sábado, 29 de agosto de 2020

Contextos

 

¿Quién mató al mulá Mansuri?

 

Por Marcel Gascón Frank Elbers 

gholamreza-mansuri
"Casi dos meses después de la tragedia, las autoridades rumanas siguen sin desentrañar los misterios que envuelven la muerte de este influyente mulá caído en desgracia para la dictadura a la que servía y señalado también por sus víctimas por violaciones de los derechos humanos""Dos meses después de la muerte de Mansuri, los investigadores siguen sin revelar los resultados de los informes toxicológicos que ayudarían a establecer si fue envenenado. Tampoco se ha sabido nada hasta el momento de las grabaciones de las cámaras de seguridad del hotel, que podrían revelar la presencia en el edificio de potenciales sospechosos"
El pasado 19 de junio, viernes, Bucarest fue escenario de una muerte de novela. Las redacciones de los periódicos ya se preparaban para irse de fin de semana cuando llegó el comunicado de la Policía: un hombre extranjero de 52 años había fallecido en un céntrico hotel de la capital rumana tras caer de uno de los pisos superiores.
El fallecido estaba bajo supervisión policial por “delitos que habrían sido cometidos en territorio de otro país”, y la prensa rumana no tardó en llegar a la conclusión: el cadáver era el de Gholamreza Mansuri, el magistrado iraní reclamado por corrupción por Teherán que había sido detenido días antes por la Interpol en Rumanía.
¿Fue la muerte del ayatolá Mansuri un suicidio? ¿Un asesinato? ¿Quién y por qué le empujó al vacío días después de que un juez le dejara en libertad vigilada hasta que la Justicia rumana decidiera sobre su extradición a Irán? ¿Por qué, de entre todas las opciones que tenía, Mansuri eligió Rumanía para continuar su fuga? ¿Y cómo llegó al remoto país en que acabaría encontrando la muerte?
Casi dos meses después de la tragedia, las autoridades rumanas siguen sin desentrañar los misterios que envuelven la muerte de este influyente mulá caído en desgracia para la dictadura a la que servía y señalado también por sus víctimas por violaciones de los derechos humanos. Este silencio es terreno fértil para las teorías conspirativas en torno a su caída al vacío a miles de kilómetros de casa. 
Mientras algunos ven la larga mano del régimen de los ayatolás detrás de su muerte, otros hablan de un caso de cambio de identidad y dudan de que el cuerpo que forenses rumanos con escafandras anti-covid cargaron horas después del siniestro en una furgoneta azul oscuro fuera el de Mansuri.
Igual de peliculescas parecen a primera vista las explicaciones a su presencia en Rumanía. La última en aparecer la atribuye a una irresistible joven espía iraní que le sedujo para convencerle de que viajara con ella a Rumanía desde Europa Occidental, adonde el mulá había escapado huyendo del juicio por corrupción con que el régimen de su país ajusta cuentas con la facción a la que pertenecía.

¿Quién era Mansuri?

Más allá de rumores y sospechas no confirmadas, Mansuri fue detenido a principios el 12 de junio, cuando la Policía rumana hizo efectiva la orden de arresto emitida contra él por la Interpol. Momentos antes, el juez había visitado la embajada iraní en Bucarest, donde habría negociado un posible regreso voluntario a su país. Según las primeras informaciones, el fugitivo había llegado a Rumanía procedente de Alemania, donde habría buscado refugio huyendo de las acusaciones de haber aceptado un soborno de medio millón de euros mientras ejercía de juez.
El juez iraní compareció el mismo día de su detención ante el Tribunal de Apelación de Bucarest, que ordenó que fuera puesto en libertad condicional hasta que las autoridades competentes establecieran si sus derechos serían respetados en caso de ser extraditado a Irán.
Mientras las autoridades rumanas determinaban si Mansouri recibiría un juicio justo en su país, el antiguo juez se hospedó en el Hotel Duke de la Plaza Romana del centro de la capital rumana, el mismo establecimiento donde acabaría sus días estampado contra el pavimento del patio interior. Su siguiente comparecencia judicial estaba prevista para el 10 de julio.
Además del régimen de Teherán, a Mansuri le tenían en el punto de mira grupos de defensa de los derechos humanos y organizaciones del exilio iraní. El 11 de junio, antes de que trascendiera su inesperada detención en Rumanía, Reporteros Sin Fronteras (RSF) pidió formalmente a la Fiscalía alemana que le detuviera e investigara, en este caso por las violaciones contra los derechos humanos que presuntamente cometió mientras era juez en Irán. RSF hizo esta misma solicitud a las autoridades de Rumanía el 13 de junio.
Según esta ONG que promueve la libertad de prensa en el mundo, Mansuri era responsable de la detención y las torturas que sufrieron al menos veinte periodistas iraníes entre enero y marzo de 2013, mientras desempeñaba sus funciones en la Fiscalía de Cultura y Medios de Comunicación del régimen de los ayatolás. Una de sus supuestas víctimas, el periodista Mehdi Mahdavi Azad, ha testificado desde el exilio sobre la tortura a la que habría sido sometido por orden de Mansuri.
“Mansuri era la mano derecha del antiguo jefe de la Justicia en Irán, Sadeq Amoli-Lariyani”, nos dice Mohamad Emami, exiliado iraní que vive desde los años noventa en Rumanía y presentó ante las autoridades rumanas un recurso pidiendo que se juzgara al magistrado por los abusos que supuestamente perpetró en Irán.
Tras más de una década al frente de la Justicia iraní, Lariyani perdió su puesto el año pasado y es investigado por corrupción en el mismo proceso en que se acusa a Mansuri y otros miembros del hasta hace poco todopoderoso clan Lariyani. Amoli-Lariyani fue considerado durante años una figura clave en el entramado represor del régimen, y figura en la lista de sancionados por Washington por sus repetidas violaciones de los derechos humanos.
“Hemos perdido una oportunidad única de someter a juicio a Irán”, dice Emami sobre la muerte de Mansuri en un país democrático de la Unión Europea aliado de Estados Unidos donde podría habérsele juzgado con garantías por su papel en la persecución de disidentes.

