Gran nota de Alejo Schapire
Por qué las mujeres israelíes no les importan al feminismo.
Las principales organizaciones internacionales tardaron; hubo que sacarles con fórceps declaraciones condenando específicamente la violación y matanza de mujeres israelíes el 7 de octubre, sin mencionar el silencio de la situación que viven hoy como secuestradas-desaparecidas en manos Hamás. De las celebridades, ni hablar. El BringBackOurGirls sólo funciona si los islamistas que secuestran mujeres se llaman Boko Haram en Nigeria. La sororidad no llegó hasta el kibutz.
Las ONG feministas, por lo general tan rápidas a estampillar como violencia de género o femicidio el maltrato o asesinato de mujeres a manos de varones, se enfrascaron en un mutismo ensordecedor, hicieron la vista gorda ante el espectáculo dantesco de cuerpos sangrantes de sometimiento carnal, exhibidos como trofeos por sus verdugos, cuando no encontraron razones para relativizar o incluso solidarizarse con un imaginario feminismo islamista en Gaza, donde Hamás encarna una de las formas más violentas y acabadas del heteropatriarcado machista.
Y no era por falta de evidencias. A diferencia de los nazis que ocultaban sus crímenes, Hamás se jacta de su barbarie, transmitiendo en vivo su euforia homicida, de orgía de sangre con mutilaciones y violaciones en vida y post-mortem que se prolonga hoy en los túneles que cavaron bajo infraestructuras civiles que usan de escudos humanos.
El fin de la universalidad de los Derechos Humanos
¿Por qué entonces si las atrocidades de Hamás están archidocumentadas, reivindicadas y hasta cuentan con coartadas teológicas para ultrajar a mujeres por ser mujeres, falta esa evidente y firme reacción de condena de los profesionales de la indignación y de las instituciones que, se supone, velan internacionalmente por los derechos de las mujeres en particular y los humanos en general? ¿Por qué ese doble estándar? ¿Acaso las mujeres israelíes no son mujeres? ¿Acaso los humanos israelíes no computan como humanos contemplados en la declaraciones de Derechos Humanos?
No. Y la razón es la siguiente: La universalidad de los derechos humanos ha dejado de existir para la mayoría de las organizaciones de DDHH humanos y sus activistas, cuyos discursos terminaron por impregnar ideológicamente las instituciones internacionales como la ONU, ONU Mujeres, Amnesty y otros entes más o menos públicos, subvencionados o militantes de a pie.
Para que esto ocurriera fue fundamental un cambio de paradigma en la forma de entender los derechos humanos y las minorías. La clave es que las definiciones con que tratamos no son ya las mismas, y hacemos de cuenta de que sí, por eso no se entiende. Todos ya no nacemos libres e iguales. No hay más un hombre universal (un maldito invento eurocentrista), sólo hay colectivos en pugna en las olimpíadas de la victimización. Lo que importa es la jerarquía como víctima, que genera derechos y obligaciones (a los demás).
De la universalidad a las jerarquías
Podemos buscar distintos movimientos, intelectuales y fechas para establecer la génesis del cambio. Pero lo importante es que no ocurrió de la noche a la mañana, sino que empezó en los márgenes radicales de las universidades occidentales y terminó imponiéndose como base de las políticas públicas actuales en asuntos a priori tan lejanos como la formación de la policía londinense, los castings de Netflix, las cuotas de admisión de Harvard, las publicidades callejeras o el algoritmo de Google Imágenes a la hora de pedirle que muestre el retrato de un ingeniero.
