"La tierra del desierto me habló
con voz de polvo antiguo y sol ardiente,
me susurró secretos entre dunas,
como si el viento supiera rezar.
“Yo vi los pies descalzos del pueblo,
yo sentí su temblor y su canto,
cuando cruzaban mis arenas
llevando esperanza y llanto.”
Vi cómo temblaban las sombras
cuando Moisés alzó su vara,
y el mar, obediente al misterio,
abrió su alma en dos alas de agua.
Las noches eran manto de estrellas,
el día, horno de fe y sudor,
pero ellos llevaban en el pecho
la promesa de un mañana mejor.
Comieron maná de cielo caído,
bebieron de rocas heridas,
y en cada paso, el alma crecía
como crece el alma herida.
Yo guardo sus huellas sagradas,
yo fui testigo de su redención.
En mis entrañas late el eco
de una nación que eligió canción.
No fue solo un éxodo de esclavos,
fue el nacimiento de la libertad.
Fue el pacto sellado en la arena,
fue el alma aprendiendo a andar.
Y así me habló el desierto, sin labios,
pero con verdad en su respirar:
“El alma que cruza sus miedos
ya nunca deja de caminar.”
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