jueves, 20 de junio de 2024

De Newsweek

 YO SIRVO A LOS SOLDADOS DE LAS FDI CADA DIA. ELLOS SE VEN COMO ADOLESCENTES NOSTALGICOS.

TRADUCIDO POR  

Junio 12, 2024   Marcela Lubczanski
El trabajo de la Estación puede ser duro, raspando ollas, limpiando mesas, descargando pallets de alimentos, pelar grandes bolsas de cebollas, y servir cientos de comidas.
Pero para mí, la parte más dura es mantener mi compostura cuando encuentro a las mujeres y hombres que están sirviendo a Israel. A veces estos encuentros son alegres, otras veces devastadores, pero siempre son profundamente conmovedores, como cuando un grupo llega a la Estación llevando la insignia de la Autoridad de Antigüedades de Israel en sus camisas. 
Una mirada es todo lo que hace falta para ver que ellos están agotados, física y emocionalmente. Me acerco a una de ellos que me cuenta que su equipo fue convocado para buscar cuerpos. "Antes del 7 de octubre yo era arqueólogo, mi profesión era buscar huesos de 2,000 años de antigüedad." Ella vacila, toma un respiro, y continúa. "¿Quién mejor para recuperar los huesos de nuestros niños?" pregunta.
Para ella, una carrera satisfactoria en el campo de la ciencia en un instante se convirtió en una pesadilla en los campos de la muerte donde los hijos israelíes fueron torturados y las hijas violadas antes de ser asesinadas por Hamas.
Me pregunto qué la sostendrá y dónde encontrará ella la fuerza para continuar siquiera por un día más. Mientras me alejo, me encuentro cara a cara con un hombre gigante que sin saberlo, responde a mi pregunta. Un reservista, él es alto y corpulento con una ametralladora colgada sobre su hombro.
Cuando mis ojos se mueven hacia arriba para encontrar los suyos, me sorprendo. El tiene 82 años. Su padre, me cuenta, luchó en el Sinaí en la década de 1960 cuando Egipto estaba empeñado en la destrucción de Israel.
El resto de su historia él la cuenta por medio de su misma presencia bajo la tienda. Es la historia de Israel. Pasado décadas de la edad para el servicio militar, él no fue reclutado, pero como otros miles que conforman el ejército ciudadano de Israel, él se reportó para el deber de todas maneras.
Le pregunto qué sucedió cuando apareció en su base. "Me dijeron que me vaya a casa," se ríe. El se quedó y ha estado con su unidad desde mediados de octubre. No me sorprendí porque las FDI no son un ejército común. Son un ejército de ciudadanos, vecinos, y familiares—un ejército donde sirven padres e hijos, donde los cadetes de bajo rango se dirigen a los altos coroneles por su primer nombre.
Es un ejército donde los padres telefonean a los oficiales de mando de sus chicos. Donde abundan historias como la que me cuenta una madre acerca de dar al comandante de su hijo una reprimenda porque él llegó a casa de licencia habiendo perdido peso. Cuando pregunto cuál fue la respuesta del comandante, ella responde, "¿Qué piensas? Se disculpó, por supuesto, y prometió asegurarse que mi hijo coma comidas apropiadas."
Estos son las madres, padres, tíos, tías, y abuelos que dirigen la Estación. Casi cada vez que levanto la vista de lo que estoy haciendo, veo a uno de ellos abrazando a un soldado que ha venido por una comida caliente o algunos minutos de descanso.
Cuando un grupo de muchachos entran juntos, una mujer voluntaria de mediana edad corre a saludarlos, abrazando a cada uno de ellos por turno. Después que se van, le pregunto cómo los conoce. "Ellos están en la unidad de mi hijo, crecieron juntos, yo crié a esos chicos," me cuenta tanto con orgullo como con melancolía en su voz. Cuando paso por otra mujer que acababa de abrazar a un teniente coronel como uno haría con un familiar, ella ve la curiosidad en mi cara y sin que le pregunte, dice 'Mi hijo está en su batallón.'
La Estación se pone muy agitada a la hora del almuerzo, pero por algunos segundos, todo parece llegar a un punto muerto cuando entran juntas una media docena de chicas jóvenes hermosas. Hago un doblete. Ellas podrían ser modelos o estrellas de cine, pero las armas colgando de sus hombros y sus uniformes oscuros cuentan otra historia. Ellas son soldados de combate, como los que hace poco rescataron a cuatro rehenes.
