viernes, 6 de junio de 2014

PARASHA SEMANAL

Una elección por sobre la elección: los motivos para el “Pidión Bejor” o “Redimir a los Primogénitos”

Una elección por sobre la elección: los motivos para el “Pidión Bejor” o “Redimir a los Primogénitos”
Rabino Mordejai Maaravi de su libro “Debarjá Iair”
BHN”V
Leemos, en el presente Shabat, la tercera sección del libro de Bemidbar. Se trata de un total de poco más de cuatro capítulos, en los que abundan relatos relacionados con la conformación ideológica del pueblo liberado de Egipto y con sucesos –desafortunados algunos, más afortunados otros- que les acontecieron a quienes asomaban a la libertad, no sin pocos inconvenientes. La Torá no es solo un jardín de rosas, que sin embargo existen y que, también, tienen sus espinas, que duelen mucho.

Este Shabat queremos compartir con ustedes algo que forma el cuerpo de nuestra lectura y que se proyecta en una vivencia familiar, aquella que se origina en la dicha de ser padres por vez primera y en este caso, específicamente, de un hijo varón. Nuestra perashá nos refiere al comienzo lo siguiente: “Y habló HaShem Moshé, diciendo: Toma a los levitas de en medio de los hijos de Israel y purifícalos... Y harás que los levitas se acerquen delante de la Tienda de Reunión (Ohel Moed) y reunirás a toda la Congregación de los hijos de Israel. Luego harás que los levitas se aproximen delante de HaShem, e impondrán los hijos de Israel sus manos sobre los levitas... Y Aharón ofrecerá a los levitas por ofrenda mecida delante de HaShem, de parte de los hijos de Israel, para que hagan el servicio de HaShem...”.

De la lectura del texto resulta clara una primera diferenciación: los descendientes de Levi, es decir losLeviim o Levitas, como los llama el texto español, son consagrados para un nuevo fin, textualmente:“laavod et avodat HaShem”, “para hacer el servicio de HaShem”. La avodá tiene que ver con el servicio ritual del Santuario, en nuestro caso todavía el Tabernáculo o Santuario Móvil (durante el trayecto del desierto) y que se caracterizaba por la ofrenda diaria o festiva de sacrificios animales o vegetales, korbanot, que representaban la íntima conexión del pueblo de Israel con Su Hacedor, así como su agradecimiento, mediante el trabajo de sus propias manos.

Ahora bien, si leemos detenidamente el texto sabremos que esta elección no se hacía “a espaldas” de nadie: todo ocurría frente a la Tienda de Reunión y “delante de los hijos de
Israel”, pues se necesitaba la aprobación tácita, la aceptación del pueblo, de sus emisarios frente a Su Creador. El texto bíblico lo asevera con palabras y gestos simples: “...e impondrán los hijos de Israel sus manos sobre los levitas”.

¿Qué quiere decir esto? “Imponer las manos”, en hebreo “Lismoj”, “Semijat iadáim”- significa algo así como “apoyar o reposar las manos sobre la cabeza de alguien”, en clara señal de bendición, o bien de transferirle cierta responsabilidad. Así bendecimos a nuestros hijos cada noche de Shabat, alrededor de la mesa familiar, o antes de partir hacia la Sinagoga en la víspera de Iom ha-Kipurim y en otras ocasiones festivas.

En este pasaje de nuestra Torá vemos, con asombro y emoción, cómo aquellos que habrían de estar al servicio Divino, en íntimo contacto con lo espiritual, necesitan de la bendición de las personas simples, de sus propios hermanos, de toda la comunidad de Israel, de aquellos que, permaneciendo ligados a lo “terrenal”, aún pueden ofrecer lo mejor que tienen: su aceptación, su aprobación, su bendición. Asistimos a la primera “elección” dentro del “pueblo elegido”: la de la tribu de Leví, que ocurre sin disidencias, rupturas ni tiranteces, tal vez porque todos sabían cuál era su lugar y la responsabilidad que a cada uno le cabía en el devenir de un pueblo, de su comunidad.

Volvamos al texto de nuestra perashá, en el que, después de este hecho, D’s dice: “De este modo separarás a los levitas de en medio de los hijos de Israel; y serán Míos los Levitas”. Por tanto, hay una “separación”, que se debe, empero, comprender bien: “separar” en hebreo se dice Lehavdil y la separación del Shabat respecto de los días de semana se llama Havdalá, esto es distinción, diferenciación. En el caso actual se trata de atribuir un nuevo rol, una nueva función que hacía que los integrantes de esa tribu se comprometieran todavía más con su pueblo, pues eran de D’s, es cierto, pero estaban “en medio” de los hijos de Israel. Le pertenecían a Él -como todos nosotros- pero estaban involucrados con nuestro “medio”, en nuestra sociedad, refiere la Torá.

