El horror, veinte años después
Por Julián Schvindlerman
Diario HOY (Ecuador) – 19/3/12
http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/el-horror-20-anos-despues-539000.html
Dos décadas atrás esta semana última, Buenos Aires fue sacudida por un atentado contra la sede diplomática del Estado de Israel, provocando la muerte a veintinueve personas e hiriendo a decenas. Aquel fue el primer acto de terror perpetrado por el fundamentalismo islámico en el hemisferio occidental. Dos años más tarde, la sede de la comunidad judía de la Argentina, AMIA, sería atacada por Hezbollah, ocasionando la muerte a ochenta y cinco e hiriendo a cientos. Aquél sería el más grande ataque antisemita fuera de Israel desde la Segunda Guerra Mundial. Ambos atentados llevaron el sello de fábrica de la violencia política transnacional patrocinada por Irán.
Recientemente, varios atentados fueron frustrados contra diplomáticos y ciudadanos israelíes en Tailandia, Georgia, India, Turquía, Egipto y Azerbaiján. El gobierno israelí ha acusado a Teherán de planificar tales agresiones. Estos últimos días, tuvo lugar una nueva confrontación entre el ejército israelí y movimientos terroristas en la Franja de Gaza, especialmente con la Jihad Islámica Palestina. Al igual que Hezbollah desde el Líbano, este grupo opera en Gaza bajo los auspicios de Irán. Gaza, cabe recordar, esta siendo gobernada desde hace alrededor de siete años por Hamas, que en árabe quiere decir movimiento de resistencia islámico, y que ha estado bajo la influencia iraní por varios años. Sólo muy recientemente Hamas ha comenzado a distanciarse de su patrón persa.
La actual conmemoración de la voladura de la embajada israelí ocurre en un contexto mundial convulsionado por el avance en el programa nuclear iraní. En los últimos tiempos, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) ha publicado informes muy comprometedores acerca de la naturaleza no pacífica de ese programa. En noviembre de 2011, este organismo de las Naciones Unidas aseguró que Irán trabajó “en el desarrollo de un diseño local de un arma nuclear”. En febrero del corriente, dijo tener “serias preocupaciones relativas a las posibles dimensiones militares del programa nuclear de Irán”. Al recordar los estragos que la violencia interestatal fomentada por Teherán ha causado en nuestro país, resulta pertinente imaginar la dimensión del daño que un Irán nuclear podría ocasionar, aquí o en cualquier otra parte.
La capacidad para el mal de la que el gobierno Ayatollah es capaz no debe ser subestimada. Es aleccionador el informe de treinta y seis páginas que publicó la semana pasada la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la ONU en el cual documenta las múltiples y graves violaciones a los derechos humanos fundamentales que el régimen iraní comete continuamente contra su propia población. El reporte afirma que “Irán ha aumentado dramáticamente las ejecuciones durante la última década y ha abusado los derechos de los estudiantes, de las mujeres, de los periodistas y de las minorías religiosas”. También indica que al menos seiscientas cincuenta personas fueron ejecutadas en Irán durante el 2011 y que quince hombres y mujeres ya enfrentan condenas a muerte por lapidación bajo acusaciones de adulterio en lo que va del 2012. Además sostiene que cuarenta y dos periodistas están en prisión -lo que sitúa a Irán al tope de encarcelamientos mundiales de periodistas- y que a trescientos sesenta y cuatro estudiantes se les prohibió acceso universitario de por vida debido a sus posturas políticas. A estos datos suministrados por la ONU se puede agregar el arresto, en los últimos meses, de homosexuales, diseñadores de moda, cineastas y disidentes y la condena a muerte de un pastor cristiano por oponerse a que sus hijos recibieran educación islámica.
Así es que mientras la AIEA desde Viena denuncia el peligro del programa atómico de Irán y la CDH desde Ginebra alerta acerca del tamaño de la tiranía que reina en la nación persa, en Buenos Aires recordamos la semana pasada las consecuencias del terrorismo patrocinado por Teherán. Es una combinación de hechos elocuente que, al rendir tributo a la memoria de las víctimas inocentes del extremismo que sacudió a nuestra capital veinte años atrás, no debemos ignorar.
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