El poema político de Günter Grass
Por Julián Schvindlerman
Comunidades – 18/4/12
Corría el año 2006 y el septuagenario premio Nobel de Literatura alemán Günter Grass sentía que debía salir del armario y confesar públicamente algo incómodo de su pasado. Lo volcó en su autobiografía Pelando la cebolla en la cual admitió haber sido un joven miembro de las Waffen-SS: “Hace décadas que me negaba a reconocer esa palabra y la doble S. Lo que en los estúpidos años de mi juventud había aceptado con orgullo se transformó después de la guerra en una creciente vergüenza que quería silenciar… Hay que vivir con eso los años que quedan”.
Seis años después, un nuevo impulso lo ha urgido a exteriorizar un sentimiento que lo agobia, algo tan denso -cuyo “silencio general sobre ese hecho, al que se ha sometido mi propio silencio, lo siento como gravosa mentira” según ha escrito- que debía ser expurgado de su interior. De ahí el título grandioso de su poema-denuncia “Lo que hay que decir”.
¿Y que es lo que tenía que decir Herr Grass? ¿Qué lo atormentaba de modo tan acuciante? ¿Qué calamidad había precipitado en su interior ese tsunami emocional, esa urgencia por alertar? La causa de su malestar intelectual/sentimental era, como la de tantos otros pseudo-moralistas modernos, el Estado de Israel, “al que estoy unido y quiero seguir estándolo”. Por supuesto, como muchos de los más fieros críticos de Jerusalem, Grass eligió proclamar su amistad con el país que estaba a punto de demonizar. En su caso ya no blande la espada de la tradicional preocupación por la cuestión palestina; el tema ha quedado relegado en la conciencia colectiva de los indignados morales del mundo ante el más actual asunto del programa nuclear de Irán. Y tal como los adeptos a la reversión factual tan característica de la disputa palestino-israelí, el escritor alemán opta por ver al estado agresor como una víctima y al estado señalado para la obliteración como el provocador.
La excusa del alegato fue la venta de Alemania a Israel de “otro submarino cuya especialidad es dirigir ojivas aniquiladoras hacia donde no se ha probado la existencia de una sola bomba, aunque se quiera aportar como prueba el temor…”. ¿Como prueba el temor? La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) ha publicado informes altamente detallados y profesionales dando cuenta del estado de evolución del programa nuclear de Irán. El bueno de Günter no los debe haber leído. Evidencia adicional de ello es su afirmación sesgada de que “Israel, potencia nuclear, pone en peligro una paz mundial” mientras que en Irán tan sólo “se sospecha la fabricación de una bomba atómica”. Es decir, respecto del estado judío Grass no tiene dudas de que es una potencia nuclear aún cuando Israel jamás ha admitido ello, pero a Irán le concede el beneficio de la duda, a pesar de que la AIEA ha denunciado que ese país trabajó “en el desarrollo de un diseño local de un arma nuclear incluyendo el testeo de componentes”. No menos sorprendente es su condena al “supuesto derecho a un ataque preventivo, el que podría exterminar al pueblo iraní”, puesto que Israel no ha amenazado con exterminar al pueblo iraní, en tanto que el régimen de Teherán sí ha amenazado con aniquilar a todo el pueblo israelí, hecho que no merece consideración -o apenas una mención- en el texto de Grass. Y desde ya que la noción de que Israel es un peligro para la paz mundial, tal como el laureado escritor alemán sugiere, es un clásico de la narrativa antiisraelí contemporánea.
La refutación fáctica del poema-denuncia es innecesaria. Ya sabemos con lo que estamos lidiando. Y Günter Grass también. Por eso se ataja preventivamente con la frase “´antisemitismo´ se llama la condena”. Tan típico. Ya no se puede advertir a propósito de una posible motivación antisemita en los alegatos de los antisemitas. Hemos de asumir que siempre la crítica/condena/difamación de Israel es legítima, bienintencionada, noble. Pero algo hace ruido. Que un alemán que fue miembro de las Waffen-SS decida pontificar sobre el supuesto peligro atómico de Israel a la par que minimizar el muy real peligro nuclear iraní, que lo haga por medio de un texto publicado simultáneamente en cuatro diarios internacionales, y en el preciso momento en que la familia de las naciones tiene en el foco a Irán es, cuando menos, curioso. Con todo, puede que Grass simplemente esté despistado. Tal como señaló el parlamentario cristiano-demócrata alemán Ruprecht Polenz, “siempre que se refiere a temas políticos tiene dificultades y casi nunca da en el clavo”.
Y sin embargo, no podemos dejar de notar que de toda una constelación de amenazas globales, el autor alemán eligió destacar de manera extraordinaria para la condena al estado judío. Günter Grass pudo haber escrito poemas sobre la falta de libertad en Cuba, o sobre la represión del régimen sirio, o sobre los ensayos nucleares de Corea del Norte. Pero la patología de la obsesión antiisraelí lo traicionó. Y ahora que ha sacado al genio de la botella, tal como cuando hizo su confesión nazi, deberá hacerse cargo de sus palabras.
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