miércoles, 27 de diciembre de 2023

 

De JNS

traducido Marcela Lubczanski

EL NUEVO JONESTOWN

Israel debe dejar en claro que la paz no es altar de sacrificio humano.

Jim Jones, leader of the Peoples Temple cult, in San Francisco in 1977. Credit: Nancy Wong via Wikimedia Commons.
Jim Jones, leader of the Peoples Temple cult, in San Francisco in 1977. Credit: Nancy Wong via Wikimedia Commons.

La paz es algo muy extraño en lo que respecta a Israel. Actualmente en el medio de una guerra contra un enemigo satánico, Israel no obstante está siendo presionada desde todos lados para considerar “el día después” y, por lo menos, permitir una toma de posesión de Gaza por parte de la Autoridad Palestina a ser seguida por un estado palestino. Desde algunos sectores, está incluso la demanda enloquecedora que a Hamas se le permita un rol de gobierno a pesar de la masacre del 7 de octubre.

Estas demandas son hechas en el nombre de una "paz" amorfa para la cual se espera naturalmente que Israel haga concesiones.

Pocos de nosotros, sin embargo, estamos inconscientes del pasado. Sabemos que fueron las concesiones exigidas por los Acuerdos de Oslo las que trajeron a la A.P. al poder y facilitaron la Segunda Intifada y el ascenso de Hamas. Sabemos que, si Yasser Arafat hubiera aceptado las concesiones de Ehud Barak en el año 2000, es muy probable que el ataque genocida habría llegado no sólo desde Gaza sino también desde las colinas de Judea y Samaria y desde el corazón de la misma Jerusalén. Lo mismo ocurre con el "mapa de ruta" de George W. Bush y las demandas de la época de Obama de John Kerry.

Irónicamente, si Israel tiene algo por lo que estar agradecida en estos días oscuros, es por la intransigencia de los palestinos. Sólo podemos agradecer a Di-s que fueron lo suficientemente obtusos para rechazar las concesiones que habrían derramado océanos de nuestra sangre. Su racismo incesante, el cual les impidió contemplar siquiera la pretensión de paz con Israel, es lo que nos salvó, aunque no obstante hemos sufrido fuertemente debido a él.

Dado todo esto, es difícil no concluir que la paz que el mundo está buscando es una muy extraña. Vale la pena preguntar: ¿Exactamente qué tipo de paz es?

Puedo sólo pensar en una respuesta. Es una respuesta muy oscura, pero es una respuesta.

A finales de la década de 1970, un culto estadounidense llamado el Templo de los Pueblos, liderado por un psicópata carismático llamado Jim Jones, se estableció en Guyana. Luego de una serie de incidentes, que llegaron a su clímax en el segundo asesinato en la historia de un congresista estadounidense en ejercicio, unos 900 miembros del culto—casi la población entera de Jonestownasesinaron a sus hijos y luego cometieron suicidio en masa.

Antes que la gente de Jonestown hiciera tomar jugo de frutas mezclado con cianuro a sus hijos, lo inyectara dentro de las bocas de sus bebes con jeringas y finalmente lo tomaran ellos mismos, Jones reunió a su gente para decirles que había llegado el momento. Una cinta grabada del discurso de Jones sobrevivió a la carnicería. A lo largo de ella, él está claramente muy drogado, arrastrando sus palabras y a menudo cayendo en lo incomprensible. En un momento, sin embargo, alguien en el publico condenado pregunta por qué deben ser asesinados los niños. Ellos merecen una oportunidad de vida, dice la persona.

En ese momento, la voz de Jones se vuelve muy firme y clara. “Sí,” dice, “pero sabes qué más merecen? Merecen paz.” Eso, parece, fue suficiente. Convencidos por esta advertencia, todos menos un puñado de los presentes cumplieron las órdenes de Jones.

Ésta, uno se ve obligado a decir, era una especie de paz. Los muertos, después de todo, no están preocupados ni perturbados por el mundo. Es una paz que puede incluso ser atractiva, al menos en lo abstracto, para el Occidente protegido y privilegiado, donde el tedio se ha vuelto una forma de arte. Y cuando uno no tiene que sufrir las consecuencias, no es tan difícil demandar que otros accedan a tal paz.

Hay algo aun más profundo e indecible en funcionamiento, sin embargo. Uno siente que como Hamas, el cual ha deformado y degradado a una de las grandes religiones del mundo en un culto a la muerte, los que demandan tal paz rezan a una especie de dios oscuro y espantoso que debe ser propiciado, y al cual los judíos deben alimentar periódicamente y, finalmente, ellos mismoscomo han mostrado las guerras del último siglo. Esto, parecen creer los defensores de la paz de Jones, finalmente arreglará el mundo.

El Judaísmo, sin embargo, siempre ha sido muy claro sobre lo que piensa de tales dioses y sus feligreses. Israel hoy debería adherir a tal tradición. Israel debe recordar que, cuando algunos hablan de paz, están hablando de una abominación. Debemos aclarar que la paz no es un altar de sacrificios humanos. Debemos decir al Occidente: Hemos concedido suficiente para satisfacer a cualquier dios de pesadilla que ustedes hayan conjurado de las profundidades. Ustedes son bienvenidos a propiciarla ustedes mismos, pero nosotros ya no estamos interesados en complacerlos.

Israel debería decir, tampoco estamos preparados para concederles algo de la deferencia moral a la cual ustedes parecen creerse con derecho. Hemos hecho todo lo que ustedes nos pidieron. Ustedes nos dijeron que esto sería suficiente. Ustedes mintieron. Ahora está claro que nada los va a satisfacer. El hecho que ustedes persistan en sus demandas no los convierte en una casta de santos decepcionados. Los convierte en criaturas horribles, no merecedoras de respeto ni piedad.

Tal afirmación es aun más importante porque parece que lo que las criaturas demandan de Israel es, de hecho, lo que quieren para sí mismas. Son ellos quienes están parados en la vasta multitud de los condenados, escuchando con atención absorta los murmullos y gemidos de un loco. Y son ellos los que tienen intención de ir voluntariamente al vacío. Ellos lo han hecho antes, después de todo.

Es su derecho hacerlo, por supuesto, pero ellos no tienen ningún derecho a exigir que otros hagan lo mismo. Hasta que el Occidente comience a demandar otro tipo de paz, será el derecho de Israel permanecer firme sobre sus antiguos principios. Si al hacerlo debe sufrir la ira del nuevo Jonestown, que así sea. Ellos no estarán por aquí mucho más tiempo.

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