"‘Sólo espero inestabilidad e incertidumbre’, vino a decir Benjamín Netanyahu en octubre de 2011, cuando las efusiones de la Primavera Árabe se habían llevado ya por delante al tunecino Ben Alí, al egipcio Mubarak y al libio Gadafi. 'Y para afrontar la incertidumbre', dijo acto seguido literalmente el premier israelí, 'necesitamos dos cosas: poder y responsabilidad'""Israel está especialmente atento a que el turbión que azota el mundo árabe no se lleve por delante sus acuerdos de paz con Egipto y Jordania, cruciales para su defensa nacional; a las devastadoras consecuencias de la guerra siria en la propia Siria y en el Líbano, que podrían desestabilizarle de nuevo la frontera norte; a la irrupción del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) en… Irak y el Levante –es decir, en Siria– y a las idas y venidas de Hamás y Fatah en Gaza y Cisjordania. Fuera del mundo árabe pero dentro del Gran Oriente Medio, los focos de especial interés para Jerusalén son Turquía y, por supuesto, Irán"
“Es un mantra pero es verdad: el Medio Oriente está siendo deshecho y rehecho”, afirma el imprescindible Fouad Ajami en el prólogo general a The Great Unraveling, el gran desenredo, The Remaking of the Middle East, la remodelación de Oriente Medio, una serie prohijada por la Hoover Institution que consta de breves ensayos, baratos pero impagables, sobre el acuciante momento histórico que vive la zona del mundo que más nos preocupa en El Medio.
Ensayos como éste de Itamar Rabinovich, exembajador de Israel en Washington, presidente del Israel Institute, que lleva por título Israel and the Arab Turmoil.
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¿Cómo está viviendo Israel las sacudidas que están poniendo patas arriba el mundo árabe? Con la tensa calma del buen vigilante que se sabe en el ojo de un huracán poderoso. (En los ojos de los huracanes no pasa nada, les informo). ‘Sólo espero inestabilidad e incertidumbre’, vino a decir Benjamín Netanyahu en octubre de 2011, cuando las efusiones de la Primavera Árabe se habían llevado ya por delante al tunecino Ben Alí, al egipcio Mubarak y –apenas diez días antes, de la peor de las maneras– al libio Gadafi. “Y para afrontar la incertidumbre”, dijo acto seguido literalmente el premier israelí, “necesitamos dos cosas: poder y responsabilidad”. Para acabar advirtiendo: “Se están moviendo [los países circundantes], pero no hacia el progreso. Están retrocediendo”. Lo cual no hacía sino reafirmarle en sus posiciones: “He decidido adaptar nuestra política a la realidad y no a los deseos del corazón”. Puede que Bibi Netanyahu no se considere un pesimista sino un optimista bien informado; en todo caso, él, en punto a dar consejos, y sobre este tema incendiario, se decanta por un contundente y sucinto
El Medio Oriente no es lugar para ingenuos.
Israel está especialmente atento a que el turbión que azota el mundo árabe no se lleve por delante sus acuerdos de paz con Egipto y Jordania, cruciales para su defensa nacional; a las devastadoras consecuencias de la guerra siria en la propia Siria y en el Líbano, que podrían desestabilizarle de nuevo la frontera norte; a la irrupción del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) en… Irak y el Levante –es decir, en Siria– y a las idas y venidas de Hamás y Fatah en Gaza y Cisjordania. Fuera del mundo árabe pero dentro del Gran Oriente Medio, los focos de especial interés para Jerusalén son Turquía y, por supuesto, Irán.
Y Estados Unidos. Cómo no se va a preocupar Israel, y más con Netanyahu, por Estados Unidos. Y más con Obama.
Vayamos por partes.
