Un buen día (o tarde) en Hungría, el periodista László József Bíró descansaba en la banca de un parque. Pero no en su cabeza.
Pero el buen Bíró también era inventor, así que quería encontrar la solución a su problema con un Hágalo Usted Mismo. Tenía una noción: un rodillo miniatura, como el de la imprenta, pero faltaba algo. Distraído en sus pensamientos, puso atención en unos niños que jugaban a la pelota cerca de su posición.
Ahí ocurrió el milagro: en un momento dado, la pelota rodó hacia un charco. Al salir del charco, cargada de agua, dejó una huella líquida en el suelo. Esa situación pasaba desapercibida para cualquiera, menos para Bíró. Allí resolvió que la mejor forma de diseñar su pluma era con una punta de esfera que se cargara sola de tinta al rodar.
Así, patentó su diseño en 1938. Poco después, fue visto en un hotel por Agustín Justo, el presidente de Argentina, y le llamó la atención el peculiar invento. Así, Justo lo invitó a su país para perfeccionar y comercializar a mayor escala su pluma, ofrecimiento que aceptó con el inicio de la II Guerra Mundial.
El ahora Ladislao José Biro fructificó en Argentina: perfeccionó su invención y tras la Guerra obtuvo éxito mundial. Le vendió la patente a Bic y su concepto de "punta de bola" se extendió a otros ámbitos, como el desodorante de roll-on.
Hoy, su invento es infaltable en casas y oficinas. Pluma, bolígrafo, boli, lapicera o birome, como aún se le conoce en Argentina a aquel invento hecho por un periodista inventor mientras miraba a unos niños jugar a la pelota.
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