sábado, 4 de junio de 2016

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EL GRAN ALI, UN ANTISEMITA CUYA HIJA SE CASÓ CON UN JUDÍO
El extraordinario boxeador Muhammad Ali, quizás el mejor de todos los tiempos, fallecido esta madrugada, a los 74 años, tuvo un gran castigo, además del mal de Parkinson: vivió la paradoja de ser antisemita y que su hija se casara con un judío.
Cassius Clay se convirtió al islam en 1964, cambió su nombre y exteriorizó un antisionismo y un antisemitismo que nadie sabe si fue parte de su adoctrinamiento o le venía de antes, aun a pesar de que muchos judíos lo ayudaron en su carrera.
Por ejemplo, cuando en 1970 tuvo su regreso triunfal tras el encarcelamiento por negarse a combatir en Vietnam, rechazó volver a enfrentar a su histórico rival, Joe Frazier, con un: “Todos estos promotores judíos verán de qué se trata”.
Tras su retiro, en 1974, Ali aseguró en Beirut, al inicio de una gira por Medio Oriente, que “los Estados Unidos es la fortaleza del sionismo y el imperialismo”, y en una visita a dos campos de refugiados declaró su “apoyo a la lucha palestina por liberar su patria y expulsar a los invasores sionistas”.
En 1980, durante una visita a la India para promover el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú a raíz de la invasión soviética de Afganistán, sostuvo que “toda la estructura del poder es sionista: ellos controlan los Estados Unidos y el mundo”.
Fiel a sus ínfulas, Ali visitó Israel en 1985 para “arreglar la liberación de los hermanos musulmanes encarcelados”, en referencia a 700 terroristas chiítas libaneses detenidos en Atlit, con el “máximo nivel del país”, pero sus autoridades se negaron cortésmente a recibirlo.
Con los años cambió su discurso, quizá por el casamiento de su hija Khaliah con Spencer Wertheimer, de cuya unión nació Jacob (ambos en la foto), a cuyo bar mitzvá asistió en 2012, en la Congregación Rodeph Shalom (persigue la paz) de Filadelfia.
Así, en 1996, antes de encender la llama olímpica en los Juegos de Atlanta, Ali matizó: “Hay judíos que llevan una buena vida y creo que cuando mueren, van al Cielo” porque “cualquiera que crea en un solo Dios también debería creer que todas las personas son parte de una familia y tienen que trabajar para conseguirlo”.
Aunque sonó más a un “tengo un amigo judío” que a un verdadero mensaje conciliador…




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