No tienes que ser grande para hacer cosas grandiosas”.
- Ernie Grunfeld.
Del HOLOCAUSTO a la NBA: Ernie Grunfeld, el único atleta profesional de las grandes ligas cuyos padres sobrevivieron el Holocausto.
Ernie Grunfeld fue una leyenda de la NBA que jugó para los New York Knicks y más tarde se convirtió en su director general y presidente.
En su mejor momento, le pidieron que visitara campamentos de básquetbol, escuelas secundarias y universidades de todo el mundo para motivar a los jugadores.
Él siempre comenzaba sus presentaciones haciendo varios tiros perfectos frente a cientos de estudiantes.
Ernie hacía que pareciera fácil. Él era un gigante de 1.98 m de altura y calzaba talle 49.
Encestaba fácilmente cada pelota.
Luego miraba al público y les decía:
“Apuesto que ustedes piensan que enceste esos tiros porque soy alto y grande.
Pero les voy a probar que no tienen que ser altos ni fuertes para hacer el tiro perfecto. Cualquiera que lance de la forma perfecta puede hacer un tiro perfecto, sin importar cuán pequeño sea”.
Entonces buscaba al jugador más pequeño y diminuto entre el público y lo invitaba a adelantarse.
La audiencia no lo sabía, pero Dan Grunfeld, el hijo de Ernie, se había metido entre el público.
Dan tenía apenas cinco años, y era tan escuálido que parecía el blanco soñado de cualquier matón.
Mientras Dan caminaba lentamente hacia la cancha, se podían escuchar las risitas y susurros.
Algunos niños se reían en voz alta.
Con la pelota en la mano, el pequeño Dan se ponía en posición frente al aro y lanzaba la pelota.
La pelota partía de su mano de la forma perfecta y… swish.
La multitud quedaba en silencio.
La lección de Ernie era simple: en la vida, puedes hacer grandes cosas a cualquier edad o tamaño. El hecho de que Ernie ganara una medalla en las Olimpiadas de básquetbol a los 21 años ayudaba a entender este punto.
Pero la lección más conmovedora venía de la madre de Ernie Grunfeld, una adolescente que sobrevivió el Holocausto.
Dan escribió un libro fascinante sobre la vida de su padre y su abuela, titulado By the Grace of the Game,"Por la Gracia del Juego".
Alli, Dan comentó: “Mi abuela, Lily Grunfeld, a quien yo llamo Anyu, es la verdadera heroína de la historia. Durante el Holocausto, ella tenía sólo 17 años cuando arriesgó su vida para salvar la vida de otros 17 judíos desconocidos.
No tienes que ser grande para hacer cosas grandiosas”.
Cuando los nazis invadieron la ciudad en que nació Anyu, ella estaba visitando a su hermana en Budapest. Recibieron una carta de sus padres que decía: “Vuelvan a casa lo más rápido que puedan”.
Ella y su hermana empacaron sus cosas rápidamente y fueron a la estación de tren al día siguiente.
Cuando estaban saliendo llegó otra carta diciendo: “No vengan a casa”.
La invasión nazi fue muy rápida. Esa carta, que llegó justo a tiempo, la salvó de terminar en Auschwitz.
Mientras estaba en Budapest, se enteró de que Raoul Wallenberg estaba emitiendo unos pasaportes de protección llamados Schutz Pass.
Dado que Anyu era rubia y podía pasar por aria, pudo ir a la embajada de Suiza y esperar en la fila.
Eso era riesgoso porque los nazis sacaban a los judíos de esa fila y los deportaban. Después de horas de espera, ella se acercó al empleado y este le pidió sus papeles. Decepcionada, Anyu se dio cuenta que no había llevado ningún documento.
Inexplicablemente, el empleado le dijo: “Aquí tienes una nota que te permitirá adelantarte en la fila y venir directo al frente”.
Ella regresó, tomó sus papeles y adelantó la fila para recibir su Schutz Pass. Tampoco confiscaron su nota. Gracias a esa omisión, Anyu hizo la extenuante caminata 17 veces más para asegurar pases adicionales para otras personas que los necesitaban.
La joven los recibia y despues le daba esos pases a otros judíos, a veces extraños, para ayudarlos a sobrevivir. Aunque la comida era escasa y ella podría haber negociado, nunca pidió nada a cambio de los documentos.
El "Schutz Pass" la mantuvo viva. Pero esta no fue la única vez que Raoul Wallenberg salvaría su vida.
Eventualmente, alguien informó a los nazis que Anyu en realidad era judía. La atraparon y la llevaron al gueto de Budapest.
