domingo, 15 de abril de 2012

NO LOS OLVIDEMOS





Ellos tienen nombre propio. Ellos, aun sin trofeos, sin marquesinas destellantes, sin costosos murales, tienen ganado un merecido y eterno recuerdo. Son hijos, nietos, bisnietos, además, del Estado Argentino. Tenemos la obligación moral de recordarlos y elevarlos en la memoria, porque ellos fueron los esforzados pioneros de la "epopeya colonizadora judeo-argentina"!

Por haber caminado de su mano, por haber escuchado sus dramáticos relatos de lo acontecido allá, en la Rusia de los zares déspotas, con sus criminales "cosacos" y en la Polonia de los Petliuras, donde sufrieron desde el despojo de sus pertenencias, hasta la agresión física, tan solo por ser judíos y profesar su inquebrantable fe mosaica
.
Todo comenzó aquella brumosa mañana del 14 de Agosto de 1889, cuando arriba al puerto de Buenos Aires, el barco de bandera alemana "Veser", con 824 almas apoyados por la Fundación del Barón Mauricio de Hirsch, quien con ese fin había adquirido tierras en la Provincia de Entre Ríos y también en Santa Fe, donde serían colonizados. ¡En esos años, eran zonas totalmente inhóspitas, lejos de centros poblados, cubiertos de frondosos bosques donde abundaban animales salvajes, toda clase de reptiles y porqué no decirlo, también humanos salvajes!

Conviene recordar, que por aquellos años, la población total del país no superaba los dos millones de habitantes, sobre una extensión continental, de casi tres millones de kilómetros cuadrados.
Luego llegaron el "Pampa" y después otros más, con igual cargamento y destino.
Antes de despuntar el siglo XX, ya había grandes extensiones colonizadas. Los frondosos bosques habían ya desaparecido. Su leña, convertida en carbón, era usada para cocina de colonias, pueblos y ciudades.

Su tierra


cultivada daba por producto la espiga que a su vez se convertía en alimentos para el país y el mundo.

Generalmente las colonias estaban formadas por grupos de cuatro casas vecinas, siempre al borde de algún camino trazado y convergían con los límites terrenales de cuatro campos, como para hacer más placentera aquella aún peligrosa soledad.

Muchos fueron los inconvenientes que debieron soportar aquellos esforzados colonos judíos, como la lejanía de los pueblos, la falta de elementales servicios médicos; además las inclemencias del tiempo, con tormentas de agua, vientos y granizadas, prolongadas sequías, heladas, invasiones de todo tipo de acrídidos, como la langosta, isoca, pulgones, cotorras que devoraban en una sola noche, el esfuerzo de todo un año.

Con el paso de los años, llegaron más inmigrantes de la Europa Oriental y posteriormente huyendo del nazismo, encontraron en este extremo sur del mapamundi, un punto final, para su tan difícil peregrinaje.

Personalmente, nací en las colonias judías de Villa Clara, Entre Ríos, en la misma casa donde nació mi madre. A mi padre, por ser hijo mayor de un colono y con familia ya constituida, la "Jewish Colonization Association" le otorgó una parcela de 75 hectáreas, en la colonia No. 5 "Louis Oungre", a doce kilómetros de Estación Alcaraz, sin caminos, sin vivienda, sin agua potable, sin alambradas, solo los cuatro mojones que indicaban el límite, todo selva, donde abundaban peligrosos animales salvajes y gigantescos reptiles, a los que más de una vez me tocó enfrentar, siendo aún un niño
.
En ese ambiente, debieron desarrollarse aquellos esforzados pioneros de la colonia judeo-argentina. ¡Olvidarlos, implicaría un imperdonable sacrilegio!
¡Mi mejor homenaje y mi eterno recuerdo, a sus gratas memoria

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