No simplifiquemos las palabras ni sus sentidos, porque los sabios de Israel sentenciaron:
“im én deá, ¿havdalá mináin?”, es decir: “Si carecemos del conocimiento, ¿cómo será establecida la distinción?” La elección de los Levitas está ocurriendo a “los ojos de todos”, con el conocimiento y el consentimiento de todos. No hay preferencias, sino Havdalá, porque no todos tenemos que cumplir los mismos roles e idénticas funciones, como se desprende del texto.

Convengamos, por otra parte, que dicha elección tiene sus motivos. Si los Leviim son diferenciados es por alguna razón y no como consecuencia de un infundado decreto, como podemos enterarnos si regresamos a la lectura de nuestro texto: “...Porque me son enteramente cedidos a Mí de en medio de los hijos de Israel; en lugar de todo primogénito que abre la matriz de entre los hijos de Israel, Los he tomado para Mí. porque Mío es todo primogénito de entre los hijos de Israel, así de hombres como de animales; desde el día en que herí a todo primogénito en la tierra de Egipto, Los santifiqué para Mí y Yo he tomado a los levitas en lugar de todos los primogénitos... ” “Y he dado los levitas enteramente a Aharón (Cohen) y a sus hijos, de en medio de los hijos de Israel, para hacer el servicio -‘avodá’- por los hijos de Israel en la Tienda de Reunión, y para hacer la Expiación -‘capará’- de los hijos de Israel, para que no haya plaga en medio de los hijos de Israel...”.

Aquí queda explicitada la elección y sus motivos; queda claro que el Leví “viene a cambio” de alguien que debe ser “consagrado a D’s cuando nace” y que, en nuestro caso (el de los seres humanos), el primer hijo varón que abre matriz, es decir, que nace por parto normal, y que es denominado Bejor(primogénito), pertenece a D’s y a Él debemos consagrarlo. Aunque existe una alternativa: la de liberar o redimir a nuestro hijo primogénito de dicha responsabilidad, dado que los Levitas ya fueron “diferenciados” por el Creador para ocupar ese rol y lugar, tal como se lee en el texto de la Torá: “en lugar de los primogénitos”.

Los motivos para esta mitsvá tienen su raíz en la salida de Egipto: cada primogénito de Israel sería consagrado al servicio de D’s, es decir, a la vida plena. En lo relacionado con los animales la cuestión era clara: se ofrecían en sacrificio de acuerdo a lo reglamentado en Éxodo, Capítulo 13, pero ¿qué pasó con los primogénitos humanos? Hubo, por cierto, un episodio que “marcó la diferencia”: el Becerro de Oro, que todos bien recordamos.

También los primogénitos participaron del pecado del becerro por el que, cuando Moshé descendió del Monte Sinaí y pudo observar semejante espectáculo, rompió de inmediato la Tablas de la Ley y clamó a viva voz: “¡Quienquiera que sea parte de HaShem, se aliste tras de mí!” El texto continúa“Y se le reunieron todos los hijos de Levi”, porque fueron los hijos de Leví los únicos que no tomaron parte del culto idolátrico del becerro.

Desde entonces -asevera el Rabino Israel Lau- sucedió una gran revolución social dentro del pueblo judío; les fue quitado el mérito del servicio espiritual a los primogénitos por ser socios en la confección del becerro de oro, y su lugar fue ocupado entonces por la tribu de Leví, quienes comenzaron a servir tanto de Sacerdotes como de Levitas”.

Es por eso que hacemos el Pidión ha-Ben, la liberación o redención del hijo primogénito en presencia de un Cohen, para indicar que esta tradición está viva, en nosotros y en nuestros hijos, aunque hayamos “perdido” el mérito, el beneficio que nos incumbía desde nuestra libertad: el de servir a D’s con nuestros propios frutos carnales. Frutos de amor, de distinción, de sabiduría, de Consagración, en palabras de nuestra tradición, Kedushat ha-Jaim, de la santidad de la vida, con los que se reconoce el lugar del Creador, agradeciéndole lo que hace por mí, acercándole mi “primer fruto” para retrotraerme a un pasado que se hace presente cada día: Liberar a mi hijo, redimirlo, para atarlo definitivamente a lo esencial, a la fe de mis padres, la tradición de mis abuelos, la santidad de Israel, la Eternidad de D’s...
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