En Egipto, Israel ha visto con buenos ojos la consolidación del general Sisi en el poder. El militar que derrocó al islamista Mohamed Morsi no es especialmente amigo del Estado judío, informa Rabinovich, pero Jerusalén considera que es la mejor de las opciones disponibles, sobre todo por su hostilidad manifiesta a Hamás y por las actividades antiterroristas que está desarrollando en el Sinaí. En cuanto a Jordania, la alerta israelí es permanente ante la posibilidad de que el terrorismo yihadista suní derroque al menos problemático de sus aliados, con el que comparte muchas más cosas de lo que se dice, empezando por la desconfianza hacia el liderazgo palestino. Por lo que hace a Siria, Israel ha decidido mantenerse al margen… salvo cuando se han traspasado las líneas rojas que se ha afanado en remarcar: Netanyahu no es Obama y ha atacado a las fuerzas de Asad cuando ha estimado que estaban transfiriendo material sensible a Hezbolá. Naturalmente, Jerusalén está preocupada, y mucho, por la extensión del conflicto al Líbano, donde lamenta no vislumbrar alternativa real alguna a los esbirros locales de Teherán y está optando por la prevención antes que por la intervención.
(Más sobre Siria: Rabinovich refiere que hay dos enfoques preponderantes en Israel: el de los que se decantan por lo malo conocido –the devil we now–, ese Bashar al Asad que sí, es un abominable criminal que nos ha complicado lo indecible la vida en Gaza –vía Hamás– y el Líbano –vía Hezbolá– y además es un lacayo de los tiranos de Teherán, pero con el que al fin y al cabo no hemos tenido mayores problemas fronterizos en los últimos decenios y, en fin, representa el mal menor si se tiene en cuenta la posibilidad de una Siria rota en mil pedazos o en manos de los terroristas del EIIL, herederos del psicópata benladenista Abu Musab al Zarqawi; y el de los que juzgan que lo peor que podría pasar sería que del conflicto emergieran triunfantes Asad y, con él y sobre todo, dos enemigos formidables: Hezbolá y la República Islámica de Irán).
Turquía. Las cosas con Turquía van mejor, y van a seguir mejorando, sostiene y pide Rabinovich; si bien no hasta volver al punto en el que estaban antes del advenimiento del islamista Recep Tayyip Erdogan, que no hace nada –todo lo contrario– por ocultar su fobia al Estado judío. Paradójicamente, apunta el exembajador israelí, el acercamiento se está debiendo en buena medida al fracaso de la apuesta de Ankara por liderar el mundo musulmán: la Primavera Árabe alimentó esas esperanzas que se llevaron por delante el Parque Gezi y el crudo Invierno sirio.
Irán es el tema por antonomasia en la región en lo que llevamos de siglo XXI y la gran obsesión de Israel, que nada desea menos que ver a los ayatolás salir reforzados del arab turmoil y que jamás de los jamases, vocean todos y cada uno de sus voceros en todas las ocasiones que se les presentan, va a tolerar que accedan al Club Nuclear. La misma fijación tienen en Arabia Saudí, lo cual está derivando en una sustancial cooperación discreta entre –cosas veredes– Jerusalén y Riad, muy contrariadas ambas con el manejo que de esta cuestión está haciendo Washington.
Curiosamente, Rabinovich no se detiene en cómo ha afectado la situación en el Medio Oriente a las relaciones israelo-norteamericanas, simplemente se limita a describir los objetivos de Obama al llegar a la Casa Blanca, plasmados en el célebre discurso de El Cairo, y las adaptaciones que ha tenido que hacer por culpa de la tozuda realidad. Quizá la curiosidad se explique por que Rabinovich no sea el mayor fan de Netanyahu ni el enemigo público número uno de Obama. Aun así, también de su aséptica descripción emerge el choque de trenes: si para BO las negociaciones de paz con los palestinos son más urgentes que nunca, para BN éste es el peor momento para tomar riesgos o hacer cesiones territoriales; sobre todo tras los acontecimientos que se han producido luego de la publicación de esta obra: la conformación de un Gobierno de unidad nacional entre Al Fatah y Hamás y el secuestro de tres adolescentes israelíes a manos de… Al Fatah o Hamás.
No sé, por cierto, si, sabiendo esto, Rabinovich concluiría su muy recomendable libro de la misma forma: aconsejando a Israel que abrace decididamente la iniciativa Kerry para avanzar hacia la consecución de un acuerdo definitivo con los palestinos. Sea como fuere, yo diría que Netanyahu está menos receptivo que nunca a tales peticiones y más arraigado en el crudo realismo que le lleva a dar ese consejo que no deja de ser una advertencia:
El Medio Oriente no es lugar para ingenuos.
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