LA SEMANA TRIUNFAL DE BENJAMIN NETANYAHU
Ignorando los engaños occidentales y atacando a Hezbola en el Líbano, el líder de Israel ha servido a los intereses occidentales.
Por Walter Russell Mead
Septiembre 30, 2024
traducido por
El Primer Ministro Benjamin Netanyahu ha tenido una de las mejores semanas en la historia de la política moderna. Hace apenas algunos días, las calles de Israel estaban llenas de manifestantes. Aliados de la coalición obstaculizadores buscaron atar sus manos. El Equipo Biden reprochó su falta de visión y valentía. Diplomáticos de muchos países boicotearon la aparición del Sr. Netanyahu en la Organización de Naciones Unidas mientras el llamado de Irán a la moderación y calma era alabado ampliamente.
El Equipo Biden ofreció el consejo acostumbrado: No escalen. No provoquen a Hezbola. Hagan todavía más concesiones para llegar al sí con Hamas. No enojen a Irán cuando los "moderados" están organizando un regreso.
Afortunadamente para sí mismo y para la nación que dirige, el Sr. Netanyahu tuvo la claridad de mental para ignorar los argumentos habituales de Washington. El resultado fue la serie más grande de triunfos de Israel desde la Guerra de los Seis Días. Fue también un impulso significativo para los intereses estadounidenses y occidentales en una época peligrosa.
Nada tan vulgar como el éxito militar, sin embargo, puede sacudir el odio del establishment diplomático y clases parlanchinas occidentales hacia el primer ministro de Israel. Hay razones profundamente arraigadas para esto. Las élites de política exterior occidental quieren creer desesperadamente que vivimos en un orden internacional estable y basado en leyes y que la política exterior exitosa en nuestra época educada depende menos de la fuerza militar y más de la diplomacia, del respeto por el derecho internacional y la atención escrupulosa a los derechos humanos. Cuanto más diverge esa realidad de esta ilusión placentera, más desesperadamente muchos en los establishments diplomático y periodístico se apegan a sus sueños.
En ningún otro lugar el juego de Finjamos es practicado más asiduamente que en el mundo de la política occidental para Medio Oriente. En el mundo real, Irán es una potencia maligna e inquieta cuya ambición fanática puede sólo ser resistida por medio de la fuerza. El pueblo palestino, sean cuales sean los aciertos y errores históricos de su difícil situación, actualmente carece del liderazgo, instituciones y consenso nacional que podría hacer funcionar una solución de dos estados. Hasta que y a menos que eso cambie, son inevitables más asentamientos judíos en la Margen Occidental. La Agencia de Ayuda y Obras de Naciones Unidas (UNRWA), haga lo que haga, facilita y alimenta el terrorismo.
Las leyes internacionales de la guerra, nos guste o no, tienen relevancia limitada en una región en la cual el Estatuto de la ONU mismo es en gran medida letra muerta. La paz verdadera, en el sentido que Alemania y Francia tienen paz verdadera con su seguridad basada en instituciones y sus relaciones principalmente regidas por la ley, no está sobre la mesa para Israel o de hecho para cualquier estado en el Medio Oriente en cualquier momento cercano.
Todas estas cosas son ciertas, pero la opinión occidental respetable se niega a aceptar alguna de ellas. En la visión del Occidente, la paz con Irán está a tan sólo un par de reuniones diplomáticas de distancia. Algunas simples concesiones israelíes marcarán el inicio de una solución de dos estados estable. Resuelto ese conflicto, un orden regional basado en leyes y democrático está justo a la vuelta de la esquina, y sólo el egoísmo ciego e inmadurez política de los líderes locales bloquea la marcha, de otra forma inexorable, de la utopía a lo largo del Medio Oriente. Y si nada de esto es de hecho cierto ahora, se volverá verdadero si suficientes de nosotros creemos en el hada Campanita.
En los días templados de supremacía estadounidense indiscutida luego del colapso de la Unión Soviética, el Occidente era tan fuerte que los meso-orientales estaban dispuestos a complacer nuestras ilusiones. A medida que Estados Unidos y, en mucha mayor medida, la Unión Europea permitieron que se erosione su poder militar y desperdiciaron su credibilidad diplomática, la influencia occidental en el Medio Oriente se desvaneció, como era de esperarse.
En lugar de culparse a sí mismos por su influencia decreciente sobre amigos y enemigos por igual en el Medio Oriente, los líderes occidentales y las clases parlanchinas a su alrededor depositan la responsabilidad sobre los locales ignorantes. Si el Sr. Netanyahu fuera tan sólo tan sabio como John Kerry, creen apasionadamente personas que de otra forma serían inteligentes, Hamas liberaría a los rehenes, surgiría en Gaza y la Margen Occidental un estado palestino estable y pacífico, e Irán haría la paz. Y si él pudiera tan sólo ser expulsado del poder en Jerusalén, surgiría un líder más sabio, mejor y más fuerte, y la paz descendería a lo largo del Medio Oriente como el rocío de la mañana.
Creer lo contrario sería admitir que el mundo no se está moviendo hacia la utopía, que la vida internacional consiste en elecciones difíciles y a menudo amargas, y que alimentar falsas esperanzas pone en peligro la poca paz y seguridad que ha conseguido nuestro muy atribulado planeta. Eso es más verdad de la que el Occidente está dispuesto a escuchar, así que el aporreo a Bibi continuará.
El Sr. Netanyahu no es ningún santo, y cualquier cosa menos infalible. Los israelíes han cometido errores morales y estratégicos en el pasado y sin dudas cometerán más en el futuro. Esa es la naturaleza de la política. Pero hasta que el Occidente se sacuda el sueño que vivimos en un planeta posthistórico, israelíes y árabes por igual tendrán que hacer caso omiso al consejo occidental para trazar sus propios rumbos a través de nuestra época difícil.
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