Allí se reunió con su hermano.
Corria ya el año 1945, y Alemania estaba perdiendo el control en Budapest.
Un día, Anyu vio a los nazis reuniéndose afuera del gueto.
Estaban formándose, con ametralladoras en sus espaldas.
Rápidamente se corrió la voz de que estaban allí para liquidar el gueto.
Andy, el hermano de Anyu, la tomó de la mano y encontraron un pequeño espacio en un ático para esconderse.
Escucharon fuertes pasos detrás de ellos, pero no eran los nazis sino más judíos que querían esconderse con ellos.
Estaba muy apretado con 12 personas en un espacio para cuatro. No había un centímetro para esconder a nadie más.
Todos contuvieron la respiración.
El silencio era pesado y nadie se atrevía a moverse. Pasaron unos cuantos minutos de silencio.
Cada respiro se sentía como una eternidad.
Una hora después, aún no había ruido.
¿Dónde estaban los balazos? ¿Era esto alguna clase de truco?, se preguntaban.
“¿Qué debemos hacer?” susurraban. Unos cuantos minutos más tarde, enviaron a alguien a revisar.
Los nazis ya no estaban! Eran libres, pero Anyu nunca supo por qué los nazis se fueron sin invadir ese día.
Solo se enteró de lo ocurrido cuarenta años después, viendo una película que representaba esa misma escena en el gueto de Budapest.
Dan explicó:
“Los nazis entraron al gueto de Budapest con ametralladoras, con órdenes de Eichmann de asesinar a todos los judíos que quedaran.
La pantalla muestra un frenético Raul Wallenberg conduciendo un auto, intentando desesperadamente llegar al gueto.
Apenas estaciona el auto y sale rápidamente, encuentra al General Gerhard Schmidhuber, comandante de las tropas alemanas en Hungría.
Wallenberg le suplica al general.
Le dice que la guerra acabó y que será colgado por lo que está a punto de hacer.
Eso convence al general de cancelar la masacre.
Los nazis salen por el portón y nunca regresan”.
Anyu se casó, tuvo dos hijos, y se fue a los Estados Unidos tras escapar de otro horroroso destino durante el régimen comunista en Rumania.
Unos pocos meses después de haber llegado a los Estados Unidos, ocurrió lo impensable.
Las piernas de su hijo Leslie, comenzaron inexplicablemente a llenarse de moretones.
De pronto, unas bolas azules y moradas mancharon sus muslos y sus pantorrillas. No podía deberse al contacto durante sus partidos de futbol.
Fueron al médico y se confirmó lo peor. Leslie tenía leucemia y era terminal.
Pocas semanas antes de morir, él le susurró a su madre:
"Nada me gustaría más que mi hermano Ernie se convirtiera en una persona famosa en los Estados Unidos”.
Y Ernie llegó a convertirse en una legendaria estrella de básquetbol!
• Apenas contaba con diez años y nunca había tocado una pelota de básquetbol cuando su hermano dijo esas palabras.
Dan explicó:
“Los niños en Nueva York se burlaban de él. Apenas hablaba inglés, y sus padres nunca estaban porque trabajaban todo el día”.
Ernie empezó a ir al parque cercano para intentar hacer amigos y distraerse de la muerte de su hermano.
Comenzó a lanzar pelotas y el básquetbol cobró sentido. Pronto se convirtio en el mejor del parque, luego en el mejor de la ciudad, y después en el mejor del país!
“¡Era un fenómeno!. Sus estadísticas eran inigualables”, exclama su hijo Dan.
Ernie era el atleta judío más prominente de la época, sin embargo siempre fue humilde.
Nunca hablaba de si mismo, y por eso sus padres no lo vieron jugar básquetbol hasta que ya estaba en el penúltimo año de la secundaria.
“Ellos no sabían lo que estaba pasando porque siempre estaban trabajando y asumieron que el básquetbol era solo un pasatiempo que mantenía a Ernie alejado de los problemas”.
Para ver a Ernie jugar en la secundaria, sus padres habrían tenido que cerrar su negocio, lo que no era una opción.
Una noche, recibieron una llamada del entrenador del equipo.
“Creo que deberían venir a ver jugar a Ernie”.
Cerraron el negocio, pero no lo suficientemente temprano como para llegar al comienzo del juego.
Cuando llegaron, el gimnasio estaba repleto y cerrado, ya no había lugar para que entrara nadie más.
Tocaron la puerta, esperando convencer a alguien para que les abriera.
