Anoche, en el escenario de Eurovisión, no fue solo una voz la que se alzó.
Un lamento vestido de negro.
Yuval Raphael no cantó solo por ella.
Cantó por todos.
Por los que no pudieron volver.
Por los que aún esperan.
Cada pliegue, cada movimiento, fue un susurro de dolor y esperanza.
El traje —diseñado por Victor Bellaish y adornado con joyas en forma de aves de Keren Wolf— no era moda, era símbolo.
Alas de sombra, alas de duelo… alas de resiliencia.
Yuval se vistió de oscuridad para convertirse en la figura que Ariel admiraba:
Un héroe que no lanza golpes, sino notas.
Que no pelea con puños, sino con emoción.
Hubo algo más poderoso: verdad.
El escenario no era un lugar de espectáculo, era un altar.
Y desde allí, cantó un “New Day Will Rise” que no es promesa, sino súplica.
Y sin embargo, ella siguió cantando.
Porque hay batallas que no se gritan.
Se cantan.

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