La meritocracia judía
En la parashá de esta semana Moshé le traspasa el liderazgo a Yehoshúa. Es una pena que Koraj no haya estado vivo para ver esto; su rebelión en el desierto fue justamente para quejarse del supuesto nepotismo de Moshé (Moshé era el líder, su hermano Aarón era el Sumo Sacerdote, etc.), pero vemos que cuando Moshé tuvo que traspasar el mando, él le confirió esta responsabilidad a Yehoshúa, quien no tenía ninguna conexión política o familiar; Yehoshúa era simplemente el más apto para el cargo.
Vemos algo similar cuando nombraron a Shaul como el primer rey de Israel. Él no venía de ninguna familia importante. Dios le había dicho al profeta Shmuel que lo nombrara, pero nadie —incluyendo Shmuel— había escuchado alguna vez hablar de él.
Lo que los judíos valoran en un líder es algo muy distinto de lo que uno ve en el resto del mundo. Un líder no es elegido por su poder de oratoria. Si Moshé hubiese tenido que debatir con Obama, sin lugar a dudas habría perdido. Tampoco es elegido por su imagen, ni por sus destacadas apariciones en los noticieros.
Un líder judío es elegido por razones muy diferentes. Es elegido por su humildad. Moshé y Shaul tenían una cosa en común: ninguno estaba interesado en el trabajo. Y eso es justamente lo que los transformaba en candidatos ideales, ya que es sumamente difícil para un líder ser capaz de distinguir entre el deseo de servir al pueblo y el deseo de servirse a sí mismo. El deseo de poder y el deseo de honor son dos de las fuerzas más poderosas que hay en la humanidad, y es muy fácil ser seducido por ellas. Si un líder tiene estos deseos incluso antes de asumir su puesto, entonces la lucha será mucho más intensa una vez que ya esté allí.
Moshé y Shaul tenían la cualidad de la humildad, lo que significa que no tenían interés alguno en el poder o en el honor que obtendrían a causa de su posición. Una vez que tomasen el cargo, estarían dedicados sólo a servir a la nación. Harían lo correcto, sin importar lo que la gente pensara de ellos.
Eso es un líder. Es una lástima que no tengamos líderes así hoy en día.
Vemos algo similar cuando nombraron a Shaul como el primer rey de Israel. Él no venía de ninguna familia importante. Dios le había dicho al profeta Shmuel que lo nombrara, pero nadie —incluyendo Shmuel— había escuchado alguna vez hablar de él.
Lo que los judíos valoran en un líder es algo muy distinto de lo que uno ve en el resto del mundo. Un líder no es elegido por su poder de oratoria. Si Moshé hubiese tenido que debatir con Obama, sin lugar a dudas habría perdido. Tampoco es elegido por su imagen, ni por sus destacadas apariciones en los noticieros.
Un líder judío es elegido por razones muy diferentes. Es elegido por su humildad. Moshé y Shaul tenían una cosa en común: ninguno estaba interesado en el trabajo. Y eso es justamente lo que los transformaba en candidatos ideales, ya que es sumamente difícil para un líder ser capaz de distinguir entre el deseo de servir al pueblo y el deseo de servirse a sí mismo. El deseo de poder y el deseo de honor son dos de las fuerzas más poderosas que hay en la humanidad, y es muy fácil ser seducido por ellas. Si un líder tiene estos deseos incluso antes de asumir su puesto, entonces la lucha será mucho más intensa una vez que ya esté allí.
Moshé y Shaul tenían la cualidad de la humildad, lo que significa que no tenían interés alguno en el poder o en el honor que obtendrían a causa de su posición. Una vez que tomasen el cargo, estarían dedicados sólo a servir a la nación. Harían lo correcto, sin importar lo que la gente pensara de ellos.
Eso es un líder. Es una lástima que no tengamos líderes así hoy en día.
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