lunes, 18 de agosto de 2025

 *Israel deberia cortar relaciones con quienes amenacen su seguridad al reconocer unilateralmente un Estado palestino?

Por Bernardo Abramovici Levin
La seguridad de Israel no está en venta. No se negocia, no se sacrifica en nombre de diplomacias hipócritas ni se supedita a los caprichos de gobiernos extranjeros que jamás han tenido que lidiar con sirenas de ataque, túneles terroristas ni ataques suicidas. Cuando países occidentales reconocen unilateralmente un Estado palestino sin exigir condiciones mínimas de seguridad, ni el desarme de grupos terroristas, lo que están haciendo —de forma directa— es poner en riesgo la vida de cada ciudadano israelí. Y frente a esa amenaza, la única respuesta digna y responsable es cortar relaciones diplomáticas.
Reconocer un Estado palestino independiente mientras Hamás sigue con el control de Gaza, mientras se lanzan cohetes desde territorio palestino, y mientras la Autoridad Palestina sigue pagando salarios a terroristas encarcelados, no es un acto de paz: es una legitimación del terrorismo. Es normalizar la violencia contra Israel y presentarla como parte de un supuesto “conflicto simétrico” que no existe.
Los países que toman esta decisión están ignorando —o peor aún, despreciando— la realidad en la que vivimos.
La seguridad de Israel no es un eslogan ni un elemento negociable para ganar puntos en la política internacional. Es una necesidad existencial para todo el pueblo judío.
Ceder ante presiones externas que ignoran esa realidad, es una forma de suicidio diplomático. Y ante esas decisiones hostiles, Israel no puede responder con cortesía. Debe responder con determinación: cerrando embajadas, congelando relaciones y dejando claro que su seguridad no se discute.
¿Aceptaríamos mantener relaciones con un país que reconoce a un grupo armado que llama abiertamente a nuestra destrucción? ¿Permitiríamos que nuestros aliados legitimaran a quienes lanzan misiles sobre nuestras ciudades y asesinan a nuestros ciudadanos en nuestras calles? Si la respuesta es no —como debería ser—, entonces tampoco podemos aceptar relaciones diplomáticas con Estados que reconocen un “Estado” cuya infraestructura política y militar está infiltrada por grupos como Hamás, la Yihad Islámica y otras organizaciones islamistas radicales.
Además, el reconocimiento unilateral socava el único camino real hacia una paz duradera: la negociación directa.
Impulsar una solución impuesta desde fuera, sin abordar los desafíos reales de seguridad que Israel enfrenta todos los días, solo alimenta la ilusión de que se puede obtener un Estado sin compromisos, sin garantías y sin renunciar al odio.
Israel no necesita la validación de gobiernos que no entienden —ni sufren— las consecuencias de sus decisiones. Lo que necesita es respeto por su derecho soberano a proteger a sus ciudadanos. Romper relaciones con quienes no lo respetan es una obligación moral y estratégica.
La seguridad nacional no se sacrifica para mantener relaciones diplomáticas con países que han decidido tomar partido por quienes ponen bombas en nuestras calles y misiles en nuestros cielos.
Israel debe actuar con la misma contundencia en el terreno diplomático, con la que defiende a sus ciudadanos en el campo de batalla. Porque en ambos casos, se trata de lo mismo: vencer para seguir viviendo.

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