lunes, 19 de mayo de 2008

Nuestra Delegación en Israel - Día 3


El jueves 7 de mayo nos despertamos un poco más tarde porque era feriado nacional por Iom Haatzmaut, así que no había apuro. Nos dirigimos hacia la Ciudad Vieja una vez más, para ver en detalle el barrio judío, pues el musulmán y el cristiano los habíamos recorrido en profundidad.

Entramos por la puerta de Sión, una puerta decorada por cientos de huecos producidos por las balas de la guerra de los Seis Días, y a unos metros ya estábamos en el barrio armenio, el cuarto de los que integran la Jerusalem intramuros, y el más pequeño, habitado por menos de dos mil almas. Casi de inmediato nos adentramos por las callejuelas del barrio judío, comenzando por la zona de las sinagogas sefaradíes, donde nuestros compañeros provenientes de las familias que rodeaban al Mediterráneo se sentían como en casa, y una fotografía completamente “racista”, prohibida para ashkenazim, inmortalizó aquel momento.

Atravesamos el Cenáculo, el lugar de la última cena, ubicado en un primer piso de una casa que casi pasa desapercibida, y llegamos al lugar que la leyenda atribuye a la tumba del Rey David. Allí, otro David, nuestro querido jajam de 84 años, dedicó emocionado un Kadish a la memoria de aquel otro “bienamado”, en la ciudad justamente conocida como Ir David, la Ciudad de David. Unos pasos más adelante, y la sinagoga de la “Jurbá”, de la que solamente quedaba uno de sus arcos en pie por el efecto de la Guerra de la Independencia, ya estaba en plena reconstrucción, luego de una añosa discusión acerca de si valía o no la pena dejarla tal cuál estaba.
El Cardo, es decir la calle romana que era el centro comercial de la ciudad hace dos mil años, se presentó ante nosotros dormido, mientras lentamente algún que otro local abría sus puertas de igual manera que hace dos milenios, con algunos de los mismos “productos”, entre ellos talitot y tefilín, que superaban por varios centenares de años al establecimiento romano en la ciudad a la que le cambiaron el nombre por el de Aelia Capitolina, durante unas pocas primaveras.
Ya bien adentro del barrio judío, entre escalinatas y ieshivot, llegamos a un punto panorámico, donde hace muy poco tiempo instalaron una menorá dorada encerrada en una gran cabina de vidrio transparente, para apreciar una de las vistas más imponentes del Kotel y del Domo de la Roca. Mientras volvíamos al micro, el ruido de los aviones supersónicos rompiendo la barrera del sonido nos elevó automáticamente la vista hacia arriba, para disfrutar de las piruetas de los F-16 que formaban la bandera de Israel con ahumadas estelas de colores.
Nos fuimos a pleno centro, y para aquellos que conocemos la ciudad, el espectáculo era muy extraño. Nada abierto, lugar para estacionar donde sea, y mucha paz. Claro, era Iom Haatzmaut, y el centro estaba desierto, salvo por las familias que hacían sus picnics en las plazas, una costumbre que hace que este día sea el día de mayor consumo de carne de todo el país. Todo el mundo lleva a los bosques y a los parques su barbacoa, y el aroma a asado recuerda los mejores tiempos del Templo, cuando los sacrificios eran asunto y alimento cotidiano. De cualquier manera, hay cosas en las que los argentinos no tenemos competencia. De la barbacoa israelí a una buena parrillada hay más distancia que entre Jerusalem y Quilino (ya que de carne hablamos, y de carne somos).
En realidad teníamos que ir al centro para ver “Maalit Hazman”, o sea “el ascensor del tiempo”, un show interactivo presentado por nuestro reconocido Topol, en el que sentados en plataformas que se mueven de acuerdo a lo que sucede en tres enormes pantallas, nos vamos sumando a la historia de “Shalem”, un personaje que nos relata lo sucedido por estos lares desde el casi sacrificio de Itzjak hasta la Guerra de los Seis Días. En una especie de juego de alrededor de 40 minutos, experimentamos físicamente hasta el efecto del agua, que cae sobre nosotros bien fresca gracias a unas duchas muy bien ocultas en el techo.
Ya historizados desde lo lúdico, nos tocaba ahora hacerlo en uno de los museos más impresionantes del planeta, el Museo del Libro, ubicado en frente de la Kneset.
Allí, entre tesoros de todos los tiempos que ameritan una visita de varios días, se alojan dos maravillas: la maqueta de Jerusalem, y los Rollos del Mar Muerto.
La maqueta es una explanada que permite ver -en toda su dimensión- cómo era la ciudad en épocas del Segundo Templo, y está tan bien hecha que parece cobrar vida a medida que uno la recorre.
Los rollos, por su parte, se conservan (aunque ya no sean los originales) en el sector más clásico del museo, que constituye otra de las típicas postales de Jerusalem, esa ánfora blanca y enorme que recuerda la tapa de los enormes jarrones en los que se encontraron en medio de una cueva cercana al Mar Muerto, los escritos más antiguos del Tanaj, de la Biblia Hebrea, datados en el primer siglo de la era común.

El día feriado, que estaba destinado a ser día libre, finalmente lo aprovechamos al máximo, y una porción pequeña de la tarde-noche fue la oportunidad para el descanso de algunos, las visitas de otros, y el disfrute generalizado de un viaje que recién estaba entrando, aún cuando todavía nos resultara increíble, en el cuarto día de estadía plena en Israel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.