El boicot a Israel, un arma de doble filo | ||
Por: Jose Alberto Itzigsohn-Nueva Sion | ||
Desde Jerusalén, nuestro compañero José Alberto Itzigsohn traza un pormenorizado análisis sobre los distintos objetivos e intereses que subyacen dentro del movimiento de boicot a Israel, y advierte que una eventual impaciencia mal encaminada por parte de las fuerzas progresistas, a través de acciones de castigo colectivo como el boicot, puede llevar a agravar al conflicto.
El movimiento de boicot a Israel B.D.F (boicot, desinversión y sanciones), ha cobrado fuerza, especialmente en los círculos universitarios de diversos países, en parte como resultado de una desesperanza de que el pueblo judío israelí pueda elegir un gobierno capaz de llevar a buen término el proceso de paz con los palestinos. El gobierno de los Estados Unidos ha declarado ilegal todo intento de boicot a Israel, y una figura política como Hilary Clinton ha escrito a H. Saban, contribuyente muy importante a las campañas económicas del partido Demócrata, para ver las formas de contrarrestar al boicot, tranquilizar a la comunidad judía, muy preocupada por el boicot y, seguramente también para afianzar sus perspectivas electorales. Al mismo tiempo que hay noticias sobre el crecimiento en las filas del partido Demócrata de un sentimiento crítico hacia la política israelí, lo que podría llegar a afectar el apoyo bipartidista, uno de los pilares en la relación entre Israel y los Estados Unidos.
Cuando examinamos los objetivos de las fuerzas que proponen el boicot contra Israel, vemos que en algunos casos se trata de un movimiento destinado a perturbar la vida económica y académica de Israel, para obligar a su pueblo a cambiar de rumbo, y apoyar a un futuro gobierno que sea capaz de llevar adelante el cometido histórico de lograr la paz y la evacuación de colonias israelíes de los territorios palestinos ocupados. En otros casos, el objetivo es provocar la disolución política de Israel y su reemplazo por un Estado binacional judeo-árabe que abarcaría toda Palestina. O, en casos extremos, de un Estado árabe palestino con expulsión del país de los judíos de origen europeo y con integración solamente de judíos de origen en los países árabes, a los que consideran árabes de religión judía. El primer objetivo, el de la creación de un Estado binacional, puede ser visto en apariencia, como “políticamente correcto”, pero es, a mi entender, impracticable en este momento histórico, y cuyas consecuencia inmediatas pueden ser catastróficas, por la existencia de un profundo encono entre ambos pueblos como resultado de un conflicto que dura ya más de cien años. Si nos atenemos al objetivo más real de dos Estados para dos pueblos, el israelí, con mayoría judía e igualdad de derechos para todos sus pobladores, y el palestino, predominante o totalmente árabe, el objetivo del boicot sería forzar al pueblo israelí a cumplir su parte, haciéndolo el único responsable de la situación creada, lo cual no se ajusta a la verdad histórica, porque en el análisis del proceso del conflicto habría que considerar también las actitudes de distintos gobiernos y organizaciones islamistas de la región. El boicot tiene dos áreas prevalentes de ataque, el económico, y el educacional y artístico. El boicot en el plano comercial e industrial se propone en dos formas. Una, el boicot contra los productos de las colonias en los territorios ocupados y la otra contra las exportaciones e importaciones de Israel y en general en el ámbito universitario. Cabe señalar que la producción de esas colonias sólo alcanza al 1% de la producción general, es muy difícil de llevar a cabo y muy fácilmente derivaría a la segunda opción, el boicot a la producción de Israel en los límites reconocidos internacionalmente. Una acción de este tipo, especialmente que revierte de modo especular el mito de un complot judío internacional, si es llevada a cabo por países europeos que son los principales destinatarios de las exportaciones israelíes y la fuente de la mayoría de sus importaciones, generaría una situación económica muy difícil que afectaría a todos los sectores de la población. El boicot en el plano universitario y artístico afectaría a un sector que en su mayoría está en contra de la política actual del gobierno. En el caso de un boicot que afectara a los sectores populares, estos lo verían, de acuerdo al clima actual, como un atentado de fuerzas opuestas al pueblo judío y como primera reacción, reforzaría su adhesión a un gobierno nacionalista que esgrime el espantajo de que toda crítica exterior a su política es oportunista y antisemita, lo cual es cierto en algunos casos, pero no lo es en otros y no se puede generalizar sin un análisis a fondo de cada caso.
Cabe pues la pregunta de cómo se puede ayudar a la mayoría judía israelí a cambiar el rumbo. Pienso que es necesaria una tarea muy intensa de esclarecimiento que ayude al pueblo israelí a reubicarse y a no considerarse el chivo expiatorio de los pecados del mundo. Este sentimiento es muy común en Israel, donde se ve al país como objeto de una agresión internacional manejada por intereses políticos y económicos hostiles, una victimología que tiene su razón de ser en base a experiencias del pasado reciente y lejano, y en amenazas reales del presente, pero que disminuye la capacidad de autocrítica.
Este fantasma que anula o minimiza la autocrítica, es reforzado por lo que se muestra como una obsesión con respecto a Israel, que desconocería hechos gravísimos que están ocurriendo con otros pueblos en la región y en el mundo. Tómese como ejemplo la guerra civil en Siria y en Irak con sus centenares de miles de víctimas y desplazados, o el movimiento del califato con su crueldad publicitada. Va de suyo que argumentos de este tipo: “Por qué me critican a mí si ocurren hechos tan graves a mi alrededor”, no son válidos. Cada uno es responsable por lo suyo con independencia de lo que los otros hagan. La forma en que los judíos de centroizquierda, y las fuerzas de centroizquierda en general, pueden ayudar a las fuerzas pacifistas en Israel, es renunciar a una crítica no discriminada, y acciones de castigo colectivo como el boicot, y sobre todo las ideas irracionales como la de destruir a Israel como entidad independiente, es diferente a la crítica, muchas veces legítima, de la conducción política de un país, de actitudes destructivas y contraproducentes contra el país y la mayoría del pueblo que lo habita. Es comprensible la impaciencia de quien impulsa la solución de un problema complejo y doloroso como es el conflicto israelo-palestino y la continuidad de la ocupación, y los sufrimientos que esta acarrea, pero una impaciencia mal encaminada, puede llevar a agravar al conflicto. |
martes, 28 de julio de 2015
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