El nuevo sistema viene de la mano de la llamada Teoría crítica de la raza (CRT, por sus siglas en inglés) que emergió en los 70, proponiéndose explicar la inequidad como una relación de fuerzas estructural. La idea es que el racismo no es un problema individual, sino algo sistémico que vive en las instituciones y normas de manera más o menos invisible, más o menos consciente, para ejercer una discriminación opresora contra las minorías raciales y sexuales. No se trata de buscar responsabilidades individuales, sino de qué grupo es el poder, y la respuesta según esta visión dogmática es que el opresor es siempre el hombre blanco heterosexual y las víctimas los racializados (los “vistos como de otro color”) y minorías sexuales. Poco importa lo factual de cada caso, para la CRT el culpable y el inocente está determinado desde el nacimiento más allá de las evidencias porque se inscriben en un marco mayor de lógica de poder. No hay ejército de ejemplos que lo pueda falsear.
El día que cambiaron el diccionario
Esto puede sonar abstracto, pero tiene consecuencias muy prácticas. Lo hemos visto en los mejores exponentes de los objetos creados por esta ideología: Black Lives Matter o El MeToo. ¿Por qué Black Lives Matter salió a celebrar el pogrom del 7 de octubre como un acto de resistencia con carteles de parapentes como los usados para matar por Hamás? ¿Por qué el MeToo fue cooptado por la activista islamista Linda Sarsour, relegando a las mujeres judías de la Women’s March mientras apoyaba a su amigo supremacista y terrible antisemita Louis Farrakhan?
En 2020, la influyente Anti Defamation League redefinió el racismo como "la marginación y/u opresión de las personas de color basada en una jerarquía racial socialmente construida que privilegia a los blancos”. La iniciativa generó tal polémica a partir de una controversia por dichos de Whoopi Goldberg sobre el Holocausto en TV, que la ADL se vio obligada a dar marcha atrás, poniendo que el racismo “se produce cuando personas o instituciones muestran una evaluación o un trato más favorable hacia un individuo o grupo en función de su raza o etnia". Pese a este episodio puntual pero significativo, es la versión del “privilegio blanco” la que realmente está vigente en la Academia, los medios y las instituciones internacionales.
La imposibilidad estructural de ser considerado víctima
Una vecina posestructuralista de la TCR es la Teoría Queer, comparte el cuco del hombre blanco hetero, al que quiere deconstruir para terminar con su poderío ominoso. Así se entiende que haya Queer for Palestine apoyando a gente que no dudaría en arrojar a las disidencias de la terraza más próxima mientras se ensañan con el único lugar de Oriente Medio que celebra una Marcha del Orgullo.
Y aquí llegamos al nudo del asunto. Aunque la historia indica que los judíos han sido el perseguido por antonomasia hasta su destrucción industrial por miles de años en Occidente y en Oriente, en el esquema de la TCR el judío merecía ocupar el casillero de “hombre blanco”. Poco importa la muy diversa realidad étnica de los judíos. En un mundo donde todo es construcción social esto es una minucia. Demasiado integrado, demasiado exitoso, el judío (en una reformulación de los viejos mitos antisemitas) es un exponente del “privilegio blanco”, y el país de los judíos, el del “supremacismo blanco”. De allí el uso de “genocidio” o “apartheid” utilizados antojadizamente y sin pudor. Poco importa que allí sean donde los no judíos gozan de los mayores índices democráticos y de inclusión real en el poder y lugares de representación de esa parte del mundo. Del mismo modo, muchos jóvenes sobreeducados dicen sin pestañar que Estados Unidos es el país más racista del mundo. Esto se puede decir porque las anteojeras ideológicas pueden obviar cualquier evidencia que se les interponga en el camino.
Si el judío es el blanco (supremacista), de Israel es todavía peor (colonizador). Entonces, bajo ningún concepto puede ser jamás visto como una víctima. Por definición. Por eso no tienen ningún prurito en quitar los afiches de los rehenes de Hamás. Por eso no pueden apiadarse y clamar por la libertad y justicia para las mujeres ultrajadas por hordas salvajes: porque por definición y hagan lo que hagan, las víctimas y los victimarios están definidos de antemano y ningún israelí puede ingresar en el casillero de la víctima.
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