Bajo el mando de Recep Tayyip Erdogan, Turquía ya no es un aliado de la OTAN en espíritu; es un estado rebelde que persigue una agenda expansionista e islamista que amenaza la estabilidad de Oriente Medio, el Mediterráneo e incluso Europa.
Ha aprovechado el caos de la Primavera Árabe, la Guerra Civil Siria y el vacío geopolítico dejado por la indecisión occidental para consolidar la influencia turca desde el norte de África hasta el Cáucaso.
Esta no es la Turquía del padre fundador Mustafa Kemal Atatürk. Es una potencia asertiva empeñada en remodelar las fronteras, instrumentalizar la migración y debilitar a sus supuestos aliados occidentales.
Erdogan juega con dos bandos, equilibrando su pertenencia a la OTAN con la compra de armas rusas, condenando a Israel mientras comercia con él y fingiendo diplomacia mientras financia a islamistas radicales. El mundo observa, pero ¿quién está dispuesto a detenerlo?
La respuesta no reside en un solo Estado, sino en una coalición emergente de fuerzas que convergen por necesidad.
Una alianza tácita que puede desafiar las ambiciones de Erdogan se está formando entre Israel, Egipto, Grecia, Francia y los Emiratos Árabes Unidos: un bloque impulsado no por la ideología, sino por la supervivencia.
Un resurgimiento islamista
La Turquía de Erdogan no es un agresor aislado; es el centro neurálgico de un resurgimiento islamista más amplio.
Su apoyo a la Hermandad Musulmana amenaza a los gobiernos laicos de todo el mundo árabe.
Sus intervenciones en Libia, Siria y el Cáucaso no son meras maniobras geopolíticas; son declaraciones de intenciones que demuestran su disposición a redibujar el mapa mediante la fuerza.
Esto convierte a Egipto y a los Emiratos Árabes Unidos en sus adversarios naturales. Ambos han declarado a la Hermandad Musulmana como organización terrorista y han actuado agresivamente para contrarrestar a las milicias respaldadas por Turquía en Libia.
Los Emiratos Árabes Unidos han ido más allá, utilizando su influencia financiera y militar para apoyar a las facciones antiturcas en toda la región.
Pero contrarrestar a Erdogan requiere más que medidas aisladas; exige una estrategia sincronizada.
Entran en escena Israel y Grecia. Israel considera a Turquía una amenaza existencial no solo por su apoyo a Hamás, sino también por su creciente influencia en la política palestina.
Turquía busca reemplazar a Irán como líder del eje antiisraelí, posicionándose como defensor de la causa palestina, manteniendo al mismo tiempo los lazos diplomáticos necesarios para evitar represalias a gran escala. Grecia, por su parte, se enfrenta a un peligro más inmediato.
La agresión naval turca en el Mediterráneo Oriental supone un desafío directo a la soberanía griega, ya que Erdogan disputa abiertamente las aguas territoriales y las reservas de gas.
Grecia ha respondido fortaleciendo los lazos militares con Francia, que tiene sus propias razones para oponerse al expansionismo turco.
La Francia del presidente Emmanuel Macron se ha convertido en el oponente europeo más acérrimo de Erdogan, enfrentándose a Turquía por Libia, Siria e incluso la influencia de Turquía en las comunidades musulmanas europeas.
Si esta coalición se consolida, tiene los medios para detener el avance de Erdogan. Las naciones signatarias de los Acuerdos de Abraham proporcionan influencia económica, cortando las redes financieras turcas en el Golfo y África.
Francia y Grecia pueden convertir el Mediterráneo en una zona de exclusión para las aventuras navales turcas.
Las capacidades de inteligencia de Israel pueden contrarrestar las operaciones encubiertas de Turquía. Egipto, con su poderosa influencia militar y regional, puede contener a los aliados turcos en el norte de África y el Levante.
Y el factor impredecible, Rusia, podría decidir que su alianza táctica con Turquía ha perdido su utilidad, especialmente si Erdogan se excede en la estrategia en el Cáucaso o el Mar Negro.
Cómo abordar la amenaza turca
Aun así, contrarrestar a Erdogan no trata solo de presión militar, sino también de una guerra económica y diplomática.
La frágil economía de Turquía es su mayor debilidad. Años de gasto imprudente, manipulación monetaria y dependencia excesiva del apoyo financiero catarí la han vuelto vulnerable.
Las sanciones dirigidas a industrias turcas clave (defensa, banca y energía) podrían acelerar su declive económico, obligando a Erdogan a adoptar una postura defensiva.
Cortar las redes de influencia turca en Europa y Oriente Medio limitaría su capacidad para usar el poder blando como arma, y expulsarla de las iniciativas lideradas por la OTAN indicaría que Occidente ya no tolera el doble juego de Erdogan.
La hora del apaciguamiento ha pasado. La tolerancia mundial hacia la beligerancia de Erdogan sólo lo ha envalentonado.
Se nutre de la vacilación occidental, utilizándola para ampliar su alcance y, al mismo tiempo, asegurar que los costos de la intervención sigan siendo elevados.
La historia ha demostrado que el expansionismo desenfrenado no se detiene por sí solo. Debe ser confrontado con decisión, con una estrategia clara y la voluntad de perseverar.
Las fuerzas que se oponen a Erdogan se están uniendo, pero deben actuar antes de que las ambiciones de Turquía se vuelvan irreversibles.
Un artículo de Amine Ayoub publicado en World Israel News
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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