martes, 16 de diciembre de 2025

DEL WSJ

 LA COMPLACENCIA DE AUSTRALIA Y EL TIROTEO EN BONDI BEACH

El antisemitismo había estado creciendo durante dos años, pero las élites se rehusaron a tratarlo como una amenaza seria.

Por Peter Kurti
Diciembre 14, 2025


Sydney
A los australianos les gusta creer que algunos lugares están más allá de la política, más allá del odio, más allá de la violencia. Bondi Beach, una franja de arena bañada por el sol en Sydney, es uno de ellos. Esa ilusión fue destrozada el domingo al atardecer.
Al menos 16 personas, incluida una niña de 12 años, fueron asesinadas mientras estaban reunidas para celebrar Januca, una festividad judía que se centra en la supervivencia contra los pronósticos. El ataque no ocurrió en un callejón oscuro o en los márgenes de la sociedad, sino a plena luz del día en uno de los espacios públicos más famosos de Australia. Esto no fue un mero crimen. Fue un ajuste de cuentas nacional.
Para los lectores estadounidenses, la experiencia de Australia no se debería sentir remota. Como Estados Unidos, Australia es una democracia liberal que se enorgullece de la tolerancia, el pluralismo y el orden público. Y como Estados Unidos, ha descubierto desde el 7 de octubre del 2023, cuan rápidamente esas presunciones pueden erosionarse cuando el antisemitismo es minimizado en lugar de confrontado.
Durante años, Australia se tranquilizó que el antisemitismo es marginal—una patología importada o una molestia online eliminada a salvo de la vida cotidiana. Esa creencia ya no es más creíble. Desde el 7 de octubre, los judíos australianos han informado un aumento abrupto en el acoso, intimidación, vandalismo y amenazas en escuelas, universidades, lugares de trabajo y espacios públicos. Pintadas antisemitas ya habían aparecido en Bondi en las semanas previas al ataque. La violencia no surgió de la nada. Fue la expresión más extrema de una herida al cuerpo político a la que se le ha permitido infectarse.
Las investigaciones deben determinar el motivo, y la especulación debería ser evitada. Pero el contexto importa. La violencia política crece cuando la hostilidad es normalizada, cuando las quejas legítimas son descartadas, y cuando se dice a los atacados, explícitamente o implícitamente, que su temor es exagerado o políticamente inconveniente.
Cuando eso sucede, fallan las salvaguardas sociales. El patrón es conocido: Las élites vacilan en nombrar claramente al antisemitismo por temor a inflamar las tensiones, sólo para descubrir que la ambigüedad envalentona a los extremistas en lugar de restringirlos. El resultado no es la paz social, sino una lenta erosión de las normas que hacen posible el pluralismo pacífico en primer lugar.
Australia enfrenta una elección conocida por otras democracias liberales: confrontar al antisemitismo claramente y decisivamente o continuar manejándolo como un bochorno a ser explicado. Muy a menudo, los líderes políticos han preferido la condena ritual por sobre la claridad moral y el idioma burocrático por sobre la responsabilidad.
En Estados Unidos, esa elección ya ha obligado al ajuste de cuentas—desde audiencias en el Congreso sobre el antisemitismo en los campus a la adopción de una estrategia nacional para contrarrestarlo. La vacilación de Australia contrasta, no porque la amenaza sea más pequeña, sino porque nuestra clase política ha sido más lenta en aceptar que el antisemitismo es una prueba de estrés para las instituciones democráticas.
El antisemitismo no es simplemente otra forma de prejuicio. Es una ideología distinta e históricamente letal—adaptiva, conspirativa, y corrosiva de la confianza democrática. Tratarlo como meramente otra entrada en el catálogo del “odio” no es “inclusión” sino evasión.
Otras democracias han entendido esto. Junto con la estrategia nacional estadounidense, la Unión Europea ha establecido un marco de una década para lidiar con el antisemitismo, con más de 20 estados miembros implementando planes de acción formales. Australia está conspicuamente detrás—larga en discurso, corta en estructura y acción.
Lo que se requiere ahora es resolución, la que debería asumir cuatro formas:
Primero, Australia necesita una estrategia nacional coherente en antisemitismo. El enfoque debería integrar a las instituciones de aplicación de la ley, educativas y públicas, en lugar de dispersar la responsabilidad a lo largo de fuerzas y comisiones ad hoc.
En segundo lugar, las agencias deben recibir los recursos necesarios para proteger a las comunidades vulnerables y eventos religiosos públicos. La libertad de religión es insignificante si puede ser ejercida sólo bajo amenaza. Ninguna sociedad democrática debería esperar que una comunidad acepte calladamente el riesgo elevado como el precio de la visibilidad.
Tercero, los líderes políticos deben dejar de equivocarse cuando el antisemitismo aparece en movimientos activistas, universidades o instituciones culturales. El odio no se vuelve aceptable porque adopte el lenguaje de la política. El silencio en estos momentos no es neutralidad; es permiso.
Cuarto, la educación importa. Demasiados australianos jóvenes encuentran el antisemitismo no a través del compromiso serio con la historia sino a través de consignas, distorsiones y teorías de conspiración que pasan sin ser desafiadas. Las escuelas y universidades deberían ser lugares donde el prejuicio es confrontado, no racionalizado.
El costo de la inacción no sólo recae en los judíos australianos. Cuando cualquier grupo se ve inseguro en la vida pública, la promesa de ciudadanía igual es debilitada para todos. El antisemitismo corroe las bases cívicas de las cuales dependen las sociedades plurales.
Bondi Beach nunca debería haber sido el escenario de terrorismo. Que lo fuera—durante Januca, a plena luz del día—es una grave advertencia. Australia puede elegir la complacencia, o puede elegir la valentía. Si sus líderes no logran actuar decisivamente ahora, no deberían sorprenderse cuando el miedo se expanda, la confianza se fracture, y el tejido social que afirman defender continúe deshilachándose.
Januca es una festividad de luz en medio de la oscuridad. Si Australia responde a los asesinatos en Bondi Beach con claridad o precaución revelará cómo confronta el antisemitismo y cuan seriamente asume las obligaciones de la democracia liberal.
El Sr. Kurti es director del programa Cultura, Prosperidad y Sociedad Civil en el Center for Independent Studies y profesor asociado adjunto de derecho en la Univerisdad de Notre Dame Australia.
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Voluntario de Hatzalah en Bondi Beach en Sydney, Dic. 14. Saeed Khan/Agence France-Presse/Getty Images
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