La autopsia

Una de las escasas comunicaciones oficiales sobre el caso por parte de las autoridades rumanas se produjo días después de la muerte, cuando la Policía de Bucarest y la Fiscalía informaron de los resultados de la autopsia. “La muerte fue violenta, causada por lesiones traumáticas incompatibles con la vida producidas por el impacto contra una superficie dura, posiblemente tras una caída”, concluyeron los forenses. 
Dos meses después de la muerte de Mansuri, los investigadores siguen sin revelar los resultados de los informes toxicológicos que ayudarían a establecer si fue envenenado. Tampoco se ha sabido nada hasta el momento de las grabaciones de las cámaras de seguridad del hotel, que podrían revelar la presencia en el edificio de potenciales sospechosos. Que hubieran sido desconectadas o enfocadas hacia otra dirección en el momento del suceso sería un indicio de que alguien había preparado el terreno para asesinar al juez sin dejar rastro.
Desde el momento mismo de la muerte de Mansuri, el régimen iraní ha presionado al Gobierno rumano para que esclarezca las circunstancias de lo ocurrido, insistencia que provocó una protesta de Bucarest ante el embajador iraní en Rumanía. El portavoz del Ministerio de Exteriores de Irán, Abas Musavi, se ha quejado públicamente de la falta de claridad con que Rumanía está llevando el caso, y recrimina a Bucarest que no haya informado a Teherán sobre el curso de la investigación.
En estas circunstancias, casi todas las novedades sobre el caso han venido de Irán. El pasado 13 de julio, el portavoz Musavi anunció en una rueda de prensa que el cuerpo de Mansuri sería repatriado una vez se levantaran las restricciones impuestas debido a la pandemia del coronavirus. 
Una semana después, un portal de noticias oficialista informó de que el cadáver del juez había sido trasladado a Irán. En la noticia se aseguraba además que las autoridades rumanas se habían negado a facilitar a sus homólogos iraníes las imágenes de las cámaras de seguridad del hotel. Ni la Fiscalía ni el Ministerio de Exteriores rumanos han confirmado o negado que el cuerpo de Mansuri haya sido transportado a Irán.
Según otro medio oficialista iraní, la agencia Fars News, un hermano de Mansuri asegura que la familia no fue informada de la llegada del cuerpo al país. Mientras las autoridades forenses iraníes realizan las pruebas de ADN, este familiar del mulá ha afirmado que miembros de la familia trataron de identificar el cadáver y están convencidos, por el rostro y las proporciones del cuerpo, que los restos mortales que vieron no pertenecían a Mansuri. El jefe del Instituto de Medicina Forense Iraní prometió el 1 de agosto que el motivo de la muerte del fugitivo se anunciaría en dos semanas.

