domingo, 21 de febrero de 2016

La Administración Obama y los genocidios

 

Barack Obama.
Lee Smith critica en la revista Tablet la doble moral de la representante de la Administración Obama ante la ONU, Samantha Power, autora de un libro en el que acusa a su país de haber permanecido al margen de los grandes genocidios de la historia reciente.
Smith trae a colación el caso de la guerra de Siria, en el que la inacción de la Administración para la que trabaja Power ha contribuido a la comisión de una matanza tremenda.
La Casa Blanca al completo, del presidente abajo, es cómplice en los crímenes sobre los que Power tuitea. Como alguien que ha escrito un libro sobre la manera en que la superpotencia americana debe parar los genocidios cuando tiene la posibilidad de hacerlo, ¿por qué no ha presentado ya su dimisión? Puede que los genocidios no sean realmente tan importantes, después de todo, si se los compara con asuntos como un acuerdo comercial con Asia. Quizás, como esos predecesores a los que describe en su libro, [Powers] “asume que la política de EEUU [es] inmutable, que sus preocupaciones ya eran comprendidas por sus superiores y que hablar (o actuar) sólo reduciría su margen de maniobra para lograr mejoras”. El libro de Power fue acogido en el momento de su publicación como una poderosa advertencia contra el precio moral que nuestro país paga por esas racionalizaciones delirantes. Será difícil leerlo de la misma manera otra vez.
Russell A. Berman escribe para la Hoover Institution una pieza en la que justifica la necesidad de que EEUU apoye a Arabia Saudí en su conflicto permanente con Irán, la otra gran potencia de Oriente Medio, con la que compite por la hegemonía regional. 
¿Se puede argumentar a favor de una estrategia de apoyo al régimen de Arabia Saudí mientras se pide un cambio de régimen en Siria? Sí, porque las diferencias son inmensas. Al contrario que los saudíes, Asad no ha iniciado un proceso de reformas domésticas. Por el contrario, ha librado una guerra brutal contra su propio pueblo, que ha incluido el uso de armas químicas. El régimen saudí necesita reformarse; el sirio debe caer. Pero la mayor diferencia tiene que ver con el interés nacional. El régimen de Asad es un satélite de potencias hostiles a EEUU: Irán y, de manera creciente, Rusia. Arabia Saudí es un aliado tradicional de EEUU y puede seguir siéndolo. Esa distinción debería ser una base suficiente para una elección estratégica de una nueva Administración preocupada por el interés nacional.
Benjamin Weinthal y Asaf Romirowsky critican la decisión de la Casa Blanca de etiquetar de manera diferenciada los productos israelíes provenientes de los territorios en disputa. La medida fue adoptada el pasado mes de enero; la Unión Europea hizo lo propio tres meses antes.
Los autores afirman que el boicot a Israel no va a contribuir a la paz entre palestinos e israelíes, como fingen creer los muñidores de una medida que rememora los peores tiempos del antisemitismo occidental.
La UE cree ingenuamente que la raíz del conflicto palestino-israelí reside en la ‘ocupación’ y que la manera de solucionarlo es a través de la presión económica contra Israel. Después de todo, la UE ha señalado a Israel mientras que no presta atención, por ejemplo, al etiquetado de los productos turcos del ilegalmente ocupado norte de Chipre. La UE también rechaza penalizar a Marruecos por su ocupación ilegal del Sáhara Occidental.
(…)
Los boicots no acercan la paz, especialmente en Oriente Medio. En cambio, desvían la atención sobre los obstáculos reales para la paz y las oportunidades reales de alcanzarla, muchas de las cuales provienen principalmente del mundo académico. La política de etiquetaje, desgraciadamente, proporciona una inyección de moral a los boicots académicos. Recientemente, académicos británicos e italianos han hecho un llamamiento a boicotear las instituciones educativas israelíes.
Se llama Azaz, dista 7 kilómetros de la frontera con Turquía y en estos momentos está bajo el control de organizaciones opositoras al dictador Bashar al Asad. El pequeño enclave se ha convertido en una obsesión para el Gobierno turco, que está dispuesto a impedir a toda costa su caída en manos de los grupos kurdos, por su valor estratégico.
“Azaz es un símbolo para Turquía. Si los kurdos la toman, pueden unir sus dos enclaves de Kobane y Afrin”, señaló a la BBC Fabrice Balanche, analista del Instituto Washington para la Política de Oriente Medio.
Balanche añadió que el primer ministro turco teme que, caída Azaz, los kurdos inicien una gran ofensiva desde Kobane hacia el oeste y desde Afrin hacia el este.
Otra preocupación de Ankara, según el analista, es que Azaz es clave para suministrar apoyo desde Turquía a los rebeldes sirios que combaten a Al Asad.
“Si los kurdos capturan Azaz, los grupos rebeldes no tendrán un punto de entrada a Siria. Esa es la estrategia de Rusia. Muy simple. Dejar que los kurdos tomen el control de la frontera y aislar Alepo de Turquía”.

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