Los uniformes de los soldados de combate son fácilmente reconocidos debido a que son no inflamables. Estos soldados se ven muy diferentes de los mecánicos y conductores de camiones sentados al lado de ellos, tanto por sus uniformes como por su largo pelo rubio fluyendo o colas de caballo trenzadas.
Una de ellas se aproxima, preguntando si hay alguna comida libre de gluten. Yo podría haber jurado que la había visto caminando por la calle de moda Dizengoff en Tel Aviv algunas semanas antes. Le muestro una selección de comida libre de gluten. Se encuentra en el área de servicio que stá al lado de las comidas veganas, que son populares en Israel, un país que es conocido como uno de los lugares más amigables con los veganos en el mundo.
Un soldado que parece más un adolescente nostálgico que un guerrero me pregunta si hay menta fresca para su té. Tomar té con menta es una larga tradición entre los cerca de un millón de judíos mizrajim que fueron masacrados o escaparon a pogromos en países meso-orientales y llegaron a Israel en la década de 1940.
Para ellos y sus descendientes, la idea de tomar té sin menta es casi tan extraña como tomar una Coca-Cola caliente. Yo voy y busco en la cocina. No puede decepcionar a este muchacho para quien una simple taza de té con hojas de menta es una conexión con su hogar, sus padres, y su legado. Cuando regreso algunos minutos después, menta en mano, él está esperando pacientemente. Su expresión es una tanto de gratitud como de alivio.
Cuando termina la prisa del almuerzo, la cocinera, quien a pesar de ser anciana es un haz de energía imparable, me alcanza un enorme saco de zanahorias y me ordena pelarlas. Mientras estoy hablando con ella, un soldado sentado cerca viene y sin mediar palabra toma las zanahorias y se aleja.
Lo siguiente que sé es que él está pelándolas metódicamente con la eficiencia de un cocinero experimentado. "Devuélveme esas zanahorias," demando con lástima, '¿no estás ya haciendo suficiente?" Mientras estoy hablando, lo imagino luchando por su vida en esa zona de guerra infernal infectada por Hamas. El responde a mi pregunta ni levantando la vista ni devolviendo las zanahorias. Aparentemente, él ha decidido que no está haciendo lo suficiente. Este, en resumen, es el carácter del soldado de las FDI.
No puedo evitar preguntarme si los cientos de soldados que vienen a la Estación están preocupados con las inquietudes del día a día acerca de sus padres, hijos, parientes enfermos, pagar cuentas, cumpleaños, o hipotecas vencidas.
Si están preocupados con estas cosas, en cierta forma no es suficiente para distraer a todos y cada uno de ellos, a la persona, de quitar sus platos sucios de las mesas donde comen y detenerse en la salida para agradecerme por servirlos.
¿Cómo puede ser posible que ellos estén agradeciéndome?, me pregunto. Ellos están arriesgando sus vidas combatiendo a la que yo creo es la gente más brutal y amoral que la humanidad haya conocido jamás. Supongo que ese es el motivo por el cual cada vez que escucho ese gracias, mis rodillas tiemblan y quiero caer a los pies de estos heroicos hombres y mujeres.
Pero caer a sus pies no tendría sentido porque no importa donde miro, no hay un solo ego inflado, una persona en busca de elogio, o un soldado engreído para recibir mis postraciones.
Mientras yo no quiero nada más que expresar mi gratitud, un soldado dirigiéndose de regreso a las líneas del frente se para frente a mí y da el golpe final de humildad, "Tu nombre," me dice, "estará inscripto para siempre en el libro de la historia de la nación de Israel." Enseguida lo reconozco. Arma en una mano, una zanahoria pelada perfectamente en la otra, él asiente ligeramente y entonces desaparece antes que yo pueda pronunciar una palabra.
Ron Katz trabaja en el Instituto Tel Aviv combatiendo el antisemitismo y discurso de odio online. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.