Accidente, asesinato o suicidio

Construido después de la revolución que en diciembre de 1989 derrocó al dictador comunista Nicolae Ceausescu, el Hotel Duke es un edificio de seis pisos que dan a un patio interior, al que se arrojó, cayó o fue empujado Gholamreza Mansuri.
Una simple visita al lugar permite descartar la hipótesis del accidente. Un panel de cristal de una altura considerable erigido a lo largo del pasillo que lleva a las habitaciones del sexto piso hace prácticamente imposible caer accidentalmente al vacío. Vista desde el pasillo de la última planta, la moqueta que cubre el patio interior no presenta ningún signo de la tragedia ocurrida el 19 de junio.
Según fuentes cercanas a la investigación, antes de morir Mansuri pagó lo que debía en el hotel e hizo las maletas para marcharse. Entre sus posesiones, la Policía encontró varios teléfonos móviles, tarjetas SIM y tarjetas bancarias.
En declaraciones a la prensa iraní, el referido hermano de Mansuri dijo haber hablado con él poco antes de su muerte. Nada en la actitud o el estado de ánimo del juez indicaban que fuera a acabar con su vida. El hecho de que Mansuri hubiera hecho las maletas y pagado por el alojamiento justo antes de que se le encontrara muerto también parecen incompatibles con la posibilidad de un suicidio. Algunas fuentes aseguran además que Mansuri tenía una casa en Turquía y disponía de dinero suficiente para comenzar holgadamente una nueva vida.
“Nadie en la comunidad iraní [en Rumanía] cree en la hipótesis del suicido”, nos asegura Amir Kiarash, periodista deportivo del diario bucarestino Adevarul (“La Verdad”). Kiarash, de 38 años, llegó a Rumanía con sus padres en 1992, cuando tenía once años. Casi tres décadas después, es una de las caras más visibles de la diáspora iraní en Rumanía, que está integrada por alrededor de un millar de personas y tiene sus orígenes en los tiempos del dictador comunista Nicolae Ceausescu. Debido a su afinidad ideológica con el ayatolá Jomeini, padre fundador de la Revolución Islámica, numerosos estudiantes iraníes se matricularon en universidades rumanas. Muchos de ellos se quedaron en el país balcánico, donde se casaron con mujeres rumanas y establecieron negocios.
Tanto Kiarash como Emami, que se declara “colaborador” del movimiento opositor en el exilio Consejo Nacional de Resistencia de Irán (CNR-I), se refieren a la larga lista de asesinatos políticos en el extranjero que se atribuyen a Irán como argumento en favor de la hipótesis del asesinato a manos de Teherán. Según el Departamento de Estado de EEUU, Irán es responsable de 360 asesinatos selectivos en el exterior desde que la Revolución Islámica se hizo derrocó al Sah, hace 41 años.
Dos de estos supuestos asesinatos por encargo se produjeron en Holanda. Según las autoridades holandesas, sicarios que seguían órdenes de Teherán fueron los autores de la muerte de dos opositores iraníes en 2015 y 2017. Más recientemente, en noviembre del año pasado, el disidente iraní Masud Molavi Vardanyani fue asesinado a tiros en Estambul. Según las autoridades turcasel crimen fue ordenado por la inteligencia iraní.

¿Por qué querría matarle Irán?

“Tanto Irán como los demás acusados [en el caso contra el clan Lariyani en Irán] podrían haber tenido interés en matarle por la información que tenía”, declaró recientemente al New York Times Reza Moeini, director de RSF para Afganistán e Irán. 
Otra hipótesis popular entre el exilio iraní es que el juez fue asesinado por sicarios pagados por Irán para evitar que contara lo que sabía sobre la arquitectura represiva del régimen. Mientras tanto, en círculos oficialistas iraníes se ha vehiculado la opción de que Mansuri hubiera sido víctima de grupos exiliados, en venganza por los servicios del mulá a la Revolución Islámica.
Otra hipótesis, aparentemente más descabellada pero igualmente popular en medios opositores y del régimen, es que Mansuri ha sobornado a las autoridades rumanas para fingir su muerte y escapar a otro país con una nueva identidad. Esta posibilidad es compatible con la creencia expresada por la familia de Mansuri sobre la identidad del cadáver enviado a Irán desde Rumanía.
La fecha en que Mansuri llegó a Rumanía es también motivo de disputa y especulaciones, como lo es la razón por la que eligió ese país como destino. El CNR-I aseguró a principios de agosto en un comunicado que el juez habría sido arrastrado hasta Rumanía por una joven y atractiva agente del Ministerio de Inteligencia y Seguridad iraní. Radicada en Francia, la agente, Farnaz Eftejari, habría seducido a Mansuri para que viajara con ella a Rumanía, del que la espía habría salido justo después de la muerte de aquél. Según el CNR-I, el juez huyó de Irán a Turquía para viajar después a Francia, donde entró en contacto con la espía. De allí viajaron juntos a Alemania, desde donde la pareja se desplazó a Rumanía a través de Austria.
Aunque la inteligencia iraní es conocida por utilizar con frecuencia agentes femeninos para tender trampas a sus enemigos, el CNR-I no aporta ninguna prueba sobre el complot que denuncia. Este poderoso movimiento opositor en el exilio responsabiliza al régimen de Teherán de la muerte de Mansuri y acusa a los ayatolás de “intentar hacer pasar la muerte de este juez corrupto por un suicidio”.
Según el servicio de noticias en persa de Radio Farda, el cuerpo sin vida de Gholamreza Mansuri fue enterrado el 6 de agosto en la ciudad de Mashad, capital de la provincia de Jorasán-e Razavi, del noreste de Irán. Si el cadáver enterrado ese día es realmente el suyo, el mulá Mansuri se va sin resolver las misteriosas circunstancias que pusieron fin a sus días en este mundo.

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