
Ahora ha aceptado hacerlo para conmemorar a su único hijo, que murió en el Holocausto. Por favor, recite para él un "El malé rachamìm" .
El chazán asintió, sugiriendo que lo haría.
Las oraciones se reanudaron y el "El malé rachamìm", recitado por el cantante con tanto fervor y sentimiento, conmovió profundamente a todos los presentes.
Reb Yossef observó a Robert por el rabillo del ojo.
Visiblemente pálido y molesto, sostenia con fuerza el atril, esforzándose por permanecer de pie.
Reb Yossef estaba contento de haber logrado abrir una brecha en las paredes que rodeaban el corazón de su amigo.
Cuando llegó al nombre del difunto, el chazán dirigió una mirada interrogativa a Robert, quien se apresuró a responder: "Yitzkhak ben Reuven".
El chazán cerró los ojos y repitió en voz alta: "... el alma de Itzjak ben Reuven".
Luego la oración continuó, pero de repente se detuvo y miró a Robert nuevamente, y despues el cantor continuó hasta el final.
Al final de la conmemoración de los muertos, el chazan bajó de la teva y caminó de manera decidida hacia Roberto.
Estaba visiblemente molesto.
"¿Itzkowitz?", Preguntó en una palabra.
Robert lo miró fijamente y asintió.
"Papá?!?,", exclamó el chazán, en tono interrogativo, incrédulo y confiado al mismo tiempo.
Robert retrocedio un paso, miró al chazan y fue entonces cuando lo reconoció.
"¡Oh, Itzkel!", exclamó, antes de perder el conocimiento.
De esta increíble historia se habló durante mucho tiempo en el vecindario.
Como después de décadas, como si despertara de un sueño increíble, poco a poco surgieron los detalles de la maravillosa historia.
Itzkel le dijo a su padre que mientras su madre fue asesinada en el acto por los disparos de los soldados alemanes, él solo resultó levemente herido.
Durante cuarenta años padre e hijo habían estado separados, y lejos el uno del otro.
Ahora, el día en que los niños se reúnen con su Padre, se habían vuelto a reencontrar.
Historia contada por el rabino Yossef Hazan de Manchester.
F: noi che amiamo Israele.
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