MEGUILAT RUTH: LA VALENTIA DE ELEGIR PERTENECER
En los días de Shavuot, cuando conmemoramos la entrega de la Torá en el monte Sinaí —ese momento fundacional que nos constituye como pueblo— leemos un relato humilde, íntimo, silencioso: la historia de Ruth. No hay milagros en esta meguilá, no hay prodigios ni voces desde el cielo. Solo hay seres humanos enfrentando el dolor, la pérdida, la pobreza y, sobre todo, tomando decisiones.
Y entre todas las decisiones que se narran, hay una que resuena con fuerza extraordinaria: la elección de Ruth de acompañar a su suegra, Naomí, a un destino incierto en una tierra que no es la suya. Su famoso “Améj ami, veelohayij Elohai” —“Tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios”— no es solo una declaración de fe o de amor: es un acto radical de libertad y de coraje. Ruth no entra al pueblo judío por linaje, sino por lealtad, por ética, por humanidad.
Como bien escribe Aviva Zornberg, esta afirmación no es meramente retórica; es performativa, transformadora:
“Al decir ‘Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios’, Ruth no solo afirma una conexión; ella la crea.”
Y añade Zornberg:
“Las palabras de Ruth no son simplemente una declaración de lealtad; son una reconfiguración de su identidad, una asunción de un nuevo destino que ella elige conscientemente.”
En un mundo donde tantas veces la pertenencia se define por el nacimiento, por los vínculos de sangre, Ruth nos recuerda que también se puede elegir pertenecer, y que esa elección, nacida del compromiso y la empatía, tiene un valor inmenso. Ella, la extranjera, la moabita, es quien se convierte en la bisabuela del rey David. No por casualidad: el judaísmo que Ruth representa es un judaísmo abierto a quienes se acercan con sinceridad, con ternura y con sentido de responsabilidad hacia el otro.
Tikva Frymer-Kensky resalta justamente esta dimensión ética y humanista de Ruth al afirmar que:
“La historia de Ruth sugiere que la extranjería no es un obstáculo insuperable para la integración en Israel; más bien, la sinceridad y la bondad pueden superar las barreras étnicas y sociales.”
Y añade algo esencial para nuestro tiempo:
“La Biblia presenta a las mujeres como seres humanos completos, capaces de tomar decisiones significativas y de influir en el destino de Israel.”
En estos tiempos difíciles para nuestro pueblo, cuando la identidad puede parecer una carga pesada o una frontera amenazada, Meguilat Ruth nos ofrece una imagen luminosa: la de una mujer que eligió ser parte del pueblo judío no porque fuera fácil, sino porque lo sintió justo.
Una mujer que eligió acompañar, cuidar, sembrar y construir, incluso cuando todo parecía perdido.
Así como Ruth eligió, en cada generación volvemos a elegir. Cada uno, desde su lugar, vuelve a decir: sí, quiero ser parte de este pueblo, con sus dolores y con su esperanza, con su historia y con su futuro.
Y tal vez por eso la leemos en Shavuot, en el día en que renovamos nuestra alianza con la Torá: para recordarnos que recibir la Torá no es solo un evento del pasado, sino un acto que se reitera cada vez que alguien elige —con amor, con conciencia y con integridad— decir: “Tu pueblo será mi pueblo”.
Que en este Shavuot podamos recibir la Torá, como Ruth, con un corazón abierto, con valentía y con amor.
JAG MATAN TORA SAMEAJ
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