“¡Lo siento! El lugar está repleto, nadie más puede entrar. Vuelvan otra noche”, les dijo un guardia de seguridad.
“¡Pero queremos ver jugar a nuestro hijo, Ernie Grunfeld!” insistió Anyu.
Impresionado, el extraño les dijo: “¿Ernie Grunfeld es su hijo? ¿Por qué no empezaron por decir eso? ¡Adelante!”
Cuando entraron al sitio, miraron la cancha, pero no lo veian.
Si es tan bueno, ¿por qué no está en la cancha?, comento su padre.
“¡Mira, ahí!”, dijo Anyu. “Sí está en la cancha”.
En ese momento, comprendieron la increíble evolución que había tenido lugar.
Ellos estaban acostumbrados a ver a su hijo en camisetas por la casa. Allí, con su uniforme de básquetbol, se veía como un hombre, no como un niño.
Hasta ese momento, Ernie trabajaba cada fin de semana en su negocio de telas.
A partir de allí, sus padres le dijeron: “Tú enfócate en tu juego, y nosotros haremos el resto”.
Ernie fue invitado a hacer una prueba para el equipo Olímpico de los Estados Unidos, pero él aún no era ciudadano.
La recibió en 24 horas porque era el favorito para representar a los Estados Unidos.
Cuando entró al equipo, sus padres cerraron su tienda de telas durante dos semanas para asistir a los partidos.
Ese año, el equipo de Ernie ganó todo, y el se convirtio en medallista de oro olímpico a los 21 años.
Sus padres salieron de las cenizas del Holocausto eligiendo mudarse lejos de la tierra que conocían y siguieron adelante tras la muerte de su hermano.
El básquetbol fue una salvación para su familia. Ernie, como inmigrante, en toda su vida nunca sintió que pertenecía, pero "pertenecía en la cancha".
Dan siguió los pasos de su padre.
• “Yo jugué en Stanford. Mi primera oferta de contrato como profesional fue, irónicamente, en Alemania”.
• “Cuando me ofrecieron el trabajo, les dije: ‘Denme un tiempo para contestar, necesito consultarlo con mi abuela’.
Probablemente fue la primera vez que escucharon esa respuesta!”
“Cuando le pregunté a mi abuela, ella me respondió:
‘No veo ningún problema.
Los hijos no son responsables por los pecados de sus padres’”.
Aunque ella nunca perdonaria a las personas que perpetraron tales atrocidades, creía que la nueva generación no era responsable por las acciones de sus antepasados. Con esta generación, fue capaz de seguir adelante y perdonar.
A Dan le costaba ser el hijo de una estrella deportiva.
“Las personas asumían que el éxito de mi padre era la razón por la que yo tenía éxito.
Una vez, cuando gané el premio al mejor jugador de un torneo, escuché a otros padres reclamar:
‘¡Por favor! ¡Él es hijo del director de los Knicks! ¡Esto es ridículo!’”
Dan usó esta energía negativa para alimentar su fuego y seguir trabajando duro.
Esto es algo que aprendió de las acciones de su familia.
“Yo vi lo que mi familia superó.
Tanto mi papá como mi abuela no paraban de hablar sobre el trabajo duro.
Ellos afirmaban que mientras muchos factores del éxito no están bajo tu control, el esfuerzo siempre lo está. Mi papá trabajó más que cualquiera.
Él siempre decía: ‘Confía en lo que puedes controlar, que es el esfuerzo que inviertes’”.
La segunda lección que Dan cosechó de su padre y de su abuela es tener siempre esperanza y nunca rendirse.
“Hay mucha oscuridad en nuestra historia, pero hay mucha más luz. Siempre debes tener esperanza y mantenerte cerca de personas que te apoyan. Aférrate a ellos, y déjales empujarte hacia adelante. Nuestra historia trata sobre mantener la esperanza, mantenerse positivo y trabajar duro.
Si alguna historia puede ayudarte a creer, es esta”.
Exitoso por derecho propio, Dan fue un “Academic All-American” en Stanford, y jugó básquetbol europeo profesional (¡Incluso una vez también superó en un torneo a Lebrón James!).
El mensaje más fuerte de Dan es que todas las cosas son posibles, sin importar las probabilidades que tengas en contra.
“Sólo porque las cosas son improbables no significa que sean imposibles. Nunca sabes que puede pasar y nuestra responsabilidad es seguir adelante.
Mi abuela es la que mejor ejemplifica esto.
Por la gracia del juego, sigue adelante”.
Sara Pachter.
Aish Latino
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