jueves, 2 de febrero de 2023




Sara Mytnik  
El Holocausto y sus aliados
Mientras algunos se empecinan en negarlo, también hay otros, como los Aliados que lucharon contra Hitler, que aún están en deuda con el pueblo judío.
“Toda la humanidad fue culpable durante el Holocausto del segundo pecado original, cometido por acción, por omisión o por una ignorancia autoimpuesta” (Jan Karski)
El Holocausto es un atroz suceso para la humanidad y para la historia moderna. Sin embargo, hay quienes se atreven a negarlo o a revisarlo, mientras está claro que en los días que estos horrendos sucesos acontecieron ya muchos lo negaban o lo acomodaban a su disposición. El mundo occidental, en principio, tiene una memoria histórica con una doble moral, pues su accionar en los tiempos de la Segunda Gran Guerra dejaron mucho que desear. Es el caso de los Aliados, es decir, las potencias que lucharon en contra de Hitler y su régimen lunático, subnormal, febril y enfermizo, con una profunda incoherencia, perversión y sed inalienable como hambre voraz en contra de la humanidad, en aquel entonces personificada y representada por los judíos, aquellos parias, débiles, desterrados, diferentes, extraños. Entre sus filas, sin embargo, había intelectuales y académicos; científicos, literatos, músicos, filósofos, médicos, empresarios, teólogos y rabinos.
Los Aliados no hicieron mucho. Hay una deuda en relación con el pueblo judío. Hay una deuda con la historia, que aún no se resarce completamente. Los Aliados tienen un papel irresoluto frente a su participación dentro del genocidio más impío que conoce nuestra historia.
Las potencias aliadas hubieran podido hacer mucho más por los débiles, por los que no tenían voz, por aquellos que fueron borrados en vida, como aquellas mujeres, hombres, niños, abuelos e infantes, inclusive recién nacidos, que perecieron ante la indiferencia. Mientras que hubo individuos particulares, en algunos casos diplomáticos y gente con alcance económico o político, también hubo personas simples que arriesgaron su vida por las vidas de los perseguidos, acallados y dejados en el olvido. Personas que, sin importar las implicaciones que pudiese tener su valiente posición frente a la inhumanidad y el desentendimiento por parte de civiles, gobernantes, instituciones y de la sociedad en general, se tomaron la tarea tan en serio que allí mismo perecieron.
Jan Karski, un polaco, un católico, una persona simple, fue quien decidió arriesgar su vida con el simple motivo de informar al mundo de la gran y terrible masacre que estaba ocurriendo en territorio europeo. Y no sólo territorio europeo, sino en una nación considerada como una de las más desarrolladas de aquel continente.
En el Holocausto, definitivamente, no sólo perecieron las almas de los 6 millones de judíos, sino que también, perecieron, o por lo menos fueron, mermadas también, las almas del remanente que sobrevivió. Pues, sin familia, sin fortuna, sin destino, quedaron los que sobrevivieron. A pesar de que algunos de ellos se convertirían en la nueva generación de líderes de la naciente nación hebrea, Israel. También formaron parte de la inmigración a los Estados Unidos, Europa y a los diferentes países en otros continentes, en los que también se vería la participación constante y proactiva, asimismo, sobresaliente, por supuesto, de esta nueva generación de líderes judíos.
A pesar de la negativa de las naciones aliadas al momento de movilizarse en pro de la vida, el remanente de Israel, “Sheerit Hapleitá”, en hebreo, sería quien se encargaría de tomar las riendas de un territorio rezagado por los 2000 años de entre el abandono, la conquista y las diversas disputas y convertirlo en una nación judía moderna judía, en lo que hacía ya varios años los pioneros del sionismo habían soñado bajo la idea de un hogar nacional para los judíos, que hasta entonces se habían mantenido prácticamente como parias o residentes temporales y hasta atemporales entre las naciones.
¿Pero por qué los Aliados no reaccionaron a tiempo frente a semejante genocidio? Pues bien, dentro de las mismas naciones aliadas que combatían al nazismo se encontraban simpatizantes de esa causa con referencia a la cuestión judía. Por mal que suene y por lo poco correctamente político que fuera, había individuos particulares empeñados en querer mantener un odio gratuito y sutil en contra de los hebreos.
No pocos sabían y entendían la verdadera situación que se vivía en Europa, y en específico en los campos de concentración y de exterminio, los mismos que los nazis habían erguido con el fin de erradicar de la faz de la tierra al pueblo de Israel. La falta de sentido común y de conciencia con la cual muchos se tomaron el tema del genocidio judío hace que hasta nuestros días haya un vacío en esta historia. En algunos casos había un conocimiento profundo de lo que sucedía, con pruebas, testimonios y hasta detalles. Esto se acalló, pues el resultado que esperaban de seguro que era otro, que de hecho tuvieron bastante cerca. Un conocimiento claro y conciso sobre los planes de los nazis para con los judíos y, de la misma manera, su plan de hacerlo una realidad.
El mismo ministro británico Anthony Eden lo admitió. No solo él, también personas que fueron testigos oculares de aquel perverso episodio de nuestra historia hace que hoy haya un pequeño alivio y en el fondo reivindicación con respecto a las víctimas, muchas de ellas desconocidas y olvidadas. Pero el mundo ya lo sabe, a pesar de que algunos lo nieguen o lo quieran contar a su manera, intentando modificar la historia. El silencio que tuvo el mundo en referencia a la persecución y el exterminio de los judíos en la Europa del terror no significa que esto no haya sucedido, sino que más bien ratifica qué hubo indiferencia y hubo complicidad por parte de individuos y de naciones que al final ya no pudieron hacer más nada: sólo aceptar la verdad, y la verdad era, y es, sólo una.
Que hubiese quienes no hayan querido aceptar los hechos como se desarrollaron y el fin que tenían y, más allá de eso, hayan querido ocultar lo que sucedía no significa que no sucedió ni mucho menos que los esfuerzos de quienes intentaron hacer visible semejante situación fueran en vano. La memoria de estos justicieros es eterna, al igual que la memoria de las víctimas, que perdura dentro de Israel y dentro cada judío del mundo, como de la humanidad cercana a esta causa. Además, los nazis y su ideología, tanto sus colaboradores y simpatizantes como también las gentes indiferentes a sus atroces crímenes, perecerían en el olvido. En cambio, el testimonio de las víctimas y de los testigos oculares durarán para siempre.
Por David A. Rosenthal
Fuente: Ynet Español
Foto 2 :David Ben Gurion, padre del Israel moderno, el hogar de los judíos.

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