miércoles, 5 de abril de 2017

SALIR DE EGIPTO
La palabra “Egipto”, que en hebreo es “Mitzraim”, es una raíz asociada con lo estrecho, lo angosto, y lo delgado.
Es cuando la realidad se torna insoportablemente acuciante.
Y resulta evidente, para el que alguna vez haya tenido un mínimo contacto con la Sabiduría hebrea, que no se refiere ni a un país, ni a un término físico o geográfico.
Por consiguiente, salir de Egipto es mucho más que liberarse de una esclavitud corporal.
Es liberarse de la estrechez mental.
Es eludir la terrible superficialidad que nos acosa.
Es animarse a pensar diferente.
Es no caer rendido a los pies de los paradigmas culturales.
Es atreverse a vivir a contracorriente.
Es ejercer la valentía de decir “esto pienso”, sin hacer cálculos de conveniencia personal.
Es plantarle cara al Faraón del “qué dirán’.
Es elevarse, al menos un centímetro, del suelo inmundo de la mediocridad.
Es comprender que todo desierto, por más interminable que parezca, termina en la Tierra Prometida de un nuevo y más alto nivel de conciencia.
Y porque vivir en Egipto, extranjeros, esclavizados y afligidos, tristes, confundidos y aburridos, realmente no vale la pena.
Y porque el cobarde siempre y en todos los casos, “muere” en la penúltima de las plagas:
La plaga de la oscuridad.
Y pasa por esta vida sin dejar la más